En Derroteros literarios (2015) Lisa Block de Behar recuerda “la proximidad semántica que entre el pensamiento y el agradecimiento existe entre las lenguas anglosajonas”: “Siempre me llamó la atención que to think esté muy cerca de to thank en inglés, y denken und danken en alemán”, dice. Lo hace en el capítulo que dedica a los techos altísimos de mampostería imponente del Instituto de Profesores Artigas –en Sarandí 420–, al aura de sus primeros profesores, y a su hermana Paloma. Algunas de las pistas que allí siembra, y tal vez la forma que toma en su recuerdo Eugenio Coseriu, cómo repara en la memoria implacable de este lingüista rumano, en sus citas literarias, y en los términos “pronunciados y anotados en griego, latín, alemán, ruso, inglés, italiano, francés rumano, su lengua materna”, sirvan para entender qué tipo de pasión o entusiasmo chispean en los ojos vivísimos de esta mujer de 81 años que la Universidad de la República decidió distinguir con el doctorado Honoris Causa hoy, en el Aula Magna de la Facultad de Información y Comunicación (FIC).

Su reputación es internacional. Fue becaria de la Fundación Guggenheim y de la Comisión Fulbright, ha sido profesora visitante, ha dictado conferencias y seminarios sobre temas de lingüística, teoría literaria, literatura comparada y hermenéutica en varias universidades del exterior, además de publicar de forma continua en revistas especializadas en estas disciplinas. “A veces siento que no puedo hablar, de tanto que me importan las palabras. En lugar de continuarse, las palabras se detienen, ellas mismas interrumpen la consecutividad sintáctica necesaria; es como si pesara sobre ellas una gravedad que las atrae hacia un centro donde se desploman palabras de distintas lenguas, una dimensión vertical, no solamente filológica, que tranca el diálogo, como si las voces se hablaran entre sí”, decía en una entrevista para Insomnia en el año 2000, dando cuenta del respeto casi místico que transmite a sus alumnos por las palabras, las voces, los símbolos.

Proveniente de una familia de judíos inmigrantes (su padre era alemán y su madre polaca), admite que no podría precisar cuál es su lengua materna, si el “suave y armonioso yiddish” de su mamá, el alemán que compartían sus padres, o el perfecto español que su padre había logrado. La guerra trajo hasta su casa refugiados alemanes y austríacos. Junto al esfuerzo, introducirlos en el idioma local fue un juego que precipitó el placer de la palabra comparada, la reflexión sobre el lenguaje y el sentido. Su francés viene del liceo público, como pública era la escuela Rodó a la que asistía, según contó, cuando las palmeras de las inmediaciones de Bulevar Artigas y Millán aún “eran enanas”.

Por seguir los pasos de su hermana, seis años mayor, se quedó con uno de los diez cupos asignados para su generación en el Instituto de Profesores Artigas. En esa “fiesta” encontraría la que define como una “vocación adoptada”. Una vocación que la llevó a doctorarse en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Su tesis, “Une rhétorique du silence. Sur les fonctions du lecteur et les procédés de la lecture littéraire”, tuvo como tutor a Gérard Genette y fue adaptada para su publicación en México por la editorial Siglo XXI, y premiada con el Xavier Villaurrutia al ensayo literario. Esta publicación de 1984 había sido precedida en nuestro país por Análisis de un lenguaje en crisis. Recursos del humor verbal en la narrativa latinoamericana contemporánea (1969) y El lenguaje de la publicidad (1973), y también por el silencio de tiempos de duelo y de construcción familiar, junto con Isaac, con quien se casó en 1957.

En 1999, con motivo de los 150 años de la Universidad de la República, promovió la visita de Hans-Ulrich Gumbrecht, Gianni Vattimo, Tomás Eloy Martínez y Michel Serres, como antes también había hecho con Jacques Derrida, Haroldo de Campos o la última visita de Emir Rodríguez Monegal, entre tantas otras. También es reconocida su erudición sobre Jorge Luis Borges, Louis-Auguste Blanqui, Adolfo Bioy Casares o Carlos Real de Azúa, de quien fue –tempranamente– una colaboradora cercana. Todas estas relaciones y amistades están probablemente cimentadas en el respeto y admiración que ha producido su pasión por “las nostalgias de la unidad”, que, como asegura en Entre mitos & conocimiento (2003), “dieron origen al símbolo que no descarta el resentimiento en el sentimiento ni la atracción en la carencia”, porque para ella “la soberbia separa las partes de una unidad primordial aunque se confíe en que la pasión simbólica llegue a restituirla”. Esa suerte de pasión por la restitución es la que vertebra su obra ensayística y docente. Su afán por encontrar las constantes que se rastrean en los mitos, en las varias escrituras sagradas, en la poesía, la ficción, la pintura, la publicidad o el cine. Y su consabida dedicación al estudio y definición de las figuras del repertorio retórico puede asociarse –precipitadamente– a la tradición hermenéutica de raíz judía, aunque no solamente. “Reivindico, eso sí, la consagración a la interpretación que ha distinguido a la tradición judía, aunque también se da en otras tradiciones”, le dijo a Andrea Díaz Genis en 1995.

A esa búsqueda de la verdad en la ficción, que “no se opone a la verdad ni a la ‘realidad’, más bien la descubre, la amplía o la resume”, se han enfrentado las sucesivas generaciones de estudiantes de los seminarios y talleres que lleva adelante en la FIC. Desde esta institución universitaria, además, llevó adelante el proyecto Anáforas, un portal que reúne bibliotecas digitales dedicadas a la prensa periódica y al rescate de autores nacionales condenados al olvido ingrato.