Emerge un nuevo mundo en el cual las reglas del juego se negocian con dureza entre un Occidente en pérdida de hegemonía y lo que se denomina un Sur “global” que está lejos de estar unificado. En este peligroso interregno, volátil y fluido, los actores anudan alianzas puntuales mientras los desafíos planetarios se hacen más apremiantes que nunca1.
¿Quién hubiera imaginado que Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos se involucrarían en los intercambios de prisioneros entre Rusia y Ucrania? ¿O que los buenos oficios de China sellarían el restablecimiento de las relaciones entre Teherán y Riad2? El campo de la mediación está en plena transformación.
El mundo entró en lo que Samir Saran, presidente del centro de reflexión indio Observer Research Foundation, denomina “cooperaciones de responsabilidad limitada”3, acuerdos entre estructuras (organizaciones regionales, coaliciones y pactos diversos) que a veces compiten unas con otras. Este “minilatelarismo” se presenta como un multilateralismo rebajado y de geometría variable, ya que cada cual busca salir airoso en el corto plazo. Ciertamente, el mundo previo también era manejado según los intereses bien conocidos de los Estados. Pero la relativa estabilidad del entorno internacional ofrecía una base más fuerte a las ententes que se forjaban.
Hoy, en un lugar u otro, el enemigo se puede convertir en socio durante un tiempo y por un tema específico. Estos acuerdos puramente transaccionales no se sostienen por más tiempo que el que las partes juzguen oportuno. Pese a la violencia de los combates, Rusia y Ucrania firmaron el 22 de julio de 2022 un acuerdo relativo a la exportación de cereales, con la mediación de Turquía y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y lo prorrogaron dos veces antes de que el Kremlin optara ponerle fin un año más tarde. Moscú –que de esta manera arbitró entre sus distintos intereses– anunció luego entregas compensatorias en la cumbre Rusia-África de San Petersburgo en julio de este año, integrando a su reflexión estratégica la eventual incidencia de sus políticas sobre poblaciones que viven a miles de kilómetros y que, a menudo, están gobernadas por regímenes amigos.
Otro ejemplo: el acuerdo sobre el trazado de la frontera marítima entre el Líbano e Israel en octubre de 2022, que se cerró con apoyo estadounidense. Ambos países se entendieron pese a que Beirut nunca reconoció a Tel Aviv, que ambas capitales siguen estando incluso “técnicamente” en guerra, y que una de las principales fuerzas político-militares libanesas, Hezbollah, sigue afirmando su voluntad de destruir el Estado sionista. A la inversa, el hecho de que este movimiento sea calificado como “organización terrorista” por Estados Unidos e Israel tampoco les planteó problemas a ambos países. La explotación del gas en el Mediterráneo bien vale un pequeño esfuerzo de flexibilidad ideológica...
En el teatro de guerra sirio, el pragmatismo también se impone: los rusos cerraron tres acuerdos informales con Israel, Estados Unidos y Turquía para evitar enfrentamientos directos. Semejantes alianzas carecen de precedentes entre potencias exteriores involucradas en un conflicto. El ejército israelí puede atacar a las fuerzas sirias y a Hezbollah sin temer el sistema de defensa antiaéreo ruso. A cambio de este privilegio, y pese a las presiones de Washington, Tel Aviv es reacia a adoptar sanciones contra Rusia y no entrega armas letales a Ucrania. Esta economía política del trueque beneficia a algunos, pero puede irritar a otros. En setiembre de 2020, la administración estadounidense de Donald Trump facilitó la normalización de las relaciones de algunos países árabes con Israel vía los “acuerdos de Abraham”. A cambio, Rabat obtuvo el reconocimiento de su soberanía sobre el ex Sahara español por parte de Estados Unidos en desmedro de la resolución 690, adoptada el 29 de abril de 1991 por el Consejo de Seguridad de la ONU, que llamaba a que se realizara un referéndum. En cuanto a los palestinos, una vez más fueron dados por perdidos...
África y Asia
Estos arreglos son reveladores de un cambio de fondo: el fin de la hegemonía occidental fragiliza las instituciones internacionales y las normas promulgadas en el curso de estos últimos 30 años, aun cuando los gobiernos europeos y estadounidense estaban lejos de respetarlas siempre.
Los Estados africanos, que estuvieron entre los primeros en ratificar los estatutos de la Corte Penal Internacional (CPI), mantienen relaciones normales con Moscú, pese a que el presidente ruso Vladimir Putin fuera acusado de crímenes de guerra. Lo prueba la representación de 48 de ellos en la cumbre ruso-africana de San Petersburgo en julio. El régimen sudafricano llegó hasta a hacerle pito catalán a los occidentales decidiendo llevar adelante, en febrero, o sea precisamente un año después de los inicios de la agresión contra Ucrania, maniobras militares junto a Rusia y China.
De igual modo, la política de estigmatización y de sanciones unilaterales que consolidaba la influencia de Washington sobre el sistema internacional se encuentra en retroceso. En ese panorama algunos dirigentes logran relegitimarse: ¿o acaso hay un ejemplo más rutilante que el regreso del presidente sirio Bashar al Assad al seno de la Liga Árabe después de la cumbre de Yeda el 18 de mayo? Ahora es persona grata en el mundo árabe, pese a la sangrienta represión que llevó adelante contra una parte de su propio pueblo, los centenares de miles de muertes, la utilización de armas químicas y un país en ruinas. Al Assad fue recibido por Mohammed ben Salman (MBS), el todopoderoso príncipe heredero y primer ministro saudí, el mismo que el candidato Joseph Biden había jurado convertir en un “paria”4 por haber ordenado el sórdido asesinato de su oponente Jamal Kashoggi. Una vez electo presidente, Biden se tuvo que tragar su orgullo para ir a suplicar –en vano–, en julio de 2022, a MBS que aumentara su producción petrolera. La administración estadounidense busca ahora un acuerdo informal sobre el tema nuclear con el régimen iraní de los mullahs, reconociendo el fracaso de la política de aislamiento de Teherán.
Débil Occidente
Fuera del “Norte global” nadie aplica las sanciones contra Rusia5. Las razones son conocidas: la lealtad frente a la ex Unión Soviética, que en otros tiempos apoyó los movimientos de liberación nacional; el alza del precio de los cereales que impacta en los más pobres y que –con o sin razón– se imputa a las medidas occidentales; y sobre todo la sensación de ser víctimas inocentes de un combate lejano. A eso se suman, para algunos grandes países del Sur, razones pragmáticas: beneficiarse de un petróleo ruso a bajo precio, diversificar las fuentes de provisión de armas, reforzar la propia posición geopolítica. Algo más fundamental se juega también respecto del resto del mundo no occidental en términos, a la vez, políticos y simbólicos: lo que los alemanes denominan la schadenfreude, la “alegría malsana” que inspira la desgracia ajena. Se expresa en este caso frente a un Occidente que, por una vez, se encuentra en posición de mendigar apoyo internacional. Una inversión de roles en la que quienes acostumbraban dar lecciones perdieron su soberbia e incluso su arrogancia. Y le toca a Occidente, rico y poderoso, pedir solidaridad; ese Occidente que, desde hace siglos, fija las normas –con la posibilidad de torcerlas para su beneficio– y determina soberanamente los valores universales, sancionando de forma selectiva a quienes los violan.
Occidente paga por la invasión ilegal a Irak en 2003, por las intervenciones militares en Kosovo en 1999 y en Libia en 2011, por la debacle en Afganistán en 2021, por el proteccionismo respecto de las vacunas en tiempos de la pandemia del covid-19, por la política de “doble vara” que lleva ya demasiado tiempo, y, más recientemente, por el desprecio exhibido por la administración Trump respecto del multilateralismo. In fine, Occidente padece las consecuencias de una cierta pérdida de autoridad moral que contribuyó a minar.
Pragmatismo armado
El ministro indio de Relaciones Exteriores Subrahmanyam Jaishankar dijo en voz alta lo que muchos sienten: “Europa debe salir de ese estado espiritual según el cual los problemas de Europa son problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa”6. Una gran parte de los países del Sur no quiere que se los conmine a alinearse con Estados Unidos y Europa y se sienten lo suficientemente fuertes como para decirlo7. En la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero pasado, recordaron sus prioridades: la deuda, el clima, el medioambiente y las secuelas del pasado colonial. No se trata aún, como dicen algunos en Washington, de “Occidente contra el resto del mundo”, una fórmula con aires colonialistas, ya que “el resto” constituye el 85 por ciento de la población mundial.
Dentro de esta “paz fría” que prevalece en la actualidad, las potencias medianas pueden hacer valer algunos argumentos: la riqueza acumulada de las siete principales economías mundiales, el G7, se ve ahora superada por la del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un club al que desean sumarse unas 20 naciones, entre ellas Argelia, Arabia Saudita, Indonesia y México. Pero, si esos países saben unirse para hacer escuchar mejor su voz, no pueden ofrecer –al menos no todavía– una visión diferente del sistema internacional, en la medida en que sus intereses se revelan diferentes y a veces contradictorios.
En esta era de la incertidumbre, predomina el principio de precaución bajo su forma más elemental: cada cual se arma y rápido. Los gastos militares mundiales acaban de alcanzar un récord en 2022: 2,24 billones de dólares, es decir, +3,7 por ciento en términos reales respecto a 2021 debido al aumento de los gastos europeos sin precedentes desde al menos 30 años8. Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Japón y Corea del Sur figuran entre los diez Estados que más invierten en el sector militar en el mundo. Japón pretende duplicar su presupuesto de defensa en los próximos cinco años.
Sin embargo, ni el pragmatismo del minilateralismo, ni esta carrera armamentística, son de la menor utilidad para enfrentar los desafíos globales. Se trata de construir una nueva arquitectura de seguridad internacional, de reducir desigualdades que son fuente de tensión y violencia y de enfrentar la transición climática con más de 3.000 millones de personas que viven en regiones altamente vulnerables.
Sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos habían logrado crear la ONU, dirigida por un directorio formado por las grandes potencias de la época. Frente a los desafíos contemporáneos, sería necesario dar muestras de creatividad para elaborar nuevas reglas de juego planetarias que reflejen la evolución del contexto internacional. ¿Estas nuevas reglas pasarán por un rol más importante de la Asamblea General de las Naciones Unidas frente al Consejo de Seguridad? ¿O por alianzas entre los gobiernos y la “sociedad civil”? Sin duda, todo esto a la vez, y algunas otras formas también.
Pierre Hazan, consejero Senior en el Centro para el Diálogo Humanitario, Ginebra. Autor de Négocier avec le diable, la médiation dans les conflits armés, Textuel, París, 2023. Traducción: Merlina Massip.
Juan Ángel Urruzola
La portada y varias fotos del dossier de este número corresponden a Juan Ángel Urruzola. A su veta periodística. En la sección Temas hemos recurrido al Urruzola artista visual. La frontera, como debe ser, es delgada. Nacido en Montevideo hace 70 años, es egresado de Bellas Artes de la Universidad París VIII en Vincennes, carrera que había comenzado en Uruguay antes del exilio. Acerca de la tapa de este número, escribió: “Una cantidad de manos solidarias dieron voz a ese grito, algunos compraron decenas de metros de tela, otros pintamos las letras, otras manos cosieron las tiras de tela ya pintadas”. La gran tela, bien doblada, se subió a Notre Dame, se desplegó a la hora señalada y se lanzaron algunos miles de volantes al viento. Al pie de la catedral había una cámara. Dos cámaras.
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Véase John Mearsheimer, “El fracaso de la hegemonía liberal”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, agosto de 2023. ↩
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Maria Fantappie y Vali Nasr, “A New Order in the Middle East?”, Foreign Affairs, Nueva York, 22-3-23. Véase también Akram Belkaïd y Martine Bulard, “Pekín se sitúa como pacificador del Golfo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, abril de 2023. ↩
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Samir Saran, “The New World – Shaped by Self-Interest”, Indian Express, Noida (India), 23-5-2023. ↩
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David E. Sanger, “Candidate Biden Called Saudi Arabia a ‘Pariah’. He Now Has to Deal With It”, The New York Times, 26-2-2021. ↩
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Véase Alain Gresh, “Lectura periférica”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2022. ↩
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“Explained: What Jaishankar Said About Europe, Why Germany Chancellor Praises Him”, OutlookIndia.com, 20-2-2023. ↩
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Anne-Cécile Robert, “La guerre en Ukraine vue d’Afrique”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2023. ↩
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“World Military Expenditure Reaches New Record High as European Spending Surges”, Stockholm International Peace Research Institute, www.sipri.org, 24-4-2023. ↩