Con apenas ocho surcos editados en un álbum con una carátula icónica, Días de Blues se convirtió en parte fundamental de la mitología rockera de estas pampas. Por esta razón, era de esperar que la colección Discos, de Estuario, le dedicara un capítulo al primer power trío uruguayo; la tapa del número cero de la serie, escrito por Gustavo Verdesio, mentor y líder del proyecto, vislumbraba ya esa posibilidad. Que el encargado de la empresa sea Fernando Peláez es, además, una especie de cierre de círculo para esta tarea de reflexión crítica sobre el rock uruguayo que la colección lleva adelante, y que tiene como un hito vanguardista fundamental los dos tomos de De las cuevas al Solís (2002 y 2004), publicados por el investigador a principios de siglo.

Como buen docente, Peláez presenta en el prólogo ciertas claves de lectura y argumenta sobre el porqué del libro; para ello da cuenta de una de las ideas guías de los editores: “Elegir un disco que haya sido importante en nuestras vidas, que nos haya producido una impresión duradera”. Allí está gran parte del éxito de la colección, ya que a la calidad periodística y literaria de cada uno de los convocados se suma la relación vital que estos tienen con los trabajos analizados. Como afirmaba el cineasta Akira Kurosawa: “La exposición sincera de una verdad íntima hace vibrar siempre la sensibilidad del público”.

El libro se puede dividir en tres bloques: en el primero, formado por seis capítulos, el autor hace un detallado racconto histórico de lo que podemos llamar rock uruguayo, cronología que comienza en los primeros esbozos hasta dar con el movimiento de principios de los 70 en el que participó la banda estudiada. También narra con mucha cercanía y paso a paso cómo se fue gestando este trío formado por Jorge Flaco Barral, Daniel Bertolone y Jorge Graf, desde los inicios hasta la puerta del estudio Ion, en Buenos Aires, donde se grabó el álbum. El segundo bloque, formado por los capítulos 7 y 8, está dedicado a otra de las ideas guías del proyecto editorial: ofrecer un análisis canción por canción del disco. Los tres capítulos finales los dedica a una crónica hasta ahora inédita del Buenos Aires Rock II, en el que Días de Blues tuvo una actuación memorable, y a recordar y describir el proceso de desarme de la banda original y sus posteriores formaciones, además de consignar la influencia de la obra en las siguientes generaciones y, por supuesto, abordar la carátula de la edición uruguaya y su fantástica ilustración, obra de Celmar Poumé. El epílogo da cuenta de lo sesudo del análisis cuando divulga los secretos del sonido en los discos editados por el sello De la planta. La investigación se complementa con reproducciones de algunos de los afiches de los conciertos, las carátulas del larga duración (la edición uruguaya y la argentina) y fotografías de la banda y otras formaciones cercanas.

Ningún lector queda relegado en la prosa de Peláez, ni el curioso ocasional ni el melómano experto. Para lograrlo realiza una especie de traducción simultánea que mezcla un preciso lenguaje técnico con la versión para principiantes. De esta manera, la descripción pormenorizada de cada pasaje musical es acompañada o bien de metáforas del estilo “una base sólida como un elefante” o de onomatopeyas que intentan traducir el sonido de los instrumentos, como los “cuí, cué, cuá, cuó” de la guitarra de Bertolone o “Graf metiendo el tra-cu, tra-cu, tra-cu”. Y sobre todo, se vale de los pies de página para profundizar en aspectos técnicos o de análisis y así darle más dinamismo al cuerpo del texto. De todas maneras, en los capítulos dedicados al desglose canción por canción se zambulle en aguas profundas, avanzando por momentos segundo a segundo, y apelando a la escucha del disco junto a la lectura, lo que puede resultar demasiado para quien anda en busca de un simple chapuzón.

La obra presenta un riguroso y detallado análisis crítico de la banda y el disco. Se sostiene en un archivo construido a lo largo de años de investigación y de testimonios que acompañan el relato y le dan cercanía a lo que se está describiendo; así aparecen las voces, entre otras, de los tres protagonistas, quienes conversan sobre aspectos musicales, líricos y técnicos, además de recordar el contexto en que todo sucedió. Sin embargo, no es sólo una exhaustiva tesis sobre un fenómeno artístico: Peláez apuesta a sus recuerdos y coloca al lector en sus zapatos, es decir, en los del púber de principios de los 70 fanático del rock. Desde ese lugar nos hacer recorrer el cuarto con las paredes atiborradas de fotos y pósteres de la revista Pelo, los conciertos y bailes, los callejones montevideanos de aquellos años oscuros. Por momentos el relato tiene un pulso novelado o cinematográfico ‒estilo que el escritor ya había plasmado en la biografía de Ruben Rada‒. Este punto de vista a la altura de los ojos, el de un fan de la banda y contemporáneo, que no se encuentra en la cúspide del rigor crítico sino que mira el objeto de estudio desde el llano, es acentuado por el uso de términos chabacanos o uruguayismos, como cuando describe los instrumentos marca perro que tenían sus amigos o cuando recuerda el Combo de seis wats que su abuela le regaló y que era un fierro.

A diferencia de aquellos pasajes por donde transitaban el autor y sus compañeros de básquetbol, la historia de la música popular uruguaya ya no es un callejón oscuro. Desde principios de siglo se vienen acumulando libros, reediciones, documentales, tributos y otras iniciativas en clave de revisión. En este marco, es interesante cómo la serie Discos, que ya va por la docena de capítulos, comienza a construir un relato propio, en el que cada obra pone una luz particular, pero todas se complementan y, en muchos casos, dialogan. En tiempos en los que, gracias a las nuevas tecnologías y a las plataformas digitales, tenemos a disposición prácticamente toda la discografía del mundo, la reflexión, como la pausa del número 10 en la cancha de fútbol, ayuda a despejar el barullo y a fijar una pequeña pero indeleble firma en la historia de la música universal, como aquel “Días de blues” que Peláez estampó en la pared grafiteada del boliche Juntacadáveres.

Días de blues. De Fernando Peláez. Montevideo, Estuario, 2020.