Rodolfo Fogwill la definió como la mejor escritora argentina. Y no fue un capricho: Hebe Uhart observó y escuchó, como nadie, los modos de habla. Si bien hoy ocupa un lugar de culto en la narrativa argentina, por décadas publicó en pequeñas editoriales independientes y fue un secreto muy bien guardado. Ayer, Hebe Uhart murió, a los 81 años, ya con un amplísimo círculo de lectores.
A lo largo de su vida, la autora de El budín esponjoso fascinó con infinitas historias cotidianas, íntimas, vitales, que alternaban temas como la migración, la iniciación escolar (cómo no recordar la extraordinaria novela corta Memorias de un pigmeo, de 1992), las variantes familiares, el desarraigo (como en aquel mundo brutal de Mudanzas, que fue editada por Mondadori en Argentina, en 1995, y por Lectores de Banda Oriental al año siguiente) o el ascenso social, desde una mirada extrañada. “Me siento tan humilde y tan gentil al mismo tiempo que agradecería a alguien, pero no sé a quién. Reviso mi jardín y tengo hambre, me merezco un durazno. Enciendo la radio y oigo que hablan de la onza troy: no sé qué es, ni me importa: arre, hermosa vida”, desafía la narradora de “Guiando la hiedra”, uno de sus grandes cuentos en el que registra esa esencia alucinada del presente, mientras una mujer ordena sus plantas. Es que su obra, además de transformar, despuntaba en profundidad y transparencia.
Uhart nació en Moreno, estudió Filosofía y trabajó como maestra. Cuando en 2004 la entrevistó el diario argentino Página 12, contó que en su casa no tenía acceso a la lectura, y que nunca había sido estimulada a escribir, aunque su madre siempre le contaba historias. Este dato es fundamental: para ella la literatura siempre fue un ejercicio de memoria. Por eso le gustaban tanto las historias familiares, y creía que haber nacido en un pequeño pueblo se había convertido en un certero aprendizaje literario. Decía que la observación era la primera capacidad que debía adquirir un escritor, porque si todos miraban el mundo en función de un interés –afectivo, económico–, la mirada del escritor era más generosa. “Simplemente quiere ver qué pasa”.
Volviendo a “Guiando la hiedra”, en un momento la mujer admite: “Entendí qué pasa con los que se mueren y con los que se van; vuelven en sueños y dicen: ‘Estoy, pero no estoy; estoy, pero me voy’ y yo les digo: ‘Quedate otro ratito’ y no dan ninguna explicación. Si se quedan lo hacen como ajenos, en otra cosa, y me miran como visitas lejanas”. Desde ayer, Uhart desbarató el orden de esta región del olvido, y volvió a imponerse con su insólita potencia poética.