En mayo de 2009, cuando murió Mario Benedetti sin haber dejado herederos, ya estaba encaminada la creación de una fundación que controlara los derechos de autor de sus obras y que, además, promoviera la defensa de los derechos humanos, que fue una de las causas que sostuvo largamente el escritor. La primera directiva de la Fundación Mario Benedetti (FMB) fue conformada por un consejo de notables, entre los que se encontraban los ya fallecidos Eduardo Galeano y Daniel Viglietti, más Guillermo Chifflet y la escritora Sylvia Lago, mientras que el encargado de gestionar el día a día fue Ariel Silva Colomer, secretario personal de Benedetti en los últimos tramos de su vida. El año pasado su puesto quedó vacante y un centenar de personas se presentó al llamado para ocuparlo.

El elegido fue el escritor y periodista Roberto López Belloso, quien trabajó como editor de la sección Mundo de Brecha, desde hace unos años está el frente de Ediciones Olímpica, encargada de publicar las revistas Rocket y Quiroga, y en 2014 ganó el Premio Nacional de Literatura con Poemas encontrados cuando no había. Nacido en 1968, López Belloso pertenece a una generación que puso en cuestión el legado del autor de Poemas de la oficina y hoy rescata, justamente, al Benedetti crítico. Comenzamos hablando sobre lo que ya se puede revelar de su plan como conductor ejecutivo de la Fundación.

Roberto: Estamos tratando de trabajar muy en sintonía con los docentes de literatura de Uruguay, que son un mediador interesante para difundir la obra de Benedetti entre los jóvenes.

¿Lo leen menos, más, o distinto?

Creo que leen distinto en general, no solamente a Benedetti. Las nuevas tecnologías han modificado nuestra relación con la lectura, y mucho más en los nativos digitales. El gran desafío que tienen los docentes de cualquier materia, independientemente de que sea Literatura o Química, es tratar con alumnos que tienen una relación con los textos distinta a la que tenían ellos cuando comenzaron a vincularse con las materias que están enseñando. Eso afecta tanto la compresión lectora como la capacidad de expresar ideas. De acuerdo a mi percepción, tiene que ver con las dificultades para focalizar la atención en un texto debido a los distintos distractores que existen en el aula y en la vida cotidiana. Benedetti se estudia en tercer año de liceo. Los profesores, por lo que nos han dicho, trabajan sobre todo con cuentos, aunque también hay docentes del liceo de La Teja que trabajan con la novela La tregua [1960]. Los cuentos que trabajan en general son los mismos: “Puntero izquierdo”, “Los pocillos” o algún fragmento de Primavera con una esquina rota [1982]. Este año, por el Mundial, se va a trabajar mucho con “Puntero izquierdo”; vamos a hacer una edición especial para estudiantes, prologada por Agustín Lucas. Estamos tratando de que los docentes hagan un ciclo completo con la obra de Mario. Y si trabajan en el aula el texto, que luego puedan venir a la Fundación, realizar una visita guiada con su profesor y nosotros, y después ver una exhibición de una versión fílmica de La tregua, supongamos. Luego el docente puede trabajar en el aula la diferencia entre el lenguaje cinematográfico y el lenguaje escrito.

¿Siguen reconociendo ese Uruguay oficinesco de Montevideanos [1959] o ven otras cosas?

Ya eran otras cosas las que Benedetti trabajaba hacia el final de su carrera. Montevideanos y Poemas de la oficina [1956] son una época de su obra y también una época de Uruguay. Indudablemente, pueden llegar a ser sus obras más representativas antes del exilio. La experiencia del exilio transforma a todos los escritores que la atraviesan; Mario no fue la excepción. Si uno mira la obra que produjo en el exterior y al regreso, verá que Benedetti se ha tropicalizado. También hay una influencia mayor de la literatura cortazariana. Uno lo aprecia incluso mirando la biblioteca personal de Benedetti: los libros anteriores a su ida al exilio son muy Generación del 45, y en lo que empieza a atesorar en su biblioteca luego del regreso a Uruguay en 1985 aparece Marosa di Giorgio, por ejemplo. Hay una transformación en su escritura que no siempre es identificada cuando se piensa en Benedetti porque uno tiende a quedarse en el Benedetti predictadura. Incluso cuando uno piensa en cuentos de fútbol tiene presente a “Puntero izquierdo” y se habla poco de “El césped”, que es un cuento más amargo: “Puntero izquierdo”, en última instancia, es un cuento de redención, o sea, trata de un futbolista que arregla para ir para atrás en un partido y durante el juego se arrepiente, si se nos permite el spoiler.

Otra zona muy popular es su poesía tardía, más amorosa o amable.

El mejor Benedetti, en términos poéticos, es el del exilio. La casa y el ladrillo [1977] es su libro mejor logrado. Creo que la poesía de los últimos libros no es su mejor poesía. Los más flojos son los de Yesterday y mañana [1987] en adelante. Por algo Inventario I [1985] e Inventario II [1994] son más potentes que Inventario III [2002] e Inventario IV [2009]. Son muy interesantes y poco conocidos sus intentos con el haiku; creo que logra un haiku que es muy uruguayo en cuanto a que mantiene su forma, pero la adapta del casi panteísmo japonés a un haiku más coloquial, más montevideano. Pero, sobre todo, diría que no olvidemos al Benedetti crítico. Si yo tuviera que hacer una mirada general sobre la obra de Benedetti, diría que la parte menos recordada y quizás la más robusta de su obra es la crítica.

La crítica también es una herramienta para entender su proyecto como narrador y poeta. Por ejemplo, leyendo lo que escribe sobre otros queda claro que su estilo está totalmente buscado para potenciar la comunicación.

Una antología es un ejercicio de crítica, básicamente. Una de sus antologías esenciales es Los poetas comunicantes [serie de entrevistas publicada en 1972]. En ese título y en la elección de los autores [Idea Vilariño, Nicanor Parra, Jorge Enrique Adoum, Ernesto Cardenal, Carlos María Gutiérrez, Gonzalo Rojas, Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar y Juan Gelman] ya hay un programa literario. De hecho, él es un poeta comunicante: no busca forzar los límites del lenguaje, como otros, sino, dentro de los límites del lenguaje que le permiten comunicarse con el otro, trabajar la palabra para generar empatía y para trasmitir sus ideas sobre el amor, la vida y la sociedad. Indudablemente, si la mirada crítica busca vanguardia en la poesía de Benedetti, no la va a encontrar. No va a encontrar experimentación sino lo que vemos día a día en la Fundación: su enorme capacidad para generar emoción en sus lectores, y un diálogo con ellos.

Tal vez la zona más experimental sea una de las más polémicas por otros motivos: El cumpleaños de Juan Ángel es una novela en verso y también un llamado a la acción armada publicado en 1971, cuando los Tupamaros ya estaban militarmente derrotados.

Está dedicada a Raúl Sendic. Creo que más allá de lo que un crítico pueda opinar sobre la oportunidad de la aparición de una obra, lo cierto es que un creador en general trabaja con los materiales que están a su alcance, que lo convocan a trabajar literariamente un tema de manera muchas veces independiente de la oportunidad de que sea publicado. Hay una autonomía de la esfera de lo literario, mayor o menor según el creador. Pero esa obra logró cinco ediciones en el mismo año de publicada, y obtuvo un tremendo éxito inmediato. Cuando se investigue se verá si hubo modificaciones en las distintas ediciones. Lo que puedo decir es que tuvo un altísimo impacto en sus lectores.

Lo que reeditó durante los 60 y luego no quiso volver a publicar fue El país de la cola de paja, que apareció originalmente en 1962 y tuvo agregados varios.

Mario no renegó de sus libros, pero siempre dijo que el libro al que no le veía sentido reeditar, porque estaba muy atado a la coyuntura, era ese. No se trataba de renegar de lo que había dicho, sino algo parecido a lo que podría pasar con Mejor es meneallo [1967], las crónicas de Damocles, su trabajo humorístico, que se puede republicar por su valor histórico, pero no porque diga lo que decía en ese momento.

Pero hay tramos de El país de la cola de paja que acompañan a Gracias por el fuego [1964], como si dialogaran. En la novela le hace afirmar a distintos personajes ideas que en el ensayo son más bien dudas o contradicciones sobre la democracia y la revolución.

Es una etapa muy fermental y me imagino que muchas cosas se pensaban de distinta manera según cómo la realidad iba dialogando contigo.

Punk y UJC

En los años 80 Roberto López, que hoy mantiene una columna de difusión de poesía en el semanario Brecha y que el año pasado fue el editor del volumen colectivo Eduardo Galeano: un ilegal en el paraíso hacía la revista Iniciativa Psicótica. En el ambiente cultural de la salida de la dictadura, Benedetti y Galeano eran blancos móviles; no se podía matar a Onetti, pero ellos sí estaban al alcance no sólo de los veinteañeros que editaban revistas subte, sino también de periodistas algo mayores, como Raúl Forlán Lamarque, o de escritores ya veteranos, como Elvio Gandolfo.

Roberto: Hay una entrevista que Forlán Lamarque hace para Jaque en la cual nos invita porque hacíamos revistas subterráneas a Fernán Cisnero [de G.A.S. Subterráneo, hoy editor en El País], a Gustavo Escanlar [que hacía Suicidio Colectivo y luego trabajaría en Búsqueda], a Gabriel Peveroni [Cable a Tierra, actualmente en TV Ciudad] y a mí, aunque creo que la revista más lograda era La oreja cortada [editada por Héctor Bardanca]. Ahí nos conocimos los cuatro y comenzamos a ser amigos. En el caso de Gustavo se cortó por su muerte prematura, pero somos amigos o conocidos, parte de una misma generación. Y ya en esa entrevista se da una polémica en la que básicamente Gustavo tira una pequeña granada, en su estilo, contra Benedetti, y dos de los que estábamos ahí defendemos a Mario. Y lo defendemos diciendo que el país de la cola de paja sigue existiendo. Entonces arranca una polémica sobre ese tema. Más tarde, con el tiempo, todos confesamos que habíamos polemizado sobre El país de la cola de paja y ninguno de los cuatro lo había leído. Creo que eso resume un poco buena parte de esa polémica, que tiene un componente estético, porque es muy entendible, lógico y atendible que haya una mirada que encuentra insuficiente la poesía de Benedetti desde el punto de vista de la experimentación contra el lenguaje, pero también había un componente político: había una clara identificación de Benedetti y Galeano con la izquierda, y en ese país binario que ya se estaba construyendo casi gramscianamente, atacarlos tenía esa pata.

¿Vos cómo te parabas entonces y cómo lo ves hoy?

En mi caso, coexistió el punk con la UJC [Unión de la Juventud Comunista], así que yo no veía una contradicción entre leer a [Charles] Bukowski y leer a Galeano. Tampoco entre entender el gran valor periodístico de Galeano o el gran valor crítico de Benedetti, con otras zonas de su literatura que me resultaban menos satisfactorias. A mí me parece que la dictadura desacomodó los parricidios naturales de la generaciones. La nuestra tendría que haber sido parricida contra la generación de los Sex Pistols, pero nosotros estábamos siendo la generación de los Sex Pistols. Galeano y Benedetti, además, no son la misma generación: Galeano es de la del 60 y Benedetti es del 45. Ese es uno de los tantos quiebres que produjo la dictadura en la continuidad cultural. Y en esa línea de negar a Benedetti yo diferenciaría mucho entre Gandolfo, que niega a Benedetti habiéndolo leído, y lo que hacía Gustavo, que lo negaba con una lectura no tan profunda.

El afuera

Por estos días están en cartel tres versiones de Pedro y el capitán [1979], en México, Guatemala y España, mientras que en Perú se montó una adaptación de La tregua. “En teatro, lo que más interesa afuera es Pedro y el capitán [1979], sobre todo en países centroamericanos, donde le ven una gran actualidad”, dice Roberto López. Benedetti es, además, un atractivo turístico: cerca de 15 extranjeros llegan diariamente a la Fundación para adquirir libros del autor que admiran, o, simplemente, para sentirse más cerca de él.