Paloma Valdivia visitó Uruguay para participar como jurado del Premio Nacional de Ilustración de Literatura Infantil y Juvenil, que otorga el Ministerio de Educación y Cultura (la ceremonia de premiación será el 13 de noviembre, a las 19.00; los ganadores, como sucede desde su creación, viajarán a la Feria del Libro de Bologna con sus trabajos).
Aprovechando su visita, Valdivia dio una charla sobre su obra y sus procesos creativos. Durante el encuentro gesticuló con pasión, sonrió, habló con su melodía chilena, y dijo: estreia, cabaios, cordiiera. Contó sobre el carácter autobiográfico de sus cinco obras como autora. A Los de arriba y los de abajo (Kalandraka, 2009), por ejemplo, la creó durante sus estudios de posgrado de Ilustración Creativa en la Escuela de Arte y Diseño Eina, en Barcelona. En ese entonces, pasó de ser habitante de la parte de abajo del mundo, a ser habitante de la parte de arriba. Así lo nombraban allí. Empezó a preguntarse: “¿Somos diferentes por eso? Si miramos el mapa al revés, ¿quiénes son los de arriba y quiénes son los de abajo?”. Ella cree que somos todos iguales, aunque tengamos algunas diferencias. Y quiso contarlo. Luego publicó Es así (Fondo de Cultura Económica, 2010), un libro que escribió pensando en ella cuando era pequeña y trata sobre la muerte y el ciclo de la vida.
Después vino Sin palabras. Diario de un embarazo (Hueders, 2014), novela gráfica para adultos que cuenta los avatares de la maternidad. Grande o diminuto, financiado por la CNCA de Chile y, su último libro, Nosotros (Amanuta, 2017), su favorito. Su trabajo ha sido traducido a 20 idiomas y ha recibido varias distinciones, como haber sido seleccionada en dos ocasiones para integrar el catálogo The White Ravens, elaborado por la Internationale Jugendbibliothek. Entre muchos otros libros, ilustró la versión de Gabriela Mistral de Caperucita roja (Amanuta) y la canción popular Duerme negrito (Fondo de Cultura Económica), por ser ambos parte de su infancia. Este año debutó como editora y publicó los tres primeros libros de Liebre, su editorial.
Apenas terminó su charla, con la energía del inicio conversó con la diaria.
¿Qué te parecieron las propuestas presentadas al Premio Nacional de Ilustración?
Primero quiero decir que me parece súper admirable que el gobierno invierta en hacer este premio: profesionalizar a los ilustradores uruguayos y llevarlos a Bologna es el camino. Conocí a la delegación de aquí hace un par de años, y hasta ese momento era totalmente desconocida para mí y para muchos. En la medida en que podamos hacer vínculos y redes –que es lo que sucede en Bologna– podemos hacer que la ilustración Latinomericana suba el nivel. En Europa la ilustración lleva muchísimo tiempo en el mercado y hay carreras; aquí estamos partiendo. Al premio llegaron 100 trabajos, que para la cantidad de personas que son ustedes es un montón. Había muchos de un alto nivel profesional, como para hacer un libro de inmediato. También llegaron trabajos de personas que están iniciando una carrera profesional. Me parece que es muy admirable esa variedad y quiere decir que han hecho una buena convocatoria. Además, el premio propone crear una obra para poder presentarse, y así ofrece la posibilidad de salir a conocer editores y mostrar el trabajo para venderlo.
¿Cuál es el trabajo del ilustrador?
Es ilustrar, pero también es muy importante poder vender lo creado para que sea libro. Hay un gran trabajo de venderse; creo que gasté la misma cantidad de tiempo educándome para ilustrar y contar historias, que aprendiendo a venderme. La segunda etapa de mi formación la hice en Barcelona, y pertenecía a APIC [Asociación Profesional de Ilustradores de Cataluña]. Esta asociación nos daba muchas charlas, nos enseñaba sobre los derechos de los ilustradores; a entender y a escribir contratos. Cuando llegué a Barcelona me tocó ser asistente del ilustrador Miguel Gallardo, y junto a él aprendí de todo lo que rodea a la tarea del ilustrador.
¿Cómo surgió la inquietud de crear Liebre, tu editorial?
Siempre tuve ganas de tener una editorial de primera infancia para hacer libros que no fueran míos. Hay mucha gente buena, y tengo más ideas que las que puedo hacer, entonces pensé en crear una editorial para pasar mi inquietud a alguien que fuera bueno y lo hiciera. Cuando voy a la Feria del Libro de Bologna, escucho mucho a los especialistas en literatura infantil y entiendo la importancia de los libros para niños, las lucecitas que encienden conexiones cerebrales que podrían no encenderse. El libro genera recuerdos imborrables, e incluso los padres ganamos contándoles cuentos a los niños. En este mundo tan bombardeado por imágenes y ruido, me interesa encontrar espacios de tranquilidad, y el libro lo logra. Creo que es un deber ofrecerles a los niños espacios tranquilos.
¿Cuál es la potencia de una ilustración para ti?
Las ilustraciones son ventanas abiertas. Son ventanas que llevan a otras realidades, como por ejemplo, la primera visita a un museo. Esas ventanas no sólo hacen que los niños vean con los ojos, sino que también ofrecen nuevas emociones y situaciones. Y, desde ese lugar, el deber del ilustrador es propiciar que esas ventanas sean lugares con valores estéticos, porque estas primeras imágenes se imprimen en los niños. Yo recuerdo a fuego las primeras imágenes que vi de niña. Decimos que los niños son muy creativos, pero su creatividad se maneja con los pocos elementos que conocen del mundo, y los libros son las primeras imágenes impresas que reciben.
En la charla dijiste que los niños entienden todo. ¿Ilustrás con esa idea presente?
Sí. Cuando ilustro siempre estoy pensando en mí cuando era niña. Yo entendía todo y creo que los niños –sobre todo hoy en día, que están expuestos a tanta información desde tantos lugares– son brillantes. No se puede infravalorar su comprensión. Los libros para primera infancia que hicimos en mi editorial tienen poemas y vocabulario complejo. Se habla, por ejemplo, de “azul jade” y “sol largo”. Mucha gente nos dijo: “Esto no es para primera infancia”. Pero no hay que subestimarlos; ellos aprenden, preguntan qué significa, juegan con el vocabulario. La apuesta es que el niño crezca con el libro.
¿No censuran el lenguaje, ni la imagen, ni el tema?
Queremos romper con varias censuras. En el próximo libro que vamos a traducir hay un papá que sale de bañarse con los niños desnudos de una tina, y lo vamos a poner. Somos muy conscientes de que hoy en día está mal visto, pero ¿por qué no hacerlo? No hay que naturalizar ciertas cosas que se han censurado.
¿Te han censurado como ilustradora?
Muy poco. Me censuraron la desnudez. En Estados Unidos me hicieron vestir a unos personajes del libro Los de arriba y los de abajo. Creo que no hay nada que divierta más a un niño que ver a la gente desnuda; se ríen. No hay ninguna maldad si lo planteas con naturalidad. Cuando quería editar Es así, que toca el tema de la muerte, me decían: “Este no es un libro para niños”. Y yo insistía con que no era un libro sólo sobre la muerte, porque es un libro sobre el ciclo de la vida. Fui a México, que es el país en el que realmente se celebra la muerte, ya que la bailan, la conversan; allí lo publicaron y fue muy bienvenido.
En tus libros contás algo profundo de manera muy sencilla y poética. ¿Es una búsqueda?
Sí, sí. Me demoro tres o cuatro años en hacer cada libro, y no he podido reducir el tiempo. Hay una búsqueda que es en mi cabeza. Primero está la idea de lo que quiero decir; en general, es una emoción que me embarga. Y luego empiezo a buscar el modo y las palabras más sencillas. Creo que en el fondo esa es la manera de traspasar una emoción. Hay que ser muy conciso con las palabras, que no sean ni más ni menos. Me interesa utilizar el recurso sin grandes brillos, ir directo al grano, pero que a la vez suene bien. También, con la imagen busco decir de manera muy mínima. En ambos recursos, el literario y la ilustración, quiero contar mucho con muy poco.
¿Por qué Nosotros es tu favorito?
Empezó con un juego que hacía con mi hijo. La idea me llegó como una obsesión. Veía que en ese juego que hacíamos antes de que se durmiera había un libro. Lo acompañaba a su cama y le decía: “Si yo fuera una ballena”, y el respondía, “yo sería un pececito”, y así con muchos animales y todas las noches. Cuando él se dormía, no podía irme enseguida porque lo despertaba, y me agarraba la mano, entonces me quedaba un rato esperando a que se durmiera más profundo. Y en ese rato pensaba que él un día iba a crecer y no me iba a necesitar, y hasta se iba a ir. Y me di cuenta de que ese juego: “Si yo fuera, tú serías”, ya era un libro y estaba hecho. La lentitud en terminarlo tuvo que ver con llegar a un consenso con la editorial que me lo quería comprar. Trabajé con una persona que se dedicaba a traducir enciclopedias y para encontrar el tiempo verbal pasó como un año y medio, hasta que me explicaron tan bien que comprendí y tenían toda la razón.
¿Cada libro es un aprendizaje?
Sí, cada libro es un aprendizaje. Uno crece, sobre todo, cuando hay un editor que te está proponiendo, que te pelea. Hay una tensión que te pone a pensar. Cuando conversamos algo, el consejo puede estar bien o no, pero siempre hay que pensar para defender la idea que uno tiene.
Tus cinco obras como autora son autobiográficas. ¿Vas a continuar por ese camino?
Sí. Ahora quiero hacer una novela gráfica para adultos.
¿Y de qué se trata?
Sobre el padre. Nunca hablé del padre. Siempre me dicen que no hay hombres en mis libros, y en Nosotros no hay padre. En Es así no hay ni un hombre. Y, claro, mi familia es un matriarcado.
Un descubrimiento a partir de hacer libros...
No me había dado cuenta de que para mí la familia es así. Mi papá no estaba, yo me separé del papá de mi hijo. Pero mi papá y el de mi hijo, sin embargo, son muy importantes. Entonces, quiero entender cuál es el lugar del padre y estuve leyendo un ensayo de un italiano que se llama El gesto de Héctor [Prehistoria, historia y actualidad de la figura del padre, de Luigi Zoja, 2018], y me puse a leer novelas sobre el padre. Soy un poco obsesiva. En estos dos años leo todo lo que tiene que ver con el tema, investigo, veo documentales. Quiero preguntarles a distintas áreas de la ciencia, de las artes, quiero jugar con esa información y mezclarla con cosas que yo me acuerdo del mío. La búsqueda es la gracia.
Y todo eso en un lenguaje muy sencillo...
Sí, pero me entretengo. Ahora me puse a estudiar antropología y audiovisual, y me están enseñando a seguir el método que yo he hecho siempre. Me imagino hacer documentales, sin lápiz pero con cámara. A mí lo que me gusta es contar historias.