El sociólogo argentino Juan Gabriel Tokatlian estuvo esta semana en Montevideo. Es profesor de la Universidad Di Tella, especialista en relaciones internacionales y una de las voces académicas más calificadas en temas de narcotráfico, terrorismo y crimen organizado. Minutos antes de una reunión organizada por la Fundación Siembra, Tokatlian conversó con la diaria.

A poco de asumir, el ministro del Interior, Carlos Negro, declaró que la guerra contra el narcotráfico estaba perdida. Es una conclusión bastante extendida a nivel académico, pero a Negro se le hizo muy difícil defender esa idea ante la opinión pública. ¿A qué atribuye esa disonancia?

En primer lugar, en este tema la metáfora no es solamente una metáfora, porque la “guerra contra las drogas” ha producido una cantidad de muertes, asesinatos y corrupción en América Latina. La situación es dramática, desde México hasta Argentina, con distinta intensidad, por supuesto. También en Estados Unidos. Me animo a decir que, a esta altura, la guerra contra las drogas se ha transformado en una crisis humanitaria. Los efectos sobre las personas, las familias y la juventud son devastadores. Pero el punto de referencia que tomamos siempre es que este asunto se supera con mayor coerción. La guerra contra las drogas no es una metáfora, pero sí es una paradoja. Toda la evidencia disponible de las agencias oficiales (Naciones Unidas, gobiernos en el Norte y Sur global) muestra que la guerra ha sido un fiasco. Y fracasó porque el foco se puso en la oferta y en la punición, para que más personas estén encarceladas.

¿Dónde pondría el énfasis?

Antes que nada, en las políticas alternativas de regulación. El debate prohibición-legalización se ha transformado en un debate ideológico, con posiciones firmes. Es una situación relativamente estéril. Para buena parte de la sociedad, la mano dura es la principal alternativa y no hay forma persuasiva que sea suficiente. El acento debería estar en la demanda –y en los modos de regularla– y en las ganancias. Actualmente, la mayoría de las transacciones financieras vinculadas al narcotráfico pasan por los bancos, pero fundamentalmente por plataformas o monederos virtuales. O sea, en ámbitos que estaban pensados para dar, entre comillas, una mayor inclusión financiera a la población, pero que han sido utilizados por grupos del crimen organizado, mediante transacciones pequeñas pero masivas. En paralelo al auge de las criptomonedas y las plataformas financieras, hay una tendencia creciente a la baja regulación. En Estados Unidos parece evidente que la posición de Donald Trump apunta a desregular cada vez más todos esos ámbitos. Otro punto es que los bancos siempre salen bien librados. Y no están en el centro del debate porque no es donde se gesta el mayor nivel de violencia, que es lo que más impacta en la opinión pública. Por eso, la población le cobra todos estos males a la política, que siempre es recipiendaria de críticas, interesadas o genuinas. Sería importante que la ciudadanía comprenda mejor de qué se trata este negocio tan lucrativo. Por ejemplo, que se ponga sobre la mesa que hay connivencias entre estamentos del Estado y estamentos del negocio. Serán más o menos visibles, pero existen.

Algo así como que sin corrupción no hay narcotráfico

Eso es indudable. La pregunta válida es en qué etapa de ese fenómeno está cada uno de nuestros países, qué nivel de gravedad hay en cada región, en qué momento.

¿Cómo diagnosticaría lo que está pasando con el tráfico de cocaína por la Hidrovía?

La Hidrovía se ha convertido en un lugar clave del negocio de las drogas. De la misma manera que Ecuador es un punto clave en el tránsito hacia el Pacífico. Hay distintos espacios vacíos en nuestro continente en los que el crimen organizado tiene la posibilidad de suplantar al Estado y convertirse en un Estado paralelo. Controlando la seguridad en un área, es más fácil que puedan llevar a cabo sus negocios. Por lo tanto, esta discusión hay que darla en contraposición a esa idea de desmantelar el Estado, de avanzar hacia un Estado pequeño. ¿No será que un Estado mínimo juega a favor del narcotráfico? Cuando el Estado se retira, aparece un actor con capacidad de generar recursos y llevar a cabo su negocio ilícito, prácticamente sin costo alguno.

Eso lleva a pensar que la viabilidad del narcotráfico depende de su capacidad de infiltrar a la política.

Yo diría que el negocio de las drogas llega a la política, no nace de la política. En un momento dado, se dan una serie de condiciones que facilitan la expansión del narcotráfico y la consolidación de determinadas organizaciones. Estas organizaciones siempre requieren algún tipo de protección, para preservarse, para garantizar su seguridad, para no ser perseguidos o extraditados. Protección jurídica, protección policial y protección política. Finalmente, se llega a la política o se inserta en la política. Pero no como punto de partida, sino como punto de llegada.

Como experto que sigue desde hace muchos años este tema, ¿qué diría del momento actual del continente?

Yo diría que el negocio de las drogas en el continente se ha “democratizado”, dicho así, entre comillas. Es más extendido, hay más actores vinculados, no necesariamente son grandes organizaciones. En inglés les dicen boutique cartels, pequeños cárteles que operan más fácilmente, de manera más reticular. Son más una red que un grupo mafioso. En América Latina, además, han encontrado no solamente un punto de producción y de exportación, sino de consumo.

¿Diría que el peso del Primer Comando de la Capital [PCC] en el Cono Sur está sobredimensionado?

No diría que está sobredimensionado. El PCC es clave y sigue siendo preponderante, pero bucearía mucho más en las organizaciones más pequeñas y en sus entrelazamientos. También en el papel de grupos mexicanos o colombianos que puedan estar entrelazados con grupos argentinos, chilenos o bolivianos. Hay un fenómeno de transnacionalización de todas esas redes, claramente no estamos ante un problema nacional.

¿Eso corre también para la dimensión del lavado?

Estamos frente a organizaciones cada vez más sofisticadas. Un grupo se puede involucrar con la producción, otro con el procesamiento, otro con el tránsito y el transporte. Y otro grupo se vincula con los contadores, los abogados, las personas que se encargan de montar las estructuras financieras para lavar las ganancias.

La imagen que describe lleva a pensar más en un empresario y no en los personajes tatuados de las series.

Claramente, estamos hablando de un emporio criminal organizado. Por la forma en que se superponen estas organizaciones, se visualiza una relación muy simbiótica entre las élites tradicionales de nuestros países y las nuevas élites emergentes. Hay una relación, unas se necesitan a otras. Depende en qué espacio, depende a qué nivel y para qué propósito. Y también el grado de convergencia, como decía antes.

¿Qué serían las élites tradicionales?

En Colombia, por poner un caso emblemático, la vieja clase terrateniente se vinculó con las élites nuevas, más urbanas y vinculadas a los cárteles. Les compran las propiedades, usufructúan su know-how para blanquear ganancias, entran a sus clubes sociales. Me refiero a esa simbiosis.

O sea que es un negocio tan lucrativo como la tradicional ganadería.

Este negocio es mucho más lucrativo que la venta de ganado.