Con la gira de presentación de su última novela, Mañana tendremos otros nombres, merecedora del último premio Alfaguara, el escritor Patricio Pron llegó a Montevideo. Ya comenzada la presentación del libro, Valentín Trujillo, encargado de entrevistarlo, le dispara algunas preguntas precisas, y Pron se deja llevar, lúcido, inteligente, irónico. La novela queda presentada rápidamente: es la historia de una separación en la era de las redes sociales, de un desamor por los tiempos de Twitter y Tinder. Los protagonistas han sido, por un lado, reducidos a meros “él” y “ella”, a la vez que, por otro, quedan presentados como verdaderas máquinas de racionalizar, de acometer el arduo proyecto de volverse conscientes de sí y sus circunstancias, de explicarse a sí mismos, con palabras, eso que les está pasando, y cómo las viejas certezas sobre los afectos y las relaciones amorosas han entrado en crisis. Quizá sea una de esas novelas que dividen el territorio: por un lado, los que la aman; por otro, los que la odian. Pero, y esto es lo mejor que puede decirse de un libro, no deja indiferente. A nadie.
Mientras escucho la presentación, me anoto algunos apuntes de Pron: “la responsabilidad de todo escritor es encontrar la mejor caja de resonancia posible para su libro”, “todo escritor debe medirse contra historias como esta” y “todos mis libros están escritos contra el que los precede”.
Al día siguiente, converso con él en su habitación del hotel. Esa última frase sobre los libros en contra es lo primero que le pregunto.
–Hay dos tipos de escritor, simplificando muchísimo –dice, después de pensarlo un instante–. Están los escritores proustianos, diría yo, que conciben su obra como una especie de opus por completo integral, cuyas motivaciones y cuyos sentidos se derivan no sólo de cada libro individual sino también, y sobre todo, de la unidad, de la continuidad entre todos ellos. El otro tipo de escritor, muy por el contrario, piensa en sus libros como proyectos individuales, cerrados en sí mismos, que tienen algún tipo de conexión con la obra anterior o la obra futura pero lo hacen como cuestionamiento. Ambos tipos de escritor son perfectamente legítimos, y es evidente que ambos métodos funcionan, pero, al escoger, yo pertenezco a la segunda categoría: escritores que conciben sus libros como proyectos individuales. Y, a diferencia de los autores de la primera categoría (pienso, por ejemplo, en Rodrigo Fresán), procuro escribir libros que se aparten de los anteriores, de tal manera que si hay algo parecido a un estilo personal, no sea resultado de las decisiones que he tomado como autor sino más bien de todo aquello que no he escogido, de aquello que se me impone. Cada uno de mis libros está concebido como uno que viene a socavar algún tipo de certeza que existía sobre mi trabajo. Tan pronto como existe la percepción de que mi trabajo tiene alguna característica u otra, procuro avanzar hacia un terreno que no haya explorado previamente. Y en ese sentido, esta novela puede ser vista por algunos como un quiebre con mi trabajo anterior, aunque desde mi perspectiva lo veo como una continuidad absoluta.
La respuesta me lleva a pensar en la continuidad de Patricio Pron, en los libros que he leído y los que me quedan por leer, en los territorios representados por cada uno de ellos; le pregunto, entonces, cómo se representa él esa continuidad “absoluta”, esas etapas en su carrera.
–He tenido unas tres vidas como escritor; unas cuatro, tal vez. La primera sería la vida de escritor inédito, que es una vida muy particular, y creo que todos los que somos escritores públicos la recordamos con una mezcla de perplejidad y entusiasmo, en ocasiones con algo parecido a la nostalgia. Después sigue la vida breve de escritor público en Argentina, publicando en pequeñas editoriales en Rosario y en otros sitios, procurando desentrañar qué era eso de ser un escritor argentino. Después la etapa de Alemania, donde me propuse no escribir y, sin embargo, escribí algunos libros. Y luego la etapa más reciente, en la que soy un escritor público en España.
Esta nueva novela, ¿inaugurará una quinta etapa con su premio?
Sería muy deseable. El libro responde al mandato que preside los anteriores: no hacer nada que haya hecho previamente. En ese sentido ofrece una continuidad en una especie de tradición personal de ruptura. Por otra parte, no sería nada desdeñable que inaugurara una nueva etapa. Los que me interesan son los escritores que no se convierten en un monumento de sí mismos...
Es algo que has resaltado antes en otros autores, por ejemplo, en Bob Dylan.
Sí, exacto. En el ámbito del rock y, en menor medida, del pop, hay una tradición específica de ir contra sí mismo y de ir contra lo que se ha hecho previamente. Esto tiene que ver con cierto carácter performativo de la música, a diferencia de otras disciplinas. Desde luego, debe de ser muy irritante tener que interpretar noche tras noche las mismas canciones, y entonces es evidente que quien desee permanecer sentimental e intelectualmente vivo como músico debe reinventarse periódicamente. Esto puede parecer muy alejado de la literatura; sin embargo, hay instituciones de la sociabilidad literaria, como por ejemplo las entrevistas o estas giras, que tienen cierto carácter performático y nos ponen en la misma disyuntiva que a los músicos de rock o pop: la necesidad de alejarse de uno mismo.
Cibernética amorosa
Una de las impresiones más persistentes que puedo evocar fácilmente en cuanto a la obra de Pron es el de las pequeñas “irrupciones” (por usar un término ante todo levreriano) que aparecen aquí y allá y parecen cancelar, momentáneamente, el pacto narrativo, ante todo realista, que las conforma. Quizá una diferencia entre Mañana tendremos otros nombres y sus predecesoras sea que estas irrupciones no son tan notorias o tan abundantes; o, quizá, se trata de que hay una irrupción, a mayor escala. No me sorprende que se trate justamente de mi pasaje favorito del libro: pasada la mitad, la protagonista (“ella”) viaja a Brasilia, recorre sus calles con un arquitecto y vive una breve e intensa aventura. Pienso entonces en Brasilia: la ciudad de la organización política, impuesta, vertical, en oposición a la complejidad emergente y la organización generativa o epifenomenal de todas las demás. Pronto caigo en que los personajes de Mañana tendremos otros nombres reflexionan una y otra vez sobre esas pautas emergentes de las relaciones entre las personas: las redes sociales, después de todo, son una manera de acelerar y visibilizar esos procesos. Quizá haya algo de sinécdoque, entonces, con el segmento de Brasilia como una parte que representa al todo: en la ciudad más planificada y racional, la protagonista toma contacto con los circuitos que han venido produciendo su identidad y sus hábitos afectivos. Le comento esto a Pron, y me responde:
–No pensaba incluir ese pasaje en el libro, ni siquiera tenía demasiado interés en Brasilia. Sin embargo, fui invitado por el Festival de Literatura de Brasilia el año pasado, cuando ya estaba pensando en este libro, y quedé completamente deslumbrado con la ciudad. Me pareció que era una ciudad sobre la que se ha escrito mucho, pero que es relativamente virgen en el ámbito de la literatura en español. Y me pareció una ciudad singular, que proponía otro tipo de relación entre los sujetos y el espacio, que es uno de los grandes temas del libro. Me pareció que era una ciudad donde cualquier persona podría reinventarse, y eso es lo que la “ella” de la novela quería hacer.
Es el gran afuera de la novela, un lugar donde ella se vuelve otra.
Hay un contraste un poco involuntario pero muy notable entre la itinerancia de ella y cierta pasividad de él que, de forma involuntaria, contrarresta ciertas visiones de género en el marco de las cuales el hombre es el que tiene aventuras.
Catálogos y editoriales
En la presentación decías que, de no haber obtenido el premio, habrías publicado tu novela en la misma editorial con la que has editado en los últimos diez años, Literatura Random House. ¿Habría cambiado de alguna manera la novela, o su lectura, de haber sido publicada allí?
El cambio habría sido absoluto: la forma de leer el libro hubiese sido muy distinta. Posiblemente, el libro no hubiese abandonado el círculo de mis lectores, que afortunadamente es muy amplio. Pero no hubiese concitado la atención que genera el premio Alfaguara. Y hubiese sido leído muy distinto: es posible que no lo consideraran una especie de traición o concesión por mi parte, como quizás algunos piensen. Y no lo fue en absoluto: fue un proyecto que deseaba escribir, y que no tenía tanto que ver con una concesión a los lectores, sino más bien con una concesión hecha a mí mismo de escribir sobre todos los temas de todas las maneras posibles.
Ahí entra lo que decías en la presentación, que todo autor que se precie debe medirse con géneros como el de las historias de desamor.
Creo que todo escritor que aspira a tener algún tipo de importancia, o que aspira a la excelencia, de alguna manera u otra, debe medirse con el género y las dificultades inherentes a su propio carácter de género, que, en este caso, se ven aun más complicadas por el hecho de que las relaciones amorosas se están transformando, y que, por consiguiente, lo que era más estable se está convirtiendo en una inestabilidad absoluta. Es difícil escribir sobre la incertidumbre, y sin embargo es una constante en los libros que he escrito. En ese sentido no veo tanta diferencia entre esta novela y las anteriores.
A la vez, esta novela puede parecer más densa o intrincada que otras publicadas bajo el premio Alfaguara, y creo que muchos lectores terminan proyectando una noción de una “novela tipo” del premio.
Sí, claro, hay una serie de percepciones que acompañan al premio y que le son inherentes, al margen de que los jurados cambien. Sobre esas percepciones no hay mucho que pueda decir, sin embargo; hay cosas que si las hubiese creído no me hubiese presentado al premio.
Pero cabría apelar a tu faceta de crítico...
Sí, y yo, como muchos de los lectores hispanohablantes, sigo al premio Alfaguara: a lo largo de su historia ha premiado a magníficos autores, así como a otros que quizá no ameritaban esa distinción. Esas cosas existen y, sin duda, influyen las percepciones que se pueden tener acerca del premio. Las mías cambiaron bastante a partir del premio a Ray Loriga [por Redención, en 2017]. Ahí se puso de manifiesto que lo que se estaba premiando era, en primer lugar, una buena novela. Y eso fue uno de los alicientes a la hora de presentarme al premio. Creo que la responsabilidad de todo escritor es encontrar la mejor caja de resonancia posible para su libro, y no hay una caja de resonancia más importante que la del premio Alfaguara. Me parecía que era una oportunidad de ampliar el círculo de mis lectores y de propiciar conversaciones que no se hubiesen propiciado en el pasado, y a la vez arrojar nueva luz sobre lo que he escrito anteriormente, de tal forma que algunas personas que no se hubiesen cruzado con mi obra podrían tener la oportunidad de hacerlo ahora. Ahora bien, mi propia percepción como lector y como crítico es que la autoridad que otorgábamos a los catálogos ha comenzado a diluirse en los últimos diez o 15 años, debido a la enorme cantidad de variantes que han entrado en juego, modificaciones en la forma en que los libros son leídos. Ahora bien, un catálogo en el que confluyan escritores de calidad con escritores de circunstancia, con youtubers, instagramers o lo que sea, parece un catálogo que, desde luego, no solamente no aspira a ese tipo de lectura, a generar o ser algún tipo de unidad, sino que más bien la sabotea. Y quizá en esa especie de sabotaje esté una de las muchas razones de la disminución de la venta de libros en los últimos años. Quizá no todo se deba a la competencia de los medios audiovisuales o a los cambios en los hábitos de lectura; quizá los hábitos de lectura estén motivados por muchas traiciones a la cultura del libro que los escritores y los editores y todos los que estamos en este negocio hemos estado perpetrando.