Brasil vetó la asociación de Venezuela y Nicaragua a los BRICS+, grupo al que le da nombre junto con Rusia, India, China y Sudáfrica. Salvo este último, los otros tres tienen cuestionadas credenciales democráticas, o no las tienen en absoluto, por lo que el apego a las elecciones limpias no parece haber sido el único criterio tomado en cuenta por Brasilia para cerrarles el paso a Caracas y Managua. Más aún si se piensa que otros socios del mismo mecanismo son Arabia Saudita e Irán, por citar sólo dos de los casos extremos. Podría argumentarse que a Ryad nadie le pide elecciones limpias para compartir la mesa, pero no sucede lo mismo con Teherán.
El motivo entonces no parece haber sido que Nicolás Maduro haya fraguado las recientes elecciones, sino que haya “traicionado la confianza” de Brasil cuando su vecino del sur estaba promoviendo negociaciones para destrabar la crisis.1 Nicaragua, en tanto, había generado una ofensa similar cuando su presidente Daniel Ortega se había negado a atenderle el teléfono a su par Luiz Inácio Lula da Silva mientras intentaba mediar –a pedido del papa Francisco– por el encarcelamiento de un obispo.2
Una potencia regional, sobre todo cuando tiene aspiraciones de jugar en el tablero global, como es el caso de Brasil, debe, antes que nada, ser decisiva en su ámbito geográfico de influencia. En cierto punto el más visible de los dos desaires recibidos por Lula, es decir, el de Maduro, cuestiona este carácter. Mucho más si tenemos en cuenta que un actor global como Rusia respaldó a Maduro indirectamente, al mostrarse con él en la cumbre de Kazán de los BRICS+, quizá como premio consuelo. Al mismo tiempo, sin embargo, el carácter paria de Venezuela en la región alivia la sensación amarga. Ni Lula ni el mandatario colombiano, Gustavo Petro, pudieron mediar entre Maduro y la oposición por la negativa de Caracas a presentar pruebas del triunfo oficialista. Era esperable, ya que mostrar las actas de una elección perdida implicaba un riesgo existencial: Maduro no podía perder, ya que el resultado no sería la alternancia sino la cárcel. En un contexto de impunidad internacional lo importante es tener valedores poderosos (el desafío permanente de Israel a la legalidad de Naciones Unidas es un ejemplo de primera plana), por lo que Maduro ha de haber evaluado que si tenía a Rusia no precisaba a Brasil. O al menos que el peligro merecía el riesgo.
El fracaso de la mediación no implicaba un menoscabo de la autoridad de Brasilia... siempre y cuando no le saliera gratis a Caracas. Por eso el veto al ingreso a los BRICS+ restituyó el orden. Incluso el premio consuelo del apretón de manos y reconocimiento de la supuesta victoria electoral dado por el mandatario Vladimir Putin a Maduro fue, al mismo tiempo, e incluso más, un espaldarazo de Putin a Lula. Porque el principal mensaje de Moscú con ese gesto podría ser otro: si aun con el respaldo de Rusia, Venezuela no entra a los BRICS+, eso quiere decir que Brasil pesa y mucho.
Esta lectura de la incidencia de una potencia regional, sin embargo, es heredera de un formato que quizá esté diluyéndose. En tiempos de la Guerra Fría, la potencia intermedia que actuaba en un espacio reducido, en general, un sector de un continente. Era algo así como el capataz del verdadero dueño de esa mitad del mundo. Para no alejarnos de Brasil, puede pensarse en los aprontes de invasión a Uruguay en caso de que el Frente Amplio ganara las elecciones de 1971. El “Plan 30 horas”, según se supo medio siglo después gracias a documentos desclasificados, apuntaba a una intervención de Brasil intermediada por Estados Unidos, a pedido del entonces presidente uruguayo Jorge Pacheco Areco, del Partido Colorado 3. Es decir, en ese caso Brasilia no actuaba por cuenta propia –aunque la dictadura brasileña seguramente disfrutara con la idea– sino en representación de un actor mayor.
La llegada de Lula al gobierno, en 2003, se produce transcurrida una década del fin de la Guerra Fría y en pleno auge de la “guerra contra el terrorismo”. Ocurridos los atentados del 11 de setiembre de 2001, Estados Unidos situaba en países con inclinación islamista un conflicto que quería presentar como civilizatorio. Pronto, dos elementos globales van a empezara incidir: el desgaste estadounidense, y por lo tanto la posibilidad de que sea cuestionada en un futuro cercano, y la consolidación del agente cuestionador, es decir, el ascenso de China. Se suman a una cascada de gobiernos progresistas en la región que, siendo independientes de ese fenómeno dual que está ocurriendo globalmente, empiezan a poder autopercibirse autónomos. Moscú ya no es un centro exterior al que referirse –Putin recién proclamaba la victoria en la segunda guerra de Chechenia y no ha logrado todavía estabilizar esa república rebelde para salir con fuerza al “espacio exterior”– y China nunca fue una referencia más que marginal en la izquierda latinoamericana, excepción hecha de Sendero Luminoso en Perú. Así que los flamantes progresismos pueden pensarse como nuevos.
En esa novedad hay dos posibles liderazgos. Está Hugo Chávez emergiendo del golpe de Estado en su contra de 2002. Tiene una retórica que busca heredar el sitial de la influencia cubana, pero le agrega petrodólares propios. Y está Lula, quien por su propio carácter de cuestionador de las élites del pasado de su país, que son sus rivales del presente, y de cuestionador de Estados Unidos, no puede restaurar sin más el carácter de gendarme de Brasil. Rol de gendarme que, por otra parte, nunca fue puro. Siempre estuvo atravesado por el desarrollismo de vocación autoválida. Cuenta, además, con el corpus de pensamiento y acción en política exterior de Itamaraty –como se conoce a su cancillería– que también tensiona lo nuevo que proponga.
Los otros gobiernos de signo similar que surgen en el barrio (Uruguay en 2005, Bolivia en 2006, Ecuador en 2007) o que le precedían (el Chile de la Concertación puede ser colocado de manera tímida en este conjunto, al menos hasta que Ricardo Lagos en 2000 prepare el “giro a la centroizquierda” de Michelle Bachelet de fines de 2006) no pueden pararse con peso propio en el escenario internacional, pero sí pueden aportar a un peso colectivo. Ni siquiera el “rival de todas las horas” de Brasil en la consideración de cuál es la potencia regional sudamericana, Argentina, puede competir, ya que el naciente kirchnerismo está luchando por sacar a su país de una crisis económica y social inhabilitante.
Desde el primer gobierno de Lula en política exterior, Brasil puede empezar a plantear una idea que cuestione el unilateralismo estadounidense, trayendo consigo un kilaje regional que le acompaña. Ya no como gendarme de nadie sino como representante de varios. Pronto logra, en el encuentro con Rusia, India y China en la conformación del primer cuarteto de BRIC, hacer valer esa situación en la escena intercontinental. En 2010, la incorporación de Sudáfrica sintoniza con una política de diplomacia activa de Brasil en ese continente, no sólo con la participación en otro tipo de espacios dentro del África lusófona, sino mediante acciones típicas de “potencias” no avasallantes, como el soft power de las telenovelas. Son difundidas entre el público africano mediante una señal satelital específica: en ese mismo 2010 Lula lanza el canal internacional TV Brasil, expresamente dirigido a 49 países africanos con una audiencia potencial de 600 millones de personas. Es la coronación de la undécima gira africana de Lula desde que había asumido el gobierno en 2003 y ya había estado en 24 países de ese continente. Una década y media después de ese combo de visitas y telenovelas, al volver a la presidencia después de la interrupción bolsonarista, Lula retoma este enfoque. Este febrero aterriza en Egipto para posicionarse, desde ahí, en torno al conflicto de Gaza. También anuncia la reapertura de embajadas cerradas por Jair Bolsonaro en Ghana, Liberia y Sierra Leona. Impulsa la integración de la Unión Africana en el G20, aprovechando el carácter de anfitrión de Brasil en la cumbre de este noviembre, y es el principal valedor del ingreso de Etiopía a los BRICS+. Es decir, si es América Latina la que justifica el carácter de potencia regional de Brasil, es África la que lo propulsa al tablero internacional como potencia intermedia.
Este Lula jugador global no puede darse el lujo de ser asociado con el poschavismo. Si Chávez ya era un actor incómodo,al menos podía ser presentado como alguien que no se robaba las elecciones. El cable que Lula le lanzó a Maduro antes de las elecciones de este año, al apoyar las negociaciones con la oposición previas a los comicios, sólo servía si Maduro ganaba. Perdedor, el heredero de Chávez no podía jugar el juego con las reglas de Brasil y, por lo tanto, era evidente que iba a ser expulsado de la cancha.
Es que este Lula del gran frente sanitario antibolsonaro es un Lula más demócrata que petista. No en el sentido de que el Lula del Partido de los Trabajadores (PT) no fuera democrático. Lo era. Ganaba y perdía en buena ley. Demócrata en el sentido de un eje que cada vez atraviesa más el tablero mundial y las comarcas. De un lado, el republicano Donald Trump, Bolsonaro y su par argentino Javier Milei, con sus epígonos por todas partes. Del otro, Joe Biden, Lula y los sectores menos derechistas de la Unión Europea. No olvidemos que Biden fue más trabalhista de lo que se suele pensar. No sólo por su propia política doméstica sino también por sus acuerdos con el líder brasileño. Recordemos el luego desinflado lanzamiento conjunto del Acuerdo por los derechos de los trabajadores (setiembre de 2023) o el reconocimiento por parte de Biden de la prioridad de Lula para abordar la crisis venezolana.
El resultado de las elecciones estadounidenses es una mala noticia para Lula, dados los lazos de Bolsonaro con Trump y con el magnate de las telecomunicaciones y los autos eléctricos Elon Musk. La pulseada con este último, aunque se decantó favorablemente a Brasil4, no hace olvidar el peso aún no evaluado de X en la difusión de fake news para favorecer al candidato bolsonarista finalmente vencedor en las elecciones municipales de San Pablo el 27 de octubre5. Este Lula demócrata, entonces, está lejos del Brasil gendarme de aquellos años 1970 en que jugaba a potencia regional, siendo en realidad el kapo que ayudaba a mantener a raya a los suyos. Hoy el juego es otro y la postura de Brasil es de actor global con doble independencia. Independencia de Estados Unidos a partir de su rol en los BRICS+, y de los propios BRICS+ por su política transcontinental (África) y continental al mismo tiempo. Maduro tendría que haber pensado en esto varias jugadas antes de su movida más reciente y, quizá, a la postre, inevitable.
En cuanto a cómo impacta el regreso de Trump, el gobierno de Israel podrá sentirse respaldado en sus acciones ofensivas, y la doctrina de la legalidad internacional laxa de Washington se hará menos previsible. ¿Tendrá espalda este Lula para llevar al terreno internacional -ahora contra Trump y las derechas globales- aquel cordón sanitario que convocó contra Bolsonaro? No depende sólo de él.
Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.
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“Amorim: el no ingreso de Venezuela a los BRICS obedece a 'una pérdida de confianza'”, Efe, 25-10-2024 ↩
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“Crisis diplomática entre el Brasil de Lula y la Nicaragua de Ortega”, Swissinfo, 9-8-2024. ↩
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“Revelan detalles de los planes de Brasil para invadir Uruguay en 1971”, la diaria, 29-10-2021. ↩
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“El día que Elon Musk dio su brazo a torcer ante Lula”, elDiario.es, 26-9-2024. ↩
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“Brasil: la derecha ganó en San Pablo, la izquierda en Fortaleza”, Página 12, 28-10-2024. ↩