Provenía de una familia judía que huyó del antisemitismo austríaco, pasó por Francia y se estableció en Estados Unidos. Las preocupaciones básicas del crítico literario George Steiner, que murió el lunes a los 90 años, se pueden derivar de esos datos biográficos básicos: por un lado, las posibilidades y los problemas del lenguaje (se sentía en casa en el alemán, el francés y el inglés) y, por otro, las conexiones entre arte y moral.

Parafraseando a Marx, cuando habló de las posibilidades de realización que a cada individuo puede darle una sociedad comunista (cazador en la mañana, pastor por la tarde, crítico por la noche, decía el alemán), Steiner escribió en Lenguaje y silencio (1967): “Ahora sabemos que un hombre puede leer a Goethe o a Rilke en la noche, que puede interpretar obras de Bach y Schubert, e ir a trabajar en Auschwitz por la mañana. Decir que los lee sin entenderlos o que no tiene oído es burdo, es hipócrita. ¿De qué manera esos saberes influyen en la literatura y la sociedad, en la esperanza, que se volvió casi axiomática desde la época de Platón hasta la de Matthew Arnold, de que la cultura es una fuerza humanizadora, que las energías del espíritu son transferibles a las de la conducta?”.

Para Steiner, que fue el crítico principal de la prestigiosa revista New Yorker desde la década de 1960 hasta la de 1990, había una doble sospecha hacia la literatura: por un lado, desconfiaba de su poder para modelar conductas, pero por otro, creía que era importante dar a conocer la postura moral implícita en cada texto. “No hay pieza literaria, sea un poema lírico, una historia de detectives, una novela de ciencia ficción o romántica, que no contenga, de manera declarada o velada, coordenadas metafísicas, axiomas lógicos o esporas de epistemología. El hombre narra posibles mundos alternativos, que hacen contrapunto a su realidad prosaica, parroquial”.

En una de sus obras más conocidas en español, el largo ensayo La poesía del pensamiento: del helenismo a Celan (2011), Steiner se adentra en la relación entre poesía y filosofía. Allí reflexiona sobre el origen común de ambos campos, no sólo cronológico, sino genético (“Todo pensamiento comienza con un poema”, dice la cita del crítico francés Alain que abre el libro) y también echa una mirada a la filosofía como un tipo de literatura, no tanto en el sentido en que la diluía Borges –aunque cita al argentino-, sino más bien atendiendo al estilo de diversos filósofos, proponiendo una correspondencia entre las ideas de filósofos claves, como Heidegger o Spinoza, y su forma de expresarlas.

A pesar de sus claras críticas a las violaciones a los derechos humanos, que parten de la experiencia cercana del Holocausto (“me asombra, por más ingenuo que parezca, que se pueda usar el lenguaje humano para amar, construir, perdonar, y también para torturar, odiar, destruir y aniquilar, dijo en más de una ocasión), Steiner también fue criticado por su visión eurocéntrica de la cultura, y en ocasiones, por expresiones cercanas al racismo. En los últimos años sus posiciones confluyeron con las de críticos conservadores, como el recientemente fallecido Harold Bloom, cuya preocupación central era fijar un núcleo -un canon- de obras maestras de la literatura occidental.