El inicio del gobierno de Gabriel Boric muestra las dificultades de vencer los desafíos de un país enfrentado a numerosas crisis. Algunas centenarias, otras que vienen de los remezones del estallido social de 2019 que llevaron al poder a su grupo de dirigentes estudiantiles de hace diez años. Se acabó la poesía de los momentos inmediatos al triunfo: ahora hay que gobernar en prosa.
El día de la toma de posesión hubo muchos gestos hermosos. Cantantes como Pedro Aznar y actores como Nona Fernández fueron invitados al evento del 11 de marzo. Las escritoras Isabel Allende y Gioconda Belli besaron al flamante mandatario. El presidente cerró su discurso en La Moneda con una paráfrasis de las últimas palabras de Salvador Allende, esas de que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre (¡y la mujer, corrigió el feminista Boric!).
Ya había recitado poemas de Enrique Linh ante los empresarios, había recibido de regalo un muñeco de Pokémon de parte del gobierno de Japón en atención a su afición juvenil. En Argentina deleitó su afición a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
Pero no había pasado una semana desde que se instaló el gobierno de izquierda, cuando ya apareció la primera crisis. Su ministra del Interior, la expresidenta del Colegio Médico Izkia Siches, viajó el 15 de marzo, casi sin preparación y sin avisar a quienes debía, a lo más profundo del conflicto mapuche: la localidad de Temucuicui, donde la última vez que entró la policía de investigación hubo muertos1. La recibieron con tiros al aire y la quema de vehículos a pocos kilómetros.
El equipo de Siches (la mayoría también médicos) le armó una reunión, en la zona más violenta de los ataques a las empresas forestales y la represión forestal, con el padre de Camilo Catrillanca, el joven comunero mapuche asesinado por un comando policial el 14 de noviembre de 2018. Pero para entrar en el territorio la negociación y el permiso no eran con Marcelo Catrillanca sino con los líderes de la zona2. Incluso el mismo Catrillanca declaró después que el viaje había sido improvisado3. Un periodista especializado en las interioridades del gobierno, con mucha experiencia en asuntos de seguridad, reveló para este artículo que la ministra había ido con tan poca conciencia de la complejidad y el peligro de su primera misión, que llevó a su bebé de diez meses.
Un baño de realidad para un gobierno de treintañeros que hace apenas una década estaban movilizados en las calles, representando a la Federación de Estudiantes Universitarios en lucha contra el primer gobierno del derechista Sebastián Piñera. Los principales ministerios ahora están en manos del grupo de jóvenes que marchaban con Gabriel Boric: Giorgio Jackson (Frente Amplio) y Camila Vallejo (Partido Comunista). Siches es de la misma generación.
Problemas en el sur, en el norte y en la capital
En el sur arrecian las tomas de terrenos, las quemas de maquinaria forestal y los cortes de ruta de los activistas mapuche. La represión militar y policial, el remedio de Piñera, no funcionó. Pero la estrategia del diálogo también tiene peligros. Debe aplicarse con mucha pericia y mano firme. En el norte, la invitación del expresidente dada en la ciudad de Cúcuta en febrero de 2019 a los venezolanos (“vénganse a Chile, ¡tenemos trabajo para todos ustedes!”) provocó una avalancha migratoria en la que entraron también muchos otros, sobre todo colombianos. La frontera norte es enorme y está poco vigilada. La población está angustiada. Algunos organizaron manifestaciones contra los inmigrantes y, en imágenes que recorrieron el mundo4, quemaron los enseres de los recién llegados, incluyendo carpas, abrigos y carritos de bebés.
Los jóvenes izquierdistas que ahora están en el gobierno se alzaron contra el discurso xenófobo y la propuesta de expulsión masiva del rival de Boric en la segunda vuelta, el ultraderechista José Antonio Kast5. Esa no es la solución. Pero sí hay un problema. Entonces, ¿cuál es la solución?
Por ahora, el nuevo gobierno prorrogó el Estado de Excepción en el norte. Seguirá patrullando el Ejército. En el sur decidieron levantarlo y retirar a las Fuerzas Armadas, pero todavía no se ve un plan en ninguno de los extremos de un país larguísimo cuyo Estado nunca fue capaz de abarcar los inmensos problemas de su inquietante geografía.
Y en las calles de Santiago... la transformación de los rebeldes en autoridades también tiene inmensas dificultades. Una de las más peliagudas se refiere a los insistentes pedidos del núcleo duro que llevó adelante las protestas desde el 18 de octubre de 2019. Miles de manifestantes se enfrentaron con carabineros y fueron heridos, algunos muertos, afectados en su visión, llevados a juicio... y hay un marasmo de situaciones legales dispares. Algunos tienen sentencia condenatoria, muchos están desde hace más de un año en prisión preventiva sin juicio, algunos están acusados o condenados de quemar o saquear negocios, oficinas públicas, iglesias, universidades, mobiliario público.
Los defensores de los “presos de la revuelta” cantan “Libertad, libertad, a los presos por luchar” cada viernes en la plaza Baquedano del centro de Santiago de Chile, y durante días clamaban a las puertas de la Moneda Chica, nombre coloquial que se le dio a la sede del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile cuando Boric instaló ahí sus oficinas antes de la toma de mando.
¿Liberar a todos? Si lo hacen, buena parte de los moderados que votaron al actual gobierno van a sostener que ganó el caos, que está permitido el desorden, que se premia los destrozos e incluso los ataques físicos a comerciantes que defendían sus negocios. Si no lo hacen, el sector más radical de la protesta va a tildar al gobierno de traidor y vendido. Ya lo está haciendo.
¿Gobernar para radicales y posibilistas?
Y es que Boric y sus caras nuevas vienen con un doble mandato que parece imposible de cumplir. Por un lado, las exigencias del estallido social: un radical cambio de rumbo en materia económica, social, política, cultural, un gobierno para el pueblo y contra los grandes empresarios que han venido ganando fortunas con Pinochet y con todos los gobiernos, de centroderecha y centroizquierda, que recibieron del dictador la mano tendida de la transición pacífica a cambio de que cambie lo mínimo. Como dijo el primer presidente democrático, el democristiano Patricio Aylwin, una transición “en la medida de lo posible”.
La calle, al menos ese es el relato heroico del estallido social, pidió lo imposible, como un Mayo del 68 sudaca y millennial. Y lo imposible suele ser... imposible, a menos que se haga un gobierno más confrontativo que el de Allende.
Del otro lado, están los políticos del ala centroizquierda de estos 30 años de democracia. Los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet le dieron su apoyo sin condiciones a su antiguo crítico feroz Boric. Ante la amenaza de un candidato ultra como Kast, nostálgico de la dictadura, que quería solucionar el problema de la inmigración construyendo una zanja, que proponía militarizar a pleno la macrozona sur, eliminar el Ministerio de la Mujer, echar atrás los logros en materia de derechos sociales… la centroizquierda votó y apoyó a los jóvenes que querían expulsarla del poder.
Y ahora gobiernan juntos, porque buena parte del gabinete viene del Partido Socialista y de esa Concertación contra la que se rebelaron los jóvenes del 18 de octubre.
Con estos moderados ganaron las elecciones. ¿Pueden ahora darles la espalda?
¡Qué bien que estábamos durante esa larga espera de casi tres meses que empezó el 19 de diciembre, cuando Boric ganó la presidencia y en la misma esquina de la Alameda donde en 1970 Allende dio su discurso de victoria, saltó vallas y abrazó a una multitud sudorosa mientras en los parlantes sonaba música de Víctor Jara, Los Prisioneros y el genial grupo de muñecos televisivos 31 Minutos!, podría decirse mirando las cosas en perspectiva.
Pero llegó el 11 de marzo y terminó la fiesta de la asunción y fue necesario empezar a gobernar.
Congreso en contra
En lo que para muchos analistas es la sabia e incomprensible picardía del votante chileno, al gobierno de Gabriel Boric le tocó una victoria alambrada de límites, peligros y derrotas.
El mismo día en que salió victorioso en la primera vuelta electoral y le tocó la fortuna de enfrentarse a la opción que más le convenía, el ultraderechista Kast (con lo que reunió para la segunda vuelta desde el centro hasta todos los que le tienen más miedo al fascismo que a la alianza de estos antiguos estudiantes con el comunismo), se eligió por otro lado un Congreso donde el bando de Boric está en franca minoría.
Sí, en las presidenciales los viejos partidos de la Concertación de centroizquierda y la coalición de Piñera Chile Vamos, de centroderecha, salieron en cuarto y quinto lugar. Fue sorprendente que además de los primeros dos lugares, que abrían el camino a la segunda vuelta, para Boric y Kast, los aspirantes de los partidos que habían gobernado por 30 años el país, desde el momento del regreso a la democracia en 1990, no salieron ni siquiera en el tercer puesto. Ese sitio le correspondió a Franco Parisi, un tecnócrata populista que no pudo pisar suelo chileno durante la campaña por sus deudas por impago de sus obligaciones económicas con sus hijos.
Pero en las legislativas ganaron por mayoría los viejos partidos. Los viejos diputados y senadores aliados de los poderes fácticos nacionales y regionales, los candidatos puestos a dedo por las maquinarias de los partidos que tienen casi cero credibilidad y apoyo en las encuestas de opinión.
El actual presidente ni siquiera consiguió ganar el voto legislativo en su propia ciudad de Punta Arenas, en el lejano sur. Y esas cámaras de Diputados y Senadores, donde el nuevo gobierno tendrá que negociar cada una de sus leyes, le harán rebajar más aún las expectativas de cambio brusco y los sueños de los maximalistas.
En la noche en que asumió el poder, Boric dijo a la multitud enfervorizada que se agolpaba fuera de La Moneda que iba a ir “lento” porque quería llegar “lejos”.
Tendrá que negociar mucho y con mucha mano izquierda para lograr algo en un poder legislativo adverso. Por eso puso en la Secretaría de Gobernación, su línea de contacto con el parlamento, a su mano derecha Giorgio Jackson, su ladero durante los 8 años en que ambos estuvieron dando batalla como diputados.
El gran peligro del referéndum
Y, a diferencia de cualquier otro presidente anterior y también de los que vendrán, su gobierno tendrá que lidiar con los avances de la Convención Constitucional.
Entre los 155 convencionales (hoy 154) elegidos en mayo de 2021 y que empezaron a reunirse el 4 de julio, la relación de fuerzas políticas no es ni como fue en la elección presidencial ni tampoco como en la mucho más conservadora elección de diputados y senadores.
La gran preponderancia de convencionales independientes, que no obedecen a los viejos pero tampoco a los nuevos partidos, algo que tanto gustaba cuando se empezaron a ver tantos líderes sociales, científicos, escritores, académicos, representantes de pueblos originarios, figuras emblemáticas del estallido, periodistas, ahora que cada día sale la información de cómo se está escribiendo la nueva Carta Magna, las propuestas extremas, o contrastantes, y las disputas internas en la convención están siendo un dolor de cabeza constante en un gobierno que se lo juega todo a que el texto constitucional que salga de esa olla de elementos tan variopintos gane en el referéndum de salida.
Sí, referéndum de salida, porque en la negociación entre las fuerzas políticas que permitieron una salida pacífica y legal al estallido se decidió que debía votarse si el pueblo quería cambiar o no la constitución de 1980, hecha en plena dictadura (cuando el Sí había ganado con el 67 por ciento), después se eligieron los miembros de la Convención, y cuando esta termine su labor, por ahora fijada para el 4 de julio de este año, habrá un nuevo referéndum donde se votará Sí o No al flamante texto.
Un No sería un desastre para el gobierno que apuesta al cambio. Pero la derecha, que perdió abrumadoramente en la votación para convencionales, ya está haciendo campaña para el No, mientras que los que harán campaña para el Sí esperan con cortesía exquisita que esté redactado el texto para empezar su movilización.
Todos los días se discuten en los medios los avances de las distintas comisiones y las votaciones en plenario. ¿Se convertirá Chile en un estado plurinacional? ¿Se respetará la justicia indígena? ¿Hasta qué grado, en qué materias? ¿Se limitará el poder del presidente, que es más fuerte que en la mayoría de los países de la región? ¿Se eliminará el Senado? (¿Puede el gobierno apoyar esta eliminación si depende del apoyo de partidos que tienen más fuerza en la cámara alta que en la baja?)
¿Habrá control político a la Justicia, a los planes educativos, a los medios de comunicación? ¿En qué medida se descentralizará un país tremendamente centralizado? ¿Garantizará la constitución el agua, la vivienda, la salud, la educación, el sueldo mínimo, los derechos sociales y reproductivos?
Se han presentado cientos de iniciativas populares para incluir artículos en la nueva constitución, que van desde la inviolabilidad del dinero en las cajas previsionales (para evitar la renacionalización de las pensiones) hasta los derechos de los animales y la libertad absoluta de los grupos religiosos. Muchos de estos aportes ciudadanos están en abierto conflicto con otros (los defensores de la fe contra los impulsores de la división total entre Iglesia y Estado, por ejemplo) o con la visión mayoritaria dentro de la convención, como por ejemplo lo relativo a la nacionalización de la minería. Los debates, lógicos en un órgano con miembros representativos de grupos tan variados, crean una sensación de lentitud, torpeza y desorden que los partidarios del rechazo están explotando desde el primer día.
El gobierno de Boric tiene que proteger, apañar y acompañar amorosamente el camino de la convención sin dar imagen de estarlo haciendo, porque se supone que es totalmente independiente y la administración de turno no debería inmiscuirse.
¿Otro retiro?
Mientras este número está en preparación, el Congreso chileno está discutiendo un nuevo retiro de 10 por ciento de los fondos previsionales de los trabajadores. Durante la pandemia y en contra de lo que quería y rogaba Piñera, los legisladores, incluyendo a la oposición que ahora es gobierno, aprobó tres retiros. De las escasas bolsas de ahorro que tenían en las Administradoras de Fondos de Pensiones, AFP (Chile fue el primer país que privatizó las jubilaciones en la región, y lo que cobran es una ínfima parte de los sueldos, que ya son bajos), la clase media y baja pasó las estrecheces de la pandemia comiéndose los propios ahorros.
Los diputados Boric, Jackson y Vallejo, junto con la izquierda entera, votaron a favor de aquellos retiros. Piñera envió el tercer retiro al Tribunal Constitucional para que lo declarara ilegal, y los jueces no le dieron la razón. Ahora Boric tiene que contar con fondos para sus planes sociales (subir las pensiones, subir el sueldo mínimo, inversiones en salud, educación, vivienda, transportes...) y su gabinete económico está en contra del cuarto retiro. Pero quiere seguir adelante con más retiros la izquierda que no está en su alianza, junto con parte de la derecha que ve en esta contradicción terreno para debilitar al nuevo gobierno y dejar al desnudo su cambio desde los principios al pragmatismo.
¿Cómo puede seguir sacando plata de los ahorros y bajar impuestos, y, al mismo tiempo, tener capital para las inversiones?, le dicen. Su ministro de finanzas, el pragmático expresidente del Banco Central Mario Marcel, sostiene que aprobar más retiros es pan para hoy y hambre para mañana. Pero sus excompañeros de bancada le retrucan que la gente tiene hambre hoy y que cuando estaban en la oposición ellos criticaban a Piñera por oponerse a lo mismo que ellos se oponen ahora.
Un mundo incierto y en llamas
Por último, en el terreno internacional tampoco le tocó una constelación fácil al flamante gobierno chileno. El país con el que tiene más cercanía, donde tradicionalmente viaja en primer lugar un nuevo presidente de Chile, la vecina Argentina, está en una crisis importante, con un gobierno dividido en su interior (¿con cuál Fernández le conviene aparecer más cercano a Boric, con Alberto o con Cristina?). Y no se puede descartar del todo que en las próximas elecciones venga un gobierno “de otro palo”.
El partido en el poder en Bolivia es cercano ideológicamente, pero a nivel de Estados sigue candente la crisis limítrofe y la salida al mar. Hubo gestos amistosos con el presidente Pedro Castillo de Perú, pero su posición no es firme en su país. Todos están en crisis política, y económicamente apenas levantando la cabeza de la pandemia y el encierro. Y más con la crisis energética y de alianzas en la guerra provocada por la invasión rusa a Ucrania. Y en Brasil, al menos hasta octubre... ¡está el ultraderechista Jair Bolsonaro!
En los últimos días ya no se ve tan seguido, tan sonriente ni tan poético al presidente más joven de la historia de Chile. Debe tomar decisiones de peso, que no podrán dejar a todos contentos. Va a tener que empezar a lidiar con errores, que a veces incluso podrán llegar a ser serios, de sus ministros, que son sus queridos amigos de la lucha universitaria. Deberá ceder para conseguir algo de sus rivales, sin los cuales no podrá gobernar tranquilo.
Al final, a modo de post scriptum: Boric acaba de cumplir 36 pero ya le estoy empezando a ver algunas canas, incipientes arrugas. Pienso que ojalá sea fuerte y sabio y siempre honesto, que ojalá el pueblo chileno, que esperó tanto, sepa ser paciente y tolerante.
Quizá sea nostalgia del lindo tiempo de la poesía, pero las letras ya se desparraman hacia los márgenes de la hoja tirante.
Punto uy
Desde los lazos entre las izquierdas hasta la fascinación de los economistas liberales, pasando por la coordinación represiva en los años de las dictaduras sudamericanas, Chile y Uruguay se han mirado casi siempre con el interés mutuo de encontrar ejemplaridades. En la mañana del 1 de febrero ese vínculo experimentó un nuevo capítulo: el entonces presidente electo de Chile, Gabriel Boric, mantuvo un diálogo de 18 minutos con el mandatario uruguayo José Mujica, al aire, en el programa de la radio M24 Nada que perder.
En esa conversación ambos hablaron hacia las audiencias propias. Tomar en préstamo destellos del aura internacional de Mujica parece ser una de las apuestas de Boric para dotar a su imagen pública de una “respetabilidad en la llaneza” y para no tener, así, las riendas demasiado tirantes mientras transita los difíciles caminos de la heterodoxia. Por su parte, el líder del Movimiento de Participación Popular le contó que durante la última campaña presidencial uruguaya varios chilenos le visitaban en su chacra para narrarle, cada semana, las penurias que vivían por causa de las políticas del ahora ex presidente Sebastián Piñera. Al hacerlo, Mujica estaba hablándole al votante uruguayo. Buscaba desmontar el discurso de los economistas neoliberales -en especial vinculados al sector del hoy retirado Ernesto Talvi, que disputó y quitó al menos un cinco por ciento de los votos frenteamplistas en las elecciones de 2019- que han alabado históricamente el “modelo chileno”. Por eso, si Boric precisa de la imagen de Mujica para blindarse contra la impaciencia de sus votantes maximalistas, la izquierda uruguaya necesita que el nuevo gobierno chileno no fracase para tener más aire en su propia carrera presidencial hacia 2024. Para mostrar que Chile, que siempre puntúa bien en los índices internacionales, lo hace mejor cuando corrige por izquierda las desigualdades que cuando se deja conducir por la mano invisible del mercado. Con un Boric sólido, un eventual Gustavo Petro en Colombia y un más que probable Luis Inacio “Lula” Da Silva gobernando Brasil desde octubre de este año, el Frente Amplio uruguayo tendría nuevamente un contexto internacional favorable. De confirmarse estas nuevas piezas para el ecosistema de la llamada “tercera izquierda”, y de no fracasar éstas en sus trayectorias, los movimientos progresistas podrían liberarse más fácilmente de lastres autoritarios como el de Daniel Ortega en Nicaragua y, a la vez, tener un antídoto que poner sobre la mesa cuando sus rivales jueguen la envenenada carta venezolana.
RLB
Roberto Herrscher, periodista. Profesor y director del Premio Periodismo de Excelencia, en la Universidad Alberto Hurtado, de Chile.
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“La Araucanía: operativo con 800 detectives termina con un policía muerto por un disparo”. La Tercera, 8 de enero de 2021. ↩
-
Artículo de Paula Huenchumil y Maximiliano Alarcón en Interferencia.cl del 15 de marzo de 2021. ↩
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Artículo de Carlos Reyes en La Tercera, 15 de marzo de 2022. ↩
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“Violenta marcha contra inmigración irregular en el norte de Chile”. Deutsche Welle, 25 de setiembre de 2021. ↩
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“El miedo a la inmigración alimenta a Kast en el norte minero de Chile”, por Antonia Laborde. El País de Madrid, 17 de diciembre de 2021. ↩