Si no pensamos en El viento de ninguna parte (también traducida como El huracán cósmico), que JG Ballard publicó en 1961 y pronto condenó al olvido, la primera novela del autor británico nacido en Shangái fue El mundo sumergido, de 1962. Ahora es fácil pensarla como una ficción posapocalíptica vinculada al cambio climático debido al calentamiento global, pero en su momento se la pensó más bien bajo la etiqueta de “narrativa de catástrofes”, y tuvo que pasar algún tiempo para que las crecientes alarmas sobre el efecto invernadero y la subida del nivel del mar alcanzaran el imaginario popular. Llegado ese momento, las catástrofes en que pensaba Ballard eran otras, y a su manera también el futuro que imaginó entonces terminó siendo tan parecido a nuestro presente que toda una escuela de pensamiento y narrativa bebe de la noción de lo ballardiano; basta con examinar el primer tomo de K-Punk, de Mark Fisher, recientemente traducido por la editorial Caja Negra, para apreciar de qué manera la idea y la estética de Ballard encontraron una caja de resonancia asombrosa ya entrado el siglo XXI, o, si se quiere ir un poco más allá, leer la novela Applied Ballardianism, de Simon Sellars, cuyo narrador está convencido de que, en efecto, vivimos en el mundo predicho por Ballard.
Las novelas que siguieron a El mundo sumergido insistieron con la misma pauta. De hecho, cabe pensar en esa primera camada como una trilogía muy coherente o, incluso, un conjunto de variaciones sobre el tema de la catástrofe ambiental. Las tres repiten pautas incluso en el título: a El mundo sumergido (The Drowned World) siguió en 1964 El mundo prendido fuego (The Burning World) y en 1966 El mundo de cristal. La segunda, por cierto, fue expandida en 1965 para su segunda edición, y Ballard prefirió cambiarle el título. Cuando llegó el momento de traducirla al castellano, la editorial Minotauro recurrió al texto y al título (The Draught) de la segunda versión y publicó en 1979 La sequía, que ahora aparece reeditada (en la misma traducción, firmada por Luis Domènech, seudónimo del mítico Francisco Paco Porrúa, fundador de la editorial y primer editor de Rayuela y Cien años de soledad, por nombrar sólo algunas cosillas que le debemos) por la editorial argentina Fiordo.
Ballard versus distopías
El concepto de distopía asume lo calamitoso de las circunstancias presentadas en la ficción, y por eso el molde clásico del género (pensemos en 1984 o Fahrenheit 451) deja entrever una impronta fuertemente humanista, con personajes que se proponen, de una forma u otra, luchar contra las circunstancias y los poderes que las detentan, para así, al menos idealmente, restaurar aquel pasado que, en efecto, fue mejor. Nada más lejos, cabe señalar, de lo que encontramos en la obra de Ballard. Los personajes de El mundo sumergido, por ejemplo, parecen haber aceptado hace tiempo el cambio y entendido que, además de los ecosistemas de los que participan, han cambiado ellos: el “sujeto humano”, en otras palabras, ya no es el mismo. En el contexto de la obra de Ballard esto suele pensarse como un ejemplo más del giro hacia el “espacio interior” (en oposición al exterior de la ciencia ficción clásica), del mismo modo que los libros posteriores a El mundo de cristal llevarán esas “catástrofes” del mundo físico al ámbito del sujeto, la cultura y la vida urbana; pero la idea puede ser leída además como un gesto de desafío al humanismo tradicional y su postulado de que determinadas circunstancias económico-políticas “alienan” al ser humano de un estado esencial y bonito (como en la lectura humanista del marxismo, por ejemplo). Pero en Ballard, por decirlo así, lo posapocalíptico es siempre una forma de poshumanismo.
En el caso de La sequía esto queda especialmente claro. Ballard se las ingenia para, en algo así como una página o muy poco más, ofrecer una explicación de corte científico que “explique” la causa de la sequía del título (citando la contraportada de la edición de Sigilo: “Una fina capa de polímeros recubre el océano e impide que el agua de mar se evapore. Sin evaporación no hay nubes, sin nubes no hay lluvia. Se ha instalado la sequía”), pero no es mucho más lo que dedica a detallar la calamidad y a agotar recursos expresivos para hacernos sufrir este mundo tan terrible. Los personajes, más bien, están ocupados en sobrevivir, como si la idea misma del futuro (y esta es otra noción ballardiana) se hubiese evaporado bajo el sol abrasador de la sequía; así, todos aquellos que intentan reconstruir el orden anterior de una forma u otra bordean el ridículo o, simplemente, terminan de la peor manera posible; de hecho, es el más “adaptado” del reparto, el “idiota” y deforme Quilter (quien claramente no tenía un lugar en el orden anterior de las cosas, en el mundo precatástrofe), quien no sólo parece triunfar al final, sino que, de paso y significativamente, es el único que tiene descendencia.
Buena parte de la novela consiste en desplazamientos en busca de agua: en la primera parte, un grupo de personajes (entre ellos el protagonista, Charles Ransom) intenta abrirse camino hacia la costa, al sur; la segunda, diez años después de los acontecimientos de la primera y con la sequía tan enquistada en el mundo que todo el paisaje se ha convertido en una serie de dunas alucinatorias (de hecho, Ballard reconocería eventualmente que la inspiración visual para el libro vino de Jours de lenteur, del surrealista Yves Tanguy, cuadro que, además, presta su título al último capítulo de la novela), es ballardianamente el movimiento contrario, río arriba por decirlo así, como si esta segunda mitad, la más rica en imágenes, la más perturbadora, inquietante y también la más hermosa, fuera el reverso exacto de la primera.
Más allá del circuito de las librerías de viejo, no es fácil en Montevideo conseguir libros de Ballard, seguramente porque los títulos publicados por Minotauro han circulado poco y mal. Por esa razón, reediciones como esta, a cargo de Fiordo, son dignas de celebración. Y cabe esperar que el gesto se repita y pronto aparezcan de nuevo El mundo sumergido y El mundo de cristal, para completar esa primera trilogía ballardiana.
La sequía. JG Ballard. Fiordo, Buenos Aires, 2019. 265 páginas.