Este es el último libro del historiador argentino Federico Finchelstein, investigador de The New School for Social Research y del Eugene Lang College, quien desde hace años desarrolla investigaciones sobre el fascismo de ambos lados del Atlántico y sobre los legados del fascismo desde una perspectiva global, que presta especial atención a Argentina y América Latina.

En uno de sus libros anteriores, Los orígenes ideológicos de la guerra sucia (2014), por ejemplo, Finchelstein traza el vínculo entre las prácticas de violencia estatal, tortura y campos de concentración de la dictadura argentina de la década de 1970 y la ideología fascista de quienes la llevaron adelante, en el marco de una historia más larga de dictaduras militares nacionalistas en diálogo con el fascismo europeo.

En su nuevo libro se centra en el populismo e intenta desenmadejar las complejas relaciones entre fascismo, populismo, democracia, liberalismo, izquierda y derecha, con la intención de aportar claridad sobre conceptos que muchas veces se relacionan y se funden de maneras confusas.

Para Finchelstein, el populismo debe ser entendido a través de su relación con el fascismo y, específicamente, a través de cómo actores provenientes del fascismo se adaptan a “tiempos democráticos” abandonando sus pretensiones dictatoriales y tomando algunas características de un liberalismo que, aun así, continúa siendo su principal adversario.

El libro se adentra en una interesante descripción del fascismo como movimiento transnacional que no se limitó a Alemania e Italia y que a mediados de siglo tuvo encarnaciones en América Latina, China y el mundo árabe. Según Finchelstein, el populismo moderno surge de la adaptación a la democracia de la versión argentina del fascismo, encarnada en la dictadura de 1943 y en su mutación en peronismo.

Así, el populismo implica una forma autoritaria de democracia, que trafica mayorías electorales circunstanciales como una esencia nacional, reduce la legitimidad de las minorías, plantea una identificación entre un líder carismático y el pueblo, y se para desde la antipatía hacia el pluralismo.

Finchelstein reconoce la existencia de populismos de izquierda y de derecha, pero insiste con que todos los populismos implican un grado de autoritarismo. Así, organiza a la política en un doble eje –izquierda-derecha y democracia-autoritarismo– y ubica al populismo en todo el eje izquierda-derecha, y en algún lugar intermedio entre la democracia y el autoritarismo.

Esta definición conceptual es el punto central del libro. El autor se propone un diálogo entre la historia y la teoría, haciendo énfasis desde el título en la importancia de la historia y criticando a numerosos autores por su supuesta falta de historicidad a la hora de pensar el populismo. Esas críticas, sin embargo, pecan en muchos casos de cierta superficialidad que las hace despachar con demasiada velocidad a los autores criticados.

La centralidad de lo histórico hace que el libro se dedique a dar cuenta de la diversidad del fenómeno estudiado y a describir las relaciones y las diferencias entre el populismo y el fascismo, al que considera un “prepopulismo”. Finchelstein distingue además los “protopopulismos”: regímenes anteriores al populismo moderno (inaugurado por el peronismo) pero que incluyen rasgos populistas, como el cardenismo mexicano, el primer varguismo en Brasil y el yrigoyenismo argentino.

El autor es categórico en situar en el prepopulismo fascista –y no en el protopopulismo– el linaje del populismo moderno, lo que le permite postular que el populismo es heredero del fascismo y que los protopopulismos no eran verdaderos populismos. Esta conclusión es altamente discutible, especialmente si se piensa en los populismos sin vínculo directo con el fascismo. A pesar del énfasis en la dimensión histórica, el recorte temporal y la separación entre populismo y protopopulismos aíslan artificialmente al populismo moderno respecto de la historia larga del nacionalismo, la política de masas y las transformaciones de la representación.

Para explicar el motivo por el que algunos populismos dieron cuenta de reclamos populares, Finchelstein señala que en varios casos los dirigentes inicialmente derechistas y fascistas se vieron corridos hacia la izquierda por sus bases. Sin embargo, raramente se dedica a pensar en esas bases y en la acción “desde abajo” con la que los populismos siempre debieron dialogar. Este es un libro sobre el populismo, pero no sobre lo popular.

Otro bache del enfoque es la escasa atención prestada a la economía política y a los problemas distributivos que siempre ocuparon un lugar central en las agendas populistas.

Así, el texto navega entre el prepopulismo, el protopopulismo, el populismo clásico, el populismo neoliberal (en el que ubica a los ex presidentes Carlos Menem, de Argentina, y Alberto Fujimori, de Perú), el populismo neoclásico de izquierda (categoría en la que ubica al kirchnerismo, el chavismo y las administraciones de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador), el populismo neoclásico de derecha (en el que coloca al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al turco Recep Tayyip Erdogan, al húngaro Viktor Orbán, al ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, y al Frente Nacional francés, entre otros), y a un populismo light en el que ubica al presidente argentino Mauricio Macri. Este catálogo de populismos plantea una forma posible de entender las disputas políticas del siglo XX y del presente, y en el camino aporta mucha información e interpretaciones sugerentes a fenómenos de todo el mundo, sobre los que estas categorías echan luz.

La narración resultante es básicamente la del liberalismo contemporáneo, para el que el mundo se divide entre demócratas (liberales) y populistas (autoritarios). Según este punto de vista, el gran peligro que enfrenta hoy la democracia es el del populismo que busca erosionarla, y no, por ejemplo, el del modo en que el capitalismo y sus demandas de ajuste hacen cada vez menos viable una política democrática.

Si bien Finchelstein señala que el neoliberalismo también tiene su dimensión autoritaria, no se detiene en el hecho de que los políticos y los regímenes liberales (y los autoritarios que actuaron en nombre del liberalismo), tanto en la Guerra Fría como en el presente, presentaron muchas de las características asignadas al populismo, y que muchas de las posturas autoritarias que hoy campean en Europa y Estados Unidos crecieron al abrigo de partidos liberales y conservadores convencionales. Basta pensar en el coqueteo de los tories británicos con el brexit, la xenofobia del gaullismo francés y la aparición de Donald Trump no como aberración sino como continuidad de la creciente radicalización derechista del Partido Republicano.

Quizá para pensar este último fenómeno sería más rendidor analíticamente, más que caracterizarlo como populismo, ubicarlo en la historia larga de la política reaccionaria, como hace el teórico político estadounidense Corey Robin. Pensar esta época de ascenso de la derecha en el primer y en el tercer mundo como un tiempo de amenaza populista tiene connotaciones políticas muy claras, de las que a la izquierda probablemente le convenga desconfiar.

Sin embargo, las críticas democráticas a los liderazgos fuertes, a la persecución de las minorías, al no respeto de la autonomía de lo social y al nacionalismo tienen que ser escuchadas. Pero, sin que esto implique que, como les suele pasar a los críticos liberales del populismo (Finchelstein incluido), terminemos por renunciar al antagonismo.

Del fascismo al populismo en la historia. Federico Finchelstein. Buenos Aires, Taurus, 2018. 652 páginas.