“La escala es un libro iniciático. Su fuerza no proviene de la pureza del lenguaje, ni de los asuntos que, en apariencia, trata o desvía, ni de su dudosa belleza estética, sino de un diseño, tal vez, mayor o inabarcable, apenas anunciado en ciertos contornos, entre peldaños y vértebras, himnos de ascenso y descenso, un proceso en el que la voz sucede o se sucede, como fruto residual y alquímico, emisiones de una microscópica experiencia religiosa”.
Así, el poeta y cantautor tacuaremboense Omar Tagore presenta su libro La escala en el texto de la contratapa. Aunque muchas veces el artista es el menos indicado para juzgar su propia obra, el párrafo aporta aquí algunas claves de la lectura. El carácter “iniciático” del libro no se refiere a que se trate de una iniciación en la creación literaria, puesto que Tagore lleva al menos 20 años de carrera como poeta y cantautor. Más bien hablamos de un tema ritual y arquetípico.
Los textos, aunque dispuestos tipográficamente en forma versificada, tienen un ritmo de prosa poética, reforzado por encabalgamientos caprichosos. Se trata de un libro conceptual en el que la experiencia del yo lírico se presenta en forma coherente y progresiva, como una pequeña narración. En ella, experiencias e imágenes de la vida cotidiana dan paso a una profusión de imágenes y referencias ancestrales en las que se mezclan alusiones al mundo pagano, a los místicos cristianos, a viajes chamánicos y a varias tradiciones míticas, místicas y esotéricas, pero en una amalgama muy personal y diversa. En todo caso, se trata de un yo que incorpora la experiencia vital profana como quien asiste a un ritual iniciático, en el que ese “diseño, tal vez mayor e inabarcable” del que nos habla el autor es la forma en que el macrocosmos, el diseño universal, se repite en cada porción del microcosmos:
“El primer tercio. Nos hemos apoderado / de uno de los vértices del triángulo. / Ante los ojos se extiende / un campo fértil, al que no / se puede llegar cayendo desde arriba / y evitar ser crucificado por / un grupo de matones de la / bidimensionalidad. Podemos / observar este mundo, detalladamente, / sin que nos vean, despiertos y difusos. / Sabemos cuál es su Pasado, / su Presente y su Futuro / con sólo darle un vistazo al cuadro, / asomarnos al balcón elemental”.
En el título se juega con dos acepciones de la palabra escala. La primera alude a esta idea de la proporción, de esa constante matemática por medio de la que es posible representar una realidad más extensa en un tamaño reducido (y viceversa). De este modo, el diseño del Universo, de la Totalidad, el Absoluto, o como quiera llamársele, se reproduce en cada una de sus partes. Esta idea se refuerza en el diseño de tapa de Marcos Ibarra, compuesto en base a las proporciones áureas (símbolo de esta relación macrocosmos-microcosmos en las doctrinas neoplatónicas); idea que también fundamenta cientos de rituales iniciáticos o prácticas oraculares en variados contextos. Gracias a esta facultad del diseño universal de reproducirse hasta en la más minúscula de sus porciones, el neófito, durante el camino de su iniciación, irá obteniendo revelaciones de alcance universal a través de percepciones individuales organizadas de una forma particular en la ceremonia.
La otra acepción de “escala” se refiere a lo que el autor describe como “ascenso y descenso”, es decir, a estos movimientos por los que el yo lírico se eleva desde lo profano hacia lo sagrado, desde lo particular a lo universal, y luego regresa con esta visión ampliada al mundo concreto.
Experiencias cotidianas
No obstante, no es necesario ser un entendido para disfrutar el texto como poesía. Los símbolos arquetípicos y esotéricos funcionan como imágenes poéticas, independientemente del conocimiento que tenga el lector sobre su origen y/o significado, y los continuos anclajes hacia la experiencia cotidiana contribuyen a un lenguaje claro aunque nunca simplista o prosaico. Pero, en todo caso, tampoco se trata tanto de entender, dado que el dinamismo de las imágenes apunta a llevar al lector por la misma experiencia del yo lírico, que, al igual que el neófito en las iniciaciones mistéricas, es sometido a estímulos y sensaciones tan numerosos y variados que no puede aprehenderlos del todo, alterando su estado de conciencia con el fin de prepararse finalmente para la revelación:
“Es imposible saber / cuál es la izquierda y la / derecha, prima una unidad / absoluta en la simetría, todo / se ha puesto en funcionamiento. / En ese mundo no hay / un cráneo sobre nuestro / pensamiento que lo proteja / de la lluvia. Es el cielo / el que está abierto”.
El libro se compone de tres partes: “La escala”, “La transformación” y “Fuerza de cuatro ceremonias imaginarias”. En la primera sección prima la experiencia visionaria, la percepción alucinada del universo que se proyecta hacia el yo. En la segunda, el yo vuelve a reconocerse distinto luego de la experiencia. La tercera parte, en sí misma, resume en cierto modo esta percepción íntima y cósmica al mismo tiempo, y constituye un plano acabado y sólido de lo ya visto, connotaciones adecuadas a las atribuciones numerológicas de la cifra 4 (que representa la tierra y connota solidez y materialidad.)
Por otra parte, “La escala” se desmarca de las principales tendencias en la producción poética uruguaya actual. La irrupción del lenguaje cotidiano no lleva al coloquialismo barrial tan común en la poesía urbana más joven. Asimismo, las referencias cultas son introducidas en forma quizá menos acartonada que en otros poetas “eruditos”, dado que la inserción en lo “profano” le da una vitalidad distinta. Por otra parte, pese al juego formal entre las representaciones místicas citadas y el armado estructural del libro, tampoco se trata de un experimento meramente formal de carácter clasicista ni vanguardista. Más bien Tagore parece querer buscar, desde su condición de poeta contemporáneo, un puente hacia otra realidad más arcaica, y no por medio de la alusión o la referencia sino del decir en sí mismo, desde un lugar de enunciación que se desplaza continuamente en espacios, tiempos y planos de conciencia.
Hay un parentesco no del todo evidente con ciertas producciones de Humberto Megget, especialmente cuando ese yo individual e históricamente localizado se vuelve plural y atemporal, evocando experiencias primitivas y precientíficas, aunque en Tagore se den de forma quizá menos lúdica y juvenil, en un plano más existencial y trascendental. En todo caso, en general se trata de una línea poco explorada en la literatura uruguaya, que suele desconfiar de todo rastro de misticismo o pensamiento mágico. Y la originalidad, junto con el cuidado en la ejecución, ya son mérito suficiente para considerarlo un producto atendible.
La escala, de Omar Tagore. La Coqueta, Montevideo, 2018. 92 páginas.