El 3 de enero, la organización Estado Islámico –a menudo denominada por el acrónimo “Daesh”– reivindicó el atentado perpetrado en Kerman, en el sudeste de Irán (103 muertos), durante una ceremonia en homenaje a Qassem Soleimani. Este general iraní, comandante de la fuerza Quds del cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, fue asesinado en enero de 2020 por un dron estadounidense. A cargo de las operaciones exteriores de la República Islámica en Siria y en Irak, combatió a los grupos armados suníes junto a las tropas del presidente sirio Bashar Al-Assad y a las milicias chiitas iraquíes. En sus canales de Telegram, el Estado Islámico precisó que esta acción –la cuarta en Irán desde 2017– fue llevada a cabo en medio “de una gran reunión de apóstatas” –entiéndase, los chiitas– y “en apoyo de los musulmanes, en particular los de Palestina”.
Por medio de esta declaración, el Estado Islámico pretendía posicionarse en el contexto de las masacres de la población palestina en la Franja de Gaza, aunque considera que esta situación no tiene nada de particular y forma parte de las múltiples “heridas” –según sus términos– del mundo musulmán. Pero el eslogan de esta campaña de violencia contra los chiitas –“Y mátenlos dondequiera que los encuentren”– nos recuerda que, desde sus comienzos, el Estado Islámico privilegió la lucha contra los “apóstatas” y no contra “la entidad sionista”, expresión utilizada de manera habitual para evitar nombrar, o reconocer, a Israel.
En 2019, tras la caída del “califato” proclamado durante el verano de 2014, el Estado Islámico se transformó en una nebulosa, cuyos focos de insurrección gozan de una amplia autonomía. La inestabilidad geopolítica, en especial en Medio Oriente, el cambio climático, la precariedad alimentaria, las pandemias, las crisis locales, a las cuales se agrega la incompetencia de algunos estados, así como, en muchos casos, los abusos de sus fuerzas de seguridad, son también auxiliares para su proliferación. Tras cinco años de guerra, el Estado Islámico fue derrotado por una coalición militar de 14 países, entre las que se encontraban las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) –alianza defensiva contra los yihadistas en Siria, compuesta por árabes, kurdos y sirios–, sin olvidar la intervención discreta pero eficaz de Irán. Pero este fracaso no menoscabó su capacidad de resiliencia o de provocar daño.
Así, cuando Abu al-Hussein al-Husseini al-Qurashi fue asesinado el 3 de agosto de 2023 durante una refriega contra los rebeldes sirios de Hayat Tahrir al-Sham en la región de Idlib, el Estado Islámico nombró de inmediato, como sexto jefe y quinto “califa”, a Abu Hafs Al-Hashimi Al-Qurashi. Este patronímico hace referencia a Quraish, la tribu de La Meca a la cual pertenecía el profeta Mahoma. Menos publicitada, la amenaza no desapareció. En diciembre, en nueve ciudades, entre ellas Estambul y Ankara, las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia turcos arrestaron a 32 personas sospechadas de pertenecer al Estado Islámico y de preparar atentados contra sinagogas, iglesias y contra la embajada de Irak. En Siria, algunos grupos de yihadistas se refugiaron en Badia, un amplio desierto en el centro del país. Desde ese santuario, en moto o en camionetas equipadas con ametralladoras pesadas, llevan a cabo de modo regular raides relámpago contra las tribus beduinas. En la primavera boreal de 2023, con el fin de apoderarse de su cosecha, mataron a más de 150 recolectores de trufas del desierto, un hongo muy buscado por su sabor y su valor comercial. Calificados a menudo como “takfiri” (“excomulgadores”) por muchos musulmanes que los combaten, esos yihadistas asignaron el mismo destino a los pastores, robando sus rebaños.
La expansión
El ejército del régimen de Al-Assad no se libró de los ataques regulares; en efecto, el Estado Islámico llevó a cabo 24 ofensivas contra las FDS en las provincias de Deir Ez-Zor, Hasaka, Raqqa y Alepo. Los yihadistas también son responsables de múltiples intentos de fuga de los detenidos que se unieron a sus filas durante la década pasada. Muchos de ellos son ciudadanos extranjeros cuyos estados rechazan repatriarlos.
Irak también fue testigo del regreso del Estado Islámico. Destrozado por la invasión estadounidense de 2003, el país se encuentra asolado por la inestabilidad institucional y las permanentes tensiones comunitarias y confesionales. Las milicias chiitas1, algunas apoyadas y entrenadas por los pasdaran iraníes, tienen su propia agenda. Los dos grandes partidos kurdos del autónomo Gobierno Regional del Kurdistán (GRK), el PDK y el UPK, en latente beligerancia, tienen cada uno su ejército de peshmergas. Estas divisiones, a las cuales hay que agregar la corrupción endémica de las élites, no permiten al gobierno de Bagdad luchar de forma eficaz contra los islamistas, que mantienen guerrillas de baja intensidad, chocando contra las fuerzas de seguridad, la población civil y las infraestructuras, en particular en la región de Kirkuk2.
El Estado Islámico también prospera en los países en los que estallaron conflictos previos entre las autoridades centrales y las poblaciones maltratadas. En Egipto, en el norte del Sinaí, en un contexto de subdesarrollo, desempleo y gran pobreza, algunos beduinos se lanzaron a diversas actividades criminales (contrabando de armas y de drogas, secuestro de migrantes eritreos o sudaneses que buscan llegar a Israel) y se unieron a las filas de los yihadistas. Desde luego, el norte de la península ya no padece la efervescencia eruptiva de los años 2014-2018, a causa de la intervención del ejército egipcio, que, a pesar de sus tanteos estratégicos, cuenta con el apoyo de los grandes clanes tribales beduinos y con la cooperación militar de Israel, sin olvidar la represión ejercida por Hamas contra las células yihadistas. Pero la situación está lejos de estabilizarse. En especial porque, como lo revela un informe de Human Rights Watch: “En lugar de proteger a los habitantes de Sinaí durante sus enfrentamientos con los milicianos, las fuerzas de seguridad egipcias dieron prueba del mayor desprecio hacia la vida de los habitantes, transformando su vida cotidiana en una pesadilla de abusos ininterrumpidos”3. Estos comportamientos agravan la desconfianza hacia el gobierno y dan respaldo a la propaganda de los terroristas.
Oportunismo en África
En Libia, aprovechando el caos provocado por la intervención militar patrocinada por Naciones Unidas en marzo de 2011, algunos miembros del Estado Islámico lograron apoderarse de la ciudad de Sirte y sus alrededores, a lo largo de la costa mediterránea. Fueron expulsados de allí debido a la tiranía religiosa que imponían a la población, pero hoy por hoy están establecidos en Cirenaica, cerca de la frontera con Chad, donde chocan contra el Ejército Nacional Libio (ANL) del mariscal Jalifa Hafter, uno de los principales protagonistas de la guerra civil. El Estado Islámico también se instaló en África Central y África del Este. Su mirada se dirige hacia la República Democrática del Congo (RDC), cuya parte oriental está sumida en los combates entre el ejército de Kinshasa y diferentes milicias, entre ellas las Fuerzas Democráticas Aliadas (AFD), una coalición de grupos armados ugandeses que lleva a cabo, según la expresión de varios observadores, “una yihad desde lo más profundo de la selva”4. En Mozambique, en la provincia de Cabo Delgado, la ausencia de resultados financieros de las explotaciones gasíferas fue el origen de una insurrección popular apoyada por el movimiento Al-Shabaab (“los jóvenes”, en árabe). Para congregar a esos grupos, el Estado Islámico fundó la Islamic State Central Africa Province (ISCAP) y también recluta ciudadanos de Burundi, de Tanzania o de Kenia.
En el noreste de Nigeria –país en el que la mitad de la población sobrevive con dos dólares por día–, el Estado Islámico recurrió a pandillas de marginales para afianzar su presencia bajo el nombre ISWAP (acrónimo de Islamic State West Africa Province). Además de ISWAP existen dos ramas antagónicas del yihadista Boko Haram que causan estragos: una confirmó su afiliación con el Estado Islámico, mientras que la otra se replegó hacia las orillas del lago Chad, donde extorsiona a los pescadores nigerianos y realiza razias en el norte de Camerún, saqueando las viviendas, arrasando con el ganado y sembrando el terror. En respuesta, la Unión Africana creó en 2015 la Fuerza Multinacional Mixta (FMM), compuesta por tropas de Benín, Camerún, Níger, Nigeria y Chad. Sin embargo, Human Rights Watch constató que durante sus intervenciones en la cuenca del lago Chad esta fuerza procedió a ejecuciones sumarias, arrestos arbitrarios y practicó la tortura de manera sistemática.
Siempre en África, el Estado Islámico hizo del Sahel un gran terreno de operaciones. Tras haber ganado influencia entre los grupos armados vinculados con Al Qaeda, el Estado Islámico, bajo la denominación de Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS), también desarrolló sus actividades mortales y de bandolerismo en la confluencia de Mali, Burkina Faso y Níger, en la región llamada “de las tres fronteras”. El Estado Islámico sacó ventaja de las turbulencias regionales y con el aumento de los golpes de Estado provocó la interrupción de las operaciones militares llevadas a cabo por las tropas francesas y la partida de estas últimas debido a las exigencias de las nuevas autoridades, apoyadas por la mayoría de los habitantes. El 16 de junio de 2023, a solicitud de Mali, la ONU puso fin a la presencia de la misión de Naciones Unidas en suelo maliense. Esta retirada y la partida de las fuerzas especiales francesas beneficiaron a los yihadistas. Así lo constató Níger, país vecino que hasta entonces había estado relativamente a salvo: desde agosto de 2023, una sucesión de incursiones costó la vida a 28 militares de sus fuerzas de seguridad y defensa.
Zonas de Asia
También encontramos al Estado Islámico en Afganistán y en la península Arábiga. A pesar de sus compromisos durante las negociaciones de Doha con Estados Unidos con el fin de acabar con el Estado Islámico del Jorasán (EI-K), el gobierno talibán todavía no logró frenar la violencia sectaria hacia la minoría chiita de los hazaras. Recurriendo a un método aguerrido, el EI-K se apoya en los desacuerdos étnicos, ofreciendo a los tayikos minoritarios apoyo y protección contra los pastunes, mayoritarios. El Estado Islámico recluta también entre los combatientes provenientes de Asia Central o del Cáucaso, y entre los más radicales adeptos de la red controlada por la poderosa tribu Haqqani, cuyo líder Sirajuddin Haqqani es ministro del Interior del nuevo gobierno, a la vez vinculado con Al Qaeda, que sigue estando muy activo en Afganistán. Aunque no logren proteger a los hazaras, los talibanes lograron impedir que los yihadistas reconstruyeran un “califato”, tal como era su proyecto. Sin embargo, en ese país sostenido a duras penas por donaciones de la ONU, donde el ingreso por habitante es uno de los más bajos del mundo, no debe excluirse un derrumbe social y de seguridad, del cual sacarían provecho.
En Yemen, el Estado Islámico y Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) se enfrentan a lo largo de la costa del mar Arábigo y en el norte del país. Tras ocho años de conflicto, mientras una situación de “ni paz ni guerra” se instaló en el país y se entablaron difíciles negociaciones entre la coalición (conducida por Arabia Saudita) en apoyo del jefe de Estado y la rebelión hutí apoyada por Irán (veáse el artículo de Tristan Coloma), la presencia de esas dos facciones decididas a continuar confrontándose impide toda posibilidad de que la antigua “Arabia Feliz” vuelva a encontrar paz y seguridad.
Buscando continuar con su progresión hacia el este, el Estado Islámico intentó instalar guerrillas en las exrepúblicas soviéticas de Asia Central (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán). Blanco de regímenes autoritarios, así como de China y de Rusia, decididos a que los islamistas no traspasen sus fronteras, fracasó, y por lo tanto se limitó a las campañas de reclutamiento. Así, tras haberle jurado lealtad, el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) se transformó en un centro de reclutamiento para voluntarios uigures, chechenos, uzbekos, tayikos, kirguises, kazajos y turkmenos. En 2017 constituían los batallones del “califato” sirio-iraquí más importantes. Dos años después, su caída obligó a algunos a refugiarse en la zona rebelde de Idlib en Siria; otros se fueron a luchar a Afganistán.
El Estado Islámico también intentó establecerse en el Sudeste Asiático. En Filipinas, en la isla de Mindanao, una minoría musulmana lucha desde hace mucho tiempo por arrebatar el poder a la mayoría cristiana. En 2017, tras haber absorbido a sus guerrilleros, el Estado Islámico tomó brevemente el control de Marahui, la mayor ciudad musulmana del archipiélago. Las fuerzas armadas nacionales lo expulsaron de allí, obligándole a replegarse cerca del lago, en el sur de la ciudad. Finalmente, en Europa, el último atentado de relevancia cometido por el Estado Islámico tuvo lugar en Viena (Austria) en 2020 (cuatro muertos, 23 heridos). Desde entonces, algunos “lobos solitarios” siguieron invocándole, a pesar de que el Estado Islámico no estaba en el origen de sus actos (sólo con posterioridad publica comunicados reivindicando ese terrorismo individual).
Jean Michel Morel, periodista, miembro del Comité de Redacción del diario en línea ORIENTXXI. Traducción: Micaela Houston.
Teatro de guerra
Más allá de su situación actual, el Estado Islámico (o Daesh) ha dejado una herida indeleble en los antiguos territorios de su efímero califato. En “Representar el dolor para superarlo” (Le Monde diplomatique, julio de 2017), Marina da Silva repasó el modo en que el teatro ha intentado lidiar con esa realidad, por ejemplo, en Hamlet 1983, de Fekret Salem, que adapta a William Shakespeare trasplantando la descomposición del reino danés al Irak contemporáneo. Además de la violencia y la corrupción, denuncia las cadenas que atan a la sociedad, y sobre todo, mediante la intriga familiar de la cual Hamlet se quiere vengar, la imposición que rige sobre las viudas de volver a casarse con un cuñado, un fenómeno común pero poco documentado y trágico. Las mujeres no eligen a su nuevo compañero, mientras que los hombres jóvenes ven cómo se derrumban todos sus proyectos de futuro.
Director asociado al Teatro Nacional de Bagdad, programado en varios festivales internacionales, Anas Abdessamad eligió un camino diferente a la adaptación de los clásicos. En Taubek [Reproche] hace un teatro de imágenes, sin palabras, que pulveriza todas las referencias y todas las representaciones. Un teatro de la inquietud que enfrenta la violencia y la brutalidad de un Estado en descomposición minado por los conflictos religiosos, tanto los de la guerrilla yihadista como los de la intervención estadounidense, que alimentó los rencores y los deseos de venganza.
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Adel Bakawan, “El creciente peso de las milicias en Irak”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2023. ↩
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Laurent Perpigna Iban, “El despertar del Estado Islámico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2021. ↩
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“‘Si vous craignez pour vos vies, quittez le Sinaï!’. Exactions des forces de sécurité égyptiennes et d’un groupe affilié à l’État islamique au Sinaï Nord. Résumé et recommandations”, Human Rights Watch, mayo de 2019. ↩
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“République démocratique du Congo, l’avenir incertain. Provinces de l’Est, la prolifération des groupes armés”, “Cultures Monde”, France Culture, 12-12-2023. ↩