Gran parte del mito que rodea a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (¿hace falta, a esta altura, escribir el nombre completo?) fue alimentado por la relación huidiza con la prensa, y los medios masivos de comunicación en general, de todos sus integrantes, pero sobre todo de su cantante y líder, Carlos Alberto El Indio Solari (ídem pregunta anterior). Esa alergia a los mass media se agudizó durante su carrera solista y se mantiene incurable, a diferencia de su ex compinche, el guitarrista Eduardo Skay Beilinson, que luego de emprender su camino en solitario se tornó más accesible en comparación con su etapa ricotera (sin ir más lejos, tuvo la deferencia de concederle más de una entrevista a este diario). Gracias a todo esto, los libros que se escribieron sobre los Redondos carecen del testimonio directo del Indio y se limitan a usar como fuente las escasas notas que ha dado (siempre para medios gráficos y radios, nunca en el ojo idiota; ¿se imaginan al Indio en lo de Susana Giménez o en la mesa de Mirtha Legrand?).
Dentro del gran abanico de literatura ricotera, quizás el trabajo más completo sea Fuimos reyes, de Mariano del Mazo y Pablo Perantuono (Planeta, 2015), en el que se pinta el cuadro de la banda con el trazo de más de 70 entrevistados, entre los que se destacan Skay y La Negra Poli, pero, claro, del Indio apenas hay unas palabras para explicar su negativa a participar. “Cada vez que hojeo alguno de esos trabajos me parece estar leyendo ‘La historia de los Beatles por Pete Best’” (el baterista original del cuarteto de Liverpool, que fue sustituido por Ringo Starr), les había contestado a los autores, en una hipérbole digna de su megalomanía, y también les avisaba que más adelante iba a brindar una mirada “que complete el cuadro”. Así las cosas, el Indio, que en enero cumplió 70 años, se puso al día y, junto con el periodista y novelista argentino Marcelo Figueras, parieron Recuerdos que mienten un poco, un socotroco de 864 páginas. En el prefacio de sus memorias Solari dice que (¡no van a creer!) los demás trabajos sobre los Redondos tienen el mismo valor “que un libro sobre los Beatles escrito por Pete Best”.
Dejando de lado los latiguillos megalómanos, este libro era necesario para cualquier ricotero, pero también por una simple visión periodística verificadora, para tener la otra campana sobre casi todo lo que tiene que ver con los Redondos. La biografía está presentada como una larga entrevista, es decir, en formato pregunta-respuesta, sin vueltas, separada en 27 capítulos en los que el periodista lleva al protagonista desde sus ancestros (la primera pregunta es acerca de su padre) hasta cómo le gustaría irse. En el medio se meten con todo lo que cualquiera querría saber y más, con un Indio abriéndose como nunca, aunque, como deja claro el título del libro, tomado de la letra del tema “Perdiendo el tiempo” –de los Redondos, obvio–, nunca vamos a saber cuáles de todos esos recuerdos son los que mienten un poco.
El músico ratifica o rectifica los abundantes mitos que proliferan sobre su banda y sobre él. Lo del nombre del grupo no tiene misterio: lo sacó de un recetario editado por Royal, que estaba presentado por la cocinera ficticia Patricia Rey. Insiste con que la separación de la banda fue porque Skay y Poli se negaron a darle una copia del material audiovisual de los toques de 1998 en el estadio de Racing. Y no, no tiene un apartamento en Nueva York ni en París, y mucho menos un avión privado. El lujo es vulgaridad. “Yo no dije nunca que el dinero era malo. Lo único que distingo es entre los que se lo ganan de forma genuina o no. Si te lo ganaste bien, disfrutalo. Pero doná algo al [hospital] Garrahan de vez en cuando, turro”, dice. De las partes más disfrutables del libro son esas en las que habla sobre sus gustos culturales, de todo tipo y color (le cuelga más Leonard Cohen que Bob Dylan, prefiere Seinfeld antes que Alberto Olmedo, por ejemplo), una forma interesante de “conocerlo” un poco más.
Ahora bien, el libro tiene dos fallas, de exclusiva responsabilidad de su autor. La primera es una clara falta de edición, ya que, a lo largo de las 864 páginas, el Indio repite muchas cosas –anécdotas, situaciones, reflexiones– más de lo tolerable, llegando a lo risible la cantidad de veces que subraya que es un hombre “de la psicodelia”. Quizá Figueras pensó que, dado semejante acontecimiento, la exprimida valía todo el jugo, pero hasta el ricotero más sediento podría saturarse del déjà vu. En el mismo terreno, si bien el periodista hace varias acotaciones a pie de página, falta alguna que otra información sobre personajes recurrentes de la primera etapa de la banda, que los neófitos ricoteros quizá no conozcan, y son nombrados como si fueran nuestros tíos (Fentón y Mufercho, por ejemplo).
La otra falla es que el periodista es demasiado obsecuente con el Indio. Está bien, se nota que es fanático de la banda, lo admira y todo eso –como casi todos los que nos comimos las 864 páginas–, pero, como decía Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, “en nuestro amigo debemos tener nuestro mejor enemigo”. Por momentos, el periodista sobreinterpreta y sobredimensiona al Indio o a su obra, lo apabulla a mimos, y en ninguna oportunidad pone palos en la rueda o hace de abogado del Diablo para ver si le saca un gusto diferente al jugo. La otra cara de la misma moneda son las partes en las que el músico le tira flores a Figueras, que este, sin ningún pudor, dejó en el libro.
De todos modos, lo importante son las canciones, y en eso Recuerdos que mienten un poco es insuperable. El autor le menciona al Indio casi todas las que integran la discografía de los Redondos, más las de su carrera solista, y hace que hable sobre ellas –más de las letras que de la música– largo y tendido: qué las disparó, qué significan, etcétera. Al final, de vuelta a los mitos, parece que las letras hablaban más de minas que de merca. Ella debe estar tan linda...
Recuerdos que mienten un poco, biografía del Indio Solari. De Marcelo Figueras. Sudamericana, 2019. 864 páginas.