1918 fue un año clave para Vicente Huidobro y, en consecuencia, para la literatura de vanguardia en castellano. Tras partir de su Santiago natal en 1916, el poeta pasó por Buenos Aires y de ahí, donde publicó la plaquette El espejo de agua, se embarcó finalmente a Europa. A fines de ese año llegó a París, donde vivió con intensidad la apoteosis de la Primera Guerra Mundial y del dadaísmo, hizo amigos que lo pusieron en contacto con las nuevas ideas poéticas y plásticas (Max Jacob, Pablo Picasso, Juan Gris, etcétera), y en 1917 editó en francés un poemario fundamental: Horizon carré.

Al año siguiente, luego de su pelea con Pierre Reverdy (con quien se disputaría la paternidad del movimiento creacionista), llegó a Madrid. Tenía entonces 25 años y, entre cartas con Tristan Tzara, colaboraciones en la revista Dada, las tertulias de Ramón Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Assens (que comparó su paso por España con el de Rubén Darío), Huidobro reeditó su plaquette bonaerense y publicó cuatro libros: dos en francés, Hallali (marcado por la experiencia de la guerra) y Tour Eiffel (acompañado con ilustraciones de Robert Delaunay, que en ese momento vivía con su esposa Sonia en Madrid) y dos en castellano: Poemas árticos y Ecuatorial.

Estos dos, de factura dispar pero cercanos, se pueden ver ya como ejemplos logrados de la escritura creacionista, movimiento estético del que Huidobro se consideró ideólogo (de ahí sus polémicas con Reverdy, poeta y director de la influyente revista Nord-Sud, que supo ser su amigo y le disputaría luego su lugar de fundador) y que surge de la idea de que el poema debe ser autónomo con respecto al mundo y el poeta una suerte de dios creador, que trae a la existencia lo que no está.

En su versión de la vanguardia, que se hará clara en sucesivos manifiestos (como el inaugural “Non Serviam”, de 1914), Huidobro sigue (aunque reniega de ellas) las inmediatas lecciones del futurismo italiano, sobre todo las directrices del Manifiesto técnico de la literatura futurista, publicado por FT Marinetti en 1912, pero también las asumidas de los cubistas y de los dadaístas, con quienes tuvo numerosas oportunidades de intercambiar ideas y polemizar. Así, se puede ver en su escritura una exaltación de las metáforas inéditas (“AVIÓN DE CRISTO” es como se llama a la Cruz del Sur) y las comparaciones desaforadas (“El corazón del África soleado / Se abre como los higos picoteados” o “Un tren puede rezarse como un rosario / La cruz humeante perfumaba los llanos”), la reivindicación del poder del sustantivo, el uso controlado de los adjetivos, la ruptura de la sintaxis y la supresión de los signos de puntuación, el espacio de la página o la simultaneidad de planos, esta última trabajada mediante la presentación consecutiva de imágenes disímiles y distantes, que mezclan tiempos y espacios (como en “Exprés”) o igualan lo inmenso y lo minúsculo (como en “Cigarro”), trasladando a la poesía la vertiginosa experiencia moderna del mundo.

Además de su espíritu pacifista, hay en su obra interés claramente lúdico, que repara en la materialidad de la palabra, tanto desde lo visual (letras, tipografía) como desde lo fónico (rimas, homonimias), y una integración gozosa de elementos oníricos, exotismos y tópicos místico-astrológicos que hacen de Poemas árticos, una cuarentena larga de textos, y de Ecuatorial, uno de los primeros poemas de largo aliento logrados del autor del torrencial Altazor (1931), casos paradigmáticos en el corpus de Huidobro, que, tras varios años de experimentación y de mantenerse en una modulación cercana todavía al modernismo de Darío y Julio Herrera y Reissig, alcanza su madurez y encuentra en nuestra lengua, como ya había hecho en francés, su voz.

Edición aniversario

En el marco de los 100 años de ambas publicaciones, la editorial uruguaya Yaugurú, con apoyo de la Fundación Vicente Huidobro, publicó un libro que dice mucho ya desde lo material. De gélidas páginas azules, con tipografía blanquísima (la austera y elegante Gafata, de Lautaro Hourcade), esta edición une los dos volúmenes y alienta, así, la interpretación conjunta de estos textos que fueron escritos, por otra parte, en los mismos años y con la experiencia secuencial del cinematógrafo en mente. De este modo, si ya se podía ver cierta contigüidad entre los Poemas árticos (piezas consecutivas que concluyen, por ejemplo, “El paquebot errante que cortó en dos el horizonte” y “Soy el viejo marino / Que cose los horizontes cortados”), ahora es fácil también establecer ese tipo de relaciones entre los poemas de uno y otro libro. Si “Universo”, del primero, cierra “Mañana será el fin del universo”, Ecuatorial lo hace con los versos “El clarín aún fresco que anuncia / El Fin del Universo”, un estribillo que mucho dice de estas piezas, escritas desde ese “SIGLO ENCADENADO EN UN ÁNGULO DEL MUNDO”.

Además, como los ya mencionados “Exprés” y “Universo” –que presentan cierta yuxtaposición de elementos mediante el uso de las columnas–, la dispersión y el juego con la sintaxis habilitan una lectura horizontal, ya no de los poemas como fueron escritos, sino como se presentan dispuestos en las páginas. Esa simultaneidad, hecha de palabras que se distribuyen enérgicas por el espacio, a veces formando sentencias completas de sentido y por momentos atravesando en diagonal los versos, invita a una lectura del libro no como un plano, sino como un espacio tridimensional, en el que las cosas surgen a la superficie o se hunden y desaparecen.

A pesar de ciertos rasgos que, como sostienen Felipe Cussen y Marcela Labraña en su prólogo a una antología de Huidobro, suenan hoy antiguos (los “aeroplanos” o el mencionado “paquebot”), a pesar de la sensación de “golpe de efecto” que dejan algunas metáforas grandilocuentes, a pesar, sobre todo, de la personalidad provocativa y megalómana del poeta, en los mejores de estos versos se puede ver el certero manejo de una fuerza expresiva que se muestra controlada, reflexiva (cercana a la poesía japonesa, admirada por el chileno), que abre la trama del poema y, en su frenesí viajero, hace emerger un tiempo nuevo.

Poemas árticos y Ecuatorial | Vicente Huidobro. Montevideo, Yaugurú, 2018.