Salió de su primer taller de stand up hace 11 años y tardó un tiempo en descubrir que subirse al escenario a hacer reír a un grupito de personas (es decir, ser comediante) era lo que realmente le gustaba. Con los apuntes que sacó durante todo este tiempo comenzó a armar el manual que hubiera deseado tener en sus comienzos y que ahora acaba de publicar.

¿Cuándo te descubriste comediante?

Mucho después de empezar a subirme a los escenarios, porque no sabía bien qué estaba haciendo. Sí sabía que me gustaba y tenía la intuición de que por ahí era el camino. Hará siete u ocho años que dije “sí, soy esto” y empecé a hacer talleres con otra gente y a tratar de pasar la posta a otros.

¿Cómo fue ese proceso?

Me cayó la ficha de que quería ser comediante cuando me di cuenta de que podía transmitirles a otros lo que yo pensaba, que podía dar mi opinión en serio sobre todas las cosas que hay en la vuelta. Me empezó a parecer hasta necesario usar el humor en los boliches, con la cercanía de la gente, porque creo que la intimidad es lo que enriquece.

¿Hasta entonces cómo era tu relación con el público?

Era algo así: “¡No sé qué estoy haciendo con ustedes, perdón! Disculpen de verdad, mi mamá no me quería tanto y me vengo a descargar con todos ustedes”. Fue muy frustrante, y este libro nace de la frustración. Empezó como pequeños apuntes de las cosas que anotaba cuando llegaba a casa después de los shows. Tratando de entender cómo era ese micromundo del stand up, del humor con gente tan cerca. Mi relación con la gente nunca fue mala, pero me costó enganchar desde qué punto de vista tenía que atraerla hacia lo que yo quería decir.

Hoy en día ¿cuánto lugar ocupa la comediante en tu vida?

Te diría que 100%. Desde la docencia, dar cursos de humor o de stand up, hasta preparar los unipersonales; y la vida misma: saber que tu personaje comediante está ahí viendo todo, observando y siempre cuestionando. Incluso en una cena familiar veo qué es lo que está haciendo el otro, qué opina. No estoy haciendo humor y no la voy a pudrir, pero sí me nutro de todo lo que sucede ahí. Así que creo que es 100% del tiempo.

¿Notás diferencias en las nuevas generaciones de comediantes uruguayos?

Que tienen un camino mucho más libre. A nosotros nos costaba pila llegar a un show y que la gente se preguntara “¿Qué están haciendo estos acá?”. Al público había que darle una pequeña clase de lo que íbamos a hacer. Ahora todo el mundo lo sabe.

¿Por qué decidiste escribir este libro?

Primero que nada, porque supongo que a otros les puede ser útil, ya que es como un manual de autoayuda para el comediante. También traté de escribirlo para quien no es comediante y no hace stand up, pero le interesa el humor. E incluso como puntapié inicial para otros libros que sigan hablando de nuestro humor; de qué nos reímos y qué cosas ya no nos hacen reír. No hay libros de humor uruguayo que hablen de esto, y me parece que son necesarios.

Escribirlo implica asumir cierta veteranía. ¿Te costó aceptarla?

No, no. Lo tengo clarísimo. Me dicen “señora” desde que tuve un hijo a los 19 años, así que ya a esta altura... Al contrario, me gusta y me divierte. Porque al llegar a esa veteranía es que se aprenden millones de cosas: desde no tener vergüenza de lo que decís hasta aceptarte como sos. Me parece que está buenísimo y que es un buen momento para haberlo escrito.

¿Cómo definirías el libro?

Empecé diciendo que era un manual, pero capaz que no es un manual de comediantes para escribir, sino un manual de la vida del comediante. Un diario de ruta, con el que aquellos que no son comediantes puedan entender qué es lo que está pasando.

El libro contiene muchas ilustraciones. ¿Ese énfasis gráfico te interesó desde el comienzo?

Se lo mandé a una conocida que es escritora, Verónica Lecomte, para que me dijera qué le parecía, y me respondió: “Creo que todo el mundo disfrutaría si tuviera humor gráfico”. Buscando, encontré a Gonzalo Sainz, que es el caricaturista. Empezó como alumno, después fue amigo de la vida, y es muy buen dibujante. Se lo dije, se copó y fue muy crack, porque a mi gusto están buenísimas las ilustraciones.

De lo que aparece en El comediante y su laberinto, ¿qué cosas te hubiera gustado leer cuando estabas empezando?

Muchas. Por ejemplo, todas las que tienen que ver con lo que brindo a los demás: qué es lo que estoy haciendo con esto y para qué lo puedo usar. Creo que por eso tardé en darme cuenta y poder decir: “Sí, soy una comediante”. Porque uno no se da cuenta del poder que tiene con un micrófono. También me gustaría haberme dado cuenta de las actitudes que tenía que tratar con el uruguayo, con mi público. En ningún taller te dicen que te familiarices con el humor del lugar en el que estás. Y en Uruguay también tenés que darte cuenta de qué tipo de humor es el que tiene la gente.

Los que lo lean no van a pensar “Esto me pasa sólo a mí”.

Cuando lo leyeron un par de ex alumnos de los primeros talleres, me dijeron: “Sos muy mala, ¿por qué no me dijiste esto antes?”. ¡Porque yo tampoco lo sabía! Hay muchas cosas de las que me fui dando cuenta a medida que escribía. Me fui dando cuenta de que sabía muchas más cosas de las que pensaba.

¿Podemos decir que es como el teórico de manejo? El libro que tenés que leer, pero que necesitás complementar con clases prácticas.

Me encantó. Sobre todo para saber cómo estacionar. Si me lo hubieran dado, lo habría pasado mucho mejor, sobre todo el tema del fracaso. A veces sentís que fracasás porque sos un desastre, y no te das cuenta de que si no fracasás no vas a llegar a nada. Cada lugar donde te subís a hacer stand up es un experimento. La vida del comediante es un experimento constante. No es que llegás un día y decís “Bueno, descubrí el helio. Ya está”. No. Vas a seguir haciéndolo, porque también vas cambiando vos.