El escritor Aldyr Garcia Schlee murió el jueves en Pelotas, exactamente una semana antes de cumplir 84 años, y en horas previas a un partido intrascendente entre Uruguay y Brasil en Londres. En 1953, cuando tenía 19 años, el joven, natural de Jaguarão, ganó el concurso del diario carioca Correio da Manhã para diseñar un nuevo uniforme para el equipo de fútbol de Brasil después de la derrota de Maracanã, que antes era todo blanco, a pesar de que luego fue un hincha ferviente de la celeste. Y, con todo derecho, debe integrar la selección uruguaya de literatura.
En 2006, una fuerza irresistible hizo que me tomara un ómnibus a Pelotas y llegara al centro de la ciudad a la deriva. En esos días se estaba jugando un mundial y, en la Bibliotheca Pública, había una charla sobre fútbol en la que había un sociólogo, un antiguo golero y entrenador uruguayo, y un periodista. Cuando abrieron la participación al público, levanté la mano, dije que andaba con los Cuentos de fútbol y El día en que el papa fue a Melo en la mochila (sus dos libros editados en Uruguay por Banda Oriental) y pedí un mate. En definitiva, terminé comiendo asado y tomando vino con los organizadores y con los datos ciertos de cómo encontrar a Aldyr en su nueva dirección, porque iba con la misión de entrevistarlo para la revista Iscariote. Me atendió el teléfono Marlene, su esposa, quien, después de que le dijera que yo era uruguayo y quería hablar de literatura –no de la camiseta–, me indicó que tomara un ómnibus frente a la “Igreja Cabeluda”. Rato después estuve en la casa de Capão do Leão, donde lo conocí. Le di la mano y me dio las dos. Cuando sé de su muerte, 12 años después, todavía sigue fluyendo la emoción del encuentro con una figura de tanta generosidad, alegría, profundidad y profusión, algo que percibía todo el mundo, los uruguayos que lo conocimos y también los pelotenses, que casi no lo dejaban caminar por la ciudad sin pararlo para saludarlo.
Fue figura ineludible en los primeros Encuentros de Escrituras, organizados por la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado, jornadas en que se dieron cita unos cuantos representantes de la literatura regional, quienes desdibujaron las fronteras políticas a favor de los encuentros estéticos y humanos. Es a propósito de la línea divisoria que siempre escribió Aldyr, cuya formación fue fronteriza, especialmente en la infancia y la adolescencia, período en que menudeaban los cruces para el lado de acá a ver películas en español en el cine de Río Branco. Además de que, como profesor universitario, dictó Derecho Internacional y de que anduvo mezclado en cierto acuerdo binacional acerca de la laguna Merín, fue un profuso consumidor, admirador y finalmente traductor de literatura uruguaya, a tal grado que daba la impresión de conocernos más que lo que nos conocemos nosotros mismos. Su propia obra se circunscribió al ámbito de la frontera, en un radio que incluye el sur del sur de Brasil y gran parte de la zona noreste de Uruguay. Pintó a una diversidad de personajes, en su mayoría gente sencilla de pueblo, con una paleta de colores mucho más emparentada con nuestro Juan José Morosoli que con un Jorge Amado o incluso sus coetáneos riograndenses.
En Cuentos de fútbol se cuela el fútbol uruguayo, libro del que recuerdo particularmente la narración de una definición por penales entre Nacional y Peñarol en la que Alfonso Domínguez, vestido de amarillo y negro, estrelló un penal contra el vertical izquierdo, mi mayor dolor futbolístico de la infancia. En El día en que el papa fue a Melo se puede leer un grupo de historias de personajes comunes y corrientes que ocurren al mismo tiempo que el alboroto de la llegada del pontífice a la capital arachana, libro para cuya escritura el autor se trasladó expresamente a la ciudad una vez que se disipó la polvareda vaticana para recoger testimonios; obra esta que es el precedente nunca mencionado, pero ineludible, de la película uruguaya El baño del papa. Más adelante en el tiempo, Aldyr resolvió meterse con un ícono de la cultura uruguaya en Os limites do impossível, una novela compuesta por cuentos, cuando dibujó las historias de la gente de la casa del coronel Escayola, en particular de las mujeres –hay muchas mujeres en su narrativa–, la familia de la que la tesis uruguaya sostiene que nació Carlos Gardel en Tacuarembó. Y, si allí se ocupó de nuestras figuras icónicas, en la novela Don Frutos avanzó aun más, ya que se dedicó a contar los últimos días de Fructuoso Rivera, personaje generalmente eludido por la literatura escrita en Uruguay y cuya muerte sucedió, precisamente, en esa frontera. Entonces, por estilo y por paisaje, ha merecido siempre figurar en el canon de la literatura uruguaya.
El viento del norte trae calor y locura, el del este agua como peste, y por estos días desde esos puntos cardinales vienen desastres políticos y lágrimas. Podrán decir los creadores de leyendas que Aldyr le voleó la pata al alambrado de la vida y se internó en la pampa eterna para no vivir bajo un gobierno de monstruos. Irá de manos dadas con Marlene y seguirá publicando sus libros, cosa que siguió haciendo hasta este mismo año.