Nada en la naturaleza, la ciencia, la historia y el arte se da porque sí, sino que es fruto de un encadenamiento de acciones y circunstancias visibles o imperceptibles, que dispuestas en un plano espacial o temporal establecen patrones, desvíos, contingencias y descubrimientos ante el eventual observador. Lo mismo aplica a esa cosa llamada sociedad, en la que estamos inmersos como efímeras partículas, anónimas e indiferenciables, en medio del sinsentido que habitamos en una minúscula porción del cosmos. Y no se llegó a esta época nefasta –regida por el culto al consumo y el cultivo del más descarnado personalismo, sedimentado por la competencia desaforada, la más hipócrita corrección política, la mediocridad de la enseñanza, la degradación del entretenimiento y la férrea lógica de ganadores y perdedores– por mera combustión espontánea, sino por una progresiva crisis de valores que hunde las raíces en el propio individuo.

En El mono ansioso. Biografía de la angustia, la melancolía, el hastío y la depresión, el escritor, traductor, filólogo y notario español Xavier Roca-Ferrer (1949) traza un profuso mapa de un sentimiento que ha acompañado al hombre durante toda la historia y que, en definitiva, no es otra cosa que la imposibilidad del ser humano para percibirse desnudo –existencialmente hablando– ante el universo, en la más absoluta soledad. El largo viaje que emprende Roca-Ferrer concluye en el mismo dispositivo que muchos lectores están utilizando ahora para leer esta nota, al afirmar que “la cultura más perniciosa para el cerebro del individuo aparecida en los últimos tiempos ha sido la imposición generalizada de la falsa necesidad de estar dialogando perpetuamente con quien sea. La religión del be connected vía móvil, WhatsApp, SMS, Instagram, Facebook, etcétera, ha acabado por aniquilar el derecho humano a la soledad, a estar con uno mismo, a la reflexión íntima e individual. En definitiva, a la tranquilidad”. A pesar de tamaña y contundente conclusión, inevitable como el postrer suspiro, El mono ansioso es un libro luminoso, escrito por alguien que se tomó muy en serio el propósito de biografiar un sentimiento.

En el principio

El viaje que propone Roca-Ferrer se inicia con el Poema de Gilgamesh (escrito entre el 2500 y el 2000 a. C), cuyo protagonista es considerado el Primer Gran Angustiado del que se tiene noticia (las mayúsculas iniciales son del autor) y que, en los hechos, fue el héroe trágico primigenio de la literatura universal, mucho antes de que aparecieran Abraham, Job o Edipo. El periplo continúa por Grecia –un pueblo para nada trágico, a pesar de haber inventado la tragedia–, donde el autor se instala por varios capítulos para abordar el concepto de la muerte para los griegos, las obras de los dioses, la prédica de Jenófanes sobre la inmanencia de la divinidad por sobre todo rasgo antropomórfico (subrayada en su máxima de que “si los toros y los leones supieran pintar, pintarían a sus dioses como toros y leones”), la mezcla de las especulaciones de Tales y Anaxímenes en manos de Empédocles de Agrigento y la afirmación de Hipócrates de Cos, en el tratado De la naturaleza del hombre, acerca de que el cerebro es la sede del pensamiento, la sensación, la emoción y la cognición, lo que lo convirtió en el padre de la neurociencia.

El tratamiento médico de la melancolía a través de una dieta, impulsada por Galeno, tuvo sus detractores, entre los que se encontró Demócrito de Abdera, considerado el Voltaire de la Grecia clásica, y, desde luego, Platón, quien veía a los melancólicos presas de una insania moral (el furor) que ofuscaba y debilitaba su voluntad. También desfilan por las páginas de esta biografía epicúreos, estoicos y cínicos, cada uno presentado en función a los males del espíritu que aquejaban a los hombres de su tiempo, lo que lleva al autor a afirmar que “el hecho de que todos los sistemas filosóficos surgidos y desarrollados a partir del año 400 a.C. en el Occidente helenizado tuvieran como finalidad principal ‘tranquilizar’ a los hombres a los que iban dirigidos, demuestra hasta qué punto la sociedad de la época conocía el malestar y la angustia”.

Receta

El apasionante tratado de Roca-Ferrer, que luego de desmenuzar el asunto en manos de los griegos salta a la República romana, atraviesa el Medioevo, vivisecciona el Renacimiento, cartografía la melancolía en tiempos del Barroco, hunde el escalpelo en la angustia del Gran Siglo, enrostra el arte que produjo el horror del Siglo de las Luces, se enfrenta a pura erudición al romanticismo y se introduce en las raíces de la depresión moderna de la mano de Sigmund Freud para, psicoanálisis mediante, alcanzar una suerte de democratización de la melancolía, posee varias cimas destacables, que se alzan sobre los ya de por si valiosos promontorios que jalonan la obra. Entre ellas, y a modo de ejemplo y como cierre de esta acotadísima síntesis, quiero referirme al capítulo dedicado al ensayo La anatomía de la melancolía, publicado por el inglés Robert Burton en 1621, una suerte de manual médico que se convirtió en una de las cumbres de las letras británicas y que, como remedio para la melancolía, propone la lisa y llana ignorancia. “La ignorancia es un remedio soberano contra todos los males. Los perfectos idiotas son más afortunados, porque no se sienten invadidos por las preocupaciones, ni atormentados por los miedos y la ansiedad como los hombres ilustrados”, escribió Burton en los albores del siglo XVII, y uno se pregunta, cuatro centurias más tarde, viendo la apatía, el pensamiento unificado al que nos quieren empujar los custodios de la moral y la decadencia general a la que hemos llegado como especie, si la receta de aquel estudioso inglés no habrá encontrado, al final, a sus pacientes ideales.

El mono ansioso. Biografía de la angustia, la melancolía, el hastío y la depresión. De Xavier Roca-Ferrer. Barcelona, Arpa, 2019. 452 páginas.