La vida de ciertos libros es inexplicable. Un título que sale al mercado puede convertirse en un éxito inmediato (ventas masivas, apariciones mediáticas, la gigantografía del autor como un Golem de cartón pispeando el derrotero de los compradores entre góndolas y estantes), o puede ser ignorado olímpicamente por el presente de quien lo firma para ser descubierto, celebrado y reverenciado en una generación siguiente de lectores. Ejemplos de ambos casos hay para tirar para arriba.

La escritora francesa Virginie Despentes (1969) comenzó a escribir Fóllame cuando tenía 23 años y padecía una dolorosa enfermedad de la piel. Desheredada, alcohólica, en medio de una serie de trabajos mal pagos que intercalaba con la prostitución, paseó el manuscrito por nueve editoriales para recibir otros tantos portazos. Sin embargo, las copias del manuscrito, manchadas de café y de otros fluidos, con los bordes de las hojas doblados por el traqueteo entre bolsas, gavetas y guanteras, circularon como una suerte de tesoro oculto por las manos de diversos lectores hasta que alguien se lo hizo llegar al editor indicado. Y ahí ocurrió lo que ya se sabe: publicación, éxito inmediato, escándalos a granel, traducciones, versión cinematográfica prohibida, etcétera.

Un estilo

Sobre Fóllame (Baise-moi en el original) se han escrito páginas y páginas y, de la mano de la primera novela de Despentes, también se viene escribiendo sobre el resto de su obra, con especial atención a la trilogía Vernon Subutex (2016-2018) y el ensayo Teoría King Kong (2018), donde sin medias tintas se presenta: “Nací en 1969. Fui a un colegio mixto. Supe desde los primeros cursos que la inteligencia escolar de los niños era la misma que la de las niñas. Me fui de casa a los 17 años. Me acosté con cientos de hombres. He sido prostituta, me he paseado por la ciudad con tacones altos y escotes largos, cobraba y gastaba cada céntimo que ganaba. Escribí un primer libro que firmé con mi nombre de mujer sin imaginarme que cuando fuera publicado vendrían a recitarme la cartilla de todas las fronteras que no debo cruzar”. Fóllame, ese primer libro, tiene la marca propia de todo envión especial, el impulso con el que esta autora, desintoxicada en la actualidad, feliz propietaria de un apartamento e integrante de la prestigiosa Academia Goncourt, comenzó a edificar su obra.

La novela tiene un ritmo desenfrenado desde la primera hasta la última página, por lo que conviene agregarle a este lugar común de la crítica otro, el que titula esta nota: el libro es puro movimiento. Capítulos breves de frases cortas, desborde de diálogos en su mayoría insustanciales, descripciones telegráficas de acciones durísimas y un desglose del sexo no como una construcción de placer sino como una cuestión de poder, como una variante más de la violencia física, le imponen a Fóllame su cualidad de salvajada. Las dos salvajes protagonistas de la novela van horadando durante la trama, a bordo de diversos autos robados, las convenciones que hacen a la vida en sociedad, estructuradas sobre las fuerzas del Poder, la Diversión y el Consumo. Despentes es, en ese sentido, una suerte de moralista invertida, una salmista del desguace; los cadáveres se apilan y el cuentakilómetros sigue sumando y al final ya no hay final, porque en el sistema de valores de los desclasados vale más un arma cargada que las bondades de un título de propiedad. Ese es el estilo Despentes en su primera y famosa novela.

Luz blanca

El pasillo de un hospital en la madrugada, el tintineante blancor de una gasolinera por la noche, el silencio del lobby de un hotel antes del alba, cuando el recepcionista nocturno cabecea, harto ya de consultar el Facebook en su celular y, del otro lado del salón, en la cocina, comienza el barullo de la preparación del desayuno. El mundo de la noche en una ciudad es un mundo de una iluminación falsa y engañosa, que estimula el simulacro y llama a practicar algún tipo de subversión.

El mundo nocturno retratado por Virginie Despentes es el ambiente en que la prostituta Nadine y la actriz porno Manu, protagonistas de Fóllame, llevan adelante su raid de rabia, balas y sangre. En la huida sobre ruedas, el recurso del sexo es una suerte de liberación, aunque en ocasiones deba culminar con la muerte del amante. Otro punto alto del libro es la construcción de la relación entre las dos mujeres, sin sutilezas ni concesiones, cargada de toda la tensión de dos seres que viven al límite y que no tienen nada para perder. Nadine y Manu, al atravesar calles, rutas y autopistas de Francia en autos robados, dilapidando dinero y dejando tras de sí un tendal de muertos, le van dando forma a una retorcida variante de la amistad, en la que la conveniencia y el desinterés por el prójimo no están exentos de cierta ternura por la compañera de ruta.

En una entrevista reciente con Débora Campos en la revista Ñ del diario Clarín, Despentes se refirió al “problema de la sexofobia” diciendo que en la actualidad “puedes vomitar tu odio en las redes sociales mientras no muestres una teta. Hay robots cazatetas... Como si fuera lo único capaz de poner en peligro el orden social. Tetas. Eso es sexofobia. Miedo irracional al cuerpo de la mujer y de la sexualización que conlleva”. Las dos protagonistas de Fóllame llevan al extremo la negación de esa sexofobia señalada por Despentes, pues en la exhibición creciente de encuentros sexuales se desmorona el tono aséptico que la sociedad del espectáculo pretende otorgarle al acto natural más elemental entre seres vivos. De ahí el grito que brota desesperado del libro y que le da nombre.

Fóllame. Virginie Despentes. Barcelona, Random House, 2019. 200 páginas. Traducción de Isabelle Bordallo.