Sobre la escriturada fórmula del matrimonio pende la posibilidad ominosa, moral y socialmente cuestionable del adulterio, esa transgresión del vínculo con la pareja a través de la concreción del engaño, de la presencia de un tercero que aparece para horadar la placa del mutuo juramento de fidelidad. ¿Quién en la noche, mientras contempla el entrevero de ropa y jabón a través del ojo líquido del lavarropas, cuando todos duermen en la casa, como un Eladio Linacero ojeroso y en chancletas, no ha calibrado la posibilidad de reencontrarse con aquella novia de antaño en la impersonal habitación de un hotel, o fantaseado con otra vida lejos de aquel techo con su jefa, a espaldas de su propio marido, o camuflado entre los contactos del celular determinado nombre con otra seña (un impersonal “Juan Pérez”) ante la eventualidad de que unos dedos inquisidores hurguen algún día en la agenda?

Una antología de cuentos sobre adulterio escritos por autores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, varones, caucásicos y todos ellos con una obra sólida a sus espaldas, debería incluir ‘La cuarta alarma’, de John Cheever; ‘El señor Café y el señor Arreglos’, de Raymond Carver; ‘El mujeriego’, de Richard Ford, y alguno de los relatos que integran el libro Adulterio, del luisiano Andre Dubus (1936-1999), mucho menos conocido por estas latitudes que los antes mencionados, y que acaba de aterrizar en castellano de la mano de la preciosista editorial Gallo Nero.

El escritor

Autor de novelas, libros de cuentos y ensayos, Dubus es uno de los nombres menos promocionados de la vasta legión de escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. Admirado por novelistas como Elmore Leonard y John Irving, Dubus supo ser discípulo y granjearse la amistad del gran Kurt Vonnegut. El escritor Richard Russo, en la semblanza ‘Learning to Love the Stories of Andre Dubus”, publicada en The New Yorker, señala al autor de Adulterio como un destacado heredero de William Faulkner, especialmente por su necesidad de excavar de forma profunda en la conciencia de sus personajes.

La vida de Dubus no fue fácil. Después de que alguien violara a su hija, se armó hasta los dientes y solía espantar a sus propios familiares por la propensión a desenfundar ante el menor altercado. Cuentan que una noche estuvo a punto de matar a un hombre que discutía con su hijo, Andre Dubus III, a la postre novelista también, autor de Casa de arena y niebla (llevada al cine en 2003, protagonizada por la estudiante de Literatura Inglesa Jennifer Connelly). Otra noche, mientras volvía en su auto desde Boston a su casa, en Haverhill, se detuvo a ayudar a dos hermanos que acababan de accidentarse en la ruta, con tan mala suerte que otro auto que pasaba por el lugar se lo llevó puesto. A raíz del episodio, a Dubus le amputaron las piernas y debió movilizarse el resto de su vida en una silla de ruedas.

La desazón de tantas tragedias personales reverbera en su lacerante literatura, de la que el libro Adulterio es una muestra destacada.

Grieta en lo cotidiano

Dubus, cuyas fotos de la edad madura muestran cierto parecido con Ernest Hemingway, también comparte con el autor de Por quién doblan las campanas el recurso de ocultar lo importante bajo el relato minucioso de lo anodino. La famosa “teoría del iceberg” hemingwayana, especialmente lograda en los relatos cortos del escritor de Illinois, tiene en Dubus a uno de sus más finos ejecutantes.

En las historias de parejas a punto de romperse que pueblan los cuentos reunidos en Adulterio, Dubus practica una interesante vuelta de tuerca sobre la teoría de la omisión de Hemingway: la recurrencia a contar escenas de la cotidianidad que, de pronto, revelan al personaje en su más descarnado vacío, como si en medio de la acción más banal, ella o él comprendieran el secreto profundo de la existencia. Hay una mujer, por ejemplo, que va con su esposo a un concierto de Judy Collins en Boston: “Contemplaba fijamente con tristeza el rostro de Judy, oía su voz y pensaba en la voz que penetraba en los oídos de toda aquella gente, todos aquellos extraños, y consideró lo efímera que era la voz humana y que la muerte no solo borraba las palabras, sino también el acto mismo de formularlas y el tiempo que llevaba expresarlas. Y vio a Judy como un pajarito cantando en un cable; y al halcón dando vueltas sobre ella”.

Hay otro que percibe el flujo de la existencia bajo la forma más brutal: “Supo que había muerto mientras la golpeaba. Lo supo por algo que notó en el silencio de la noche y la forma en que su cuerpo recibía la bota al golpearla”. Hay una mujer felizmente casada que se ha negado a caer en el adulterio hasta que, de pronto, una tarde se vuelve inevitable: “La siguió a la cocina. Hablaron mientras ella cocinaba, y él tomó otra cerveza y ella tomó vino. Se le había quitado el apetito. Sabía que ocurriría algo y estaba esperando que ocurriera, esperando a ver lo que haría”. Y hay un padre de fines de semana que entiende, de pronto, la responsabilidad que tiene entre manos mientras les sirve granola a sus hijos pequeños: “Estaba empezando a manejar la paternidad igual que las armas; siempre como si estuvieran cargadas, cuando sabía que no lo estaban. Era una satisfacción prevenir incluso los peligros inexistentes”.

Exceptuando una de las ocho historias de Adulterio, que por su entorno y asunto se parece más a una pieza de Jim Thompson pasada por el ácido tamiz de un John Updike, y que lleva el título ‘Asesinatos’, como si de una etiqueta forense se tratase, todas elaboran variaciones de la vida en pareja, y generalmente matrimonios con hijos que llegan al umbral máximo de la tolerancia, cuando perciben, como escribió Vladimir Nabokov en un pasaje de Lolita, que “en la felpa de la comodidad matrimonial aparecieron agujeros de polillas”.

Adulterio, de Andre Dubus. Traducción de Ángela Pérez. España, Gallo Nero, 2019. 216 páginas.