Hay algo decididamente pornográfico en el acaparamiento de dinero, en la concreción de las grandes fortunas y en los parámetros con que se traza la figura de un millonario. El carácter explícito que abofetea a la anónima plebe no es la acumulación de billete sobre billete, protegida por bóvedas infranqueables o leudando ganancias en difusos paraísos fiscales, sino la exhibición, material y concreta, de esa riqueza. Las mansiones luminosas, el hormigueante personal de servicio, la adquisición de obras de arte para decorar interiores, las rutas de los aviones privados, las palaciegas piscinas impolutas y los manjares con ingredientes que parecen no haber sido extraídos de los reinos vegetal y animal, así como otras instantáneas que oscilan entre la fotografía de revista satinada y la burda caricatura, construyen una imagen universal del millonario, de aquel que, a base de dinero, puede hacer más maleables conceptos como justicia, derecho, propiedad, pertenencia, seguridad, poder y, desde luego, clase.
La literatura, ese doble espejo preciso y deformante con que el arte enfrenta a la realidad, ha sabido desde siempre abordar tales cuestiones, en un abanico de posibilidades expresivas que contempla la fábula, el romance, el aforismo, la comedia y un amplio etcétera que incluye, desde luego, a la novela. El corazón de la fiesta, del barcelonés Gonzalo Torné, es otra muesca tallada en la densa superficie del tema.
Caja china
El corazón de la fiesta es una novela de quemante vigencia; de hecho, es tan vigente que el autor la terminó de redactar en noviembre de 2019 y la publicó en enero de 2020. El tiempo es el presente y el espacio es Cataluña, lo que necesariamente inscribe la acción en el marco del procés catalán. Lo mejor, en aras de captar y catar el pulso artístico, donde siempre late el novelista, que no necesariamente es un artista, es dejar atrás el tembladeral político, cuya jedentina acompaña todo el libro, para centrarse en la conformación y el despliegue de sus personajes. En ese sentido, la cuarta novela de Torné, al que un afiebrado exceso de entusiasmo de un comentarista en la contratapa pide colocar a la altura de Philip Roth, muestra a un escritor solvente en cuanto a la conformación de la estructura que elige para contar su historia, así como en el dominio de una necesaria tiranía que ejerce sobre sus personajes.
A partir de una pareja que espía la sucesión de peleas que otra pareja tiene en el piso de enfrente –sobada recurrencia novelística que convierte al fisgón en parte de la trama–, El corazón de la fiesta se desvía rápidamente de la historia inicial y elabora una cuidada caja china, donde el intercambio de voces narradoras labra una suerte de culebrón amoral, regido por el dinero y una soterrada lucha de clases.
Cuando un miembro de la pareja voyeur, que ejerce a un tiempo la doble condición de testigo e investigadora, enfrenta a una integrante de la pareja espiada a través del viejo mecanismo de la conversación, las historias se multiplican y se disgregan: hay una madre agonizante, un padre buscavidas, un millonario que compra puestos e influencias, un hijo bastardo que causa furor en las pistas de baile de la costa mediterránea, una venezolana con un perro y una joven danesa que entra y sale de la trama y que, en su propia condición espectral, parece aunar los diversos senderos abiertos en la frondosidad de la novela.
Voz de mujer
Entre las variadas cualidades que hay que anotarle a Torné se encuentra su trabajo con la prosa, que no escatima en descripciones extensas y elaboradas y no le rehúye al gerundio, ese cachorro apestado, siempre perseguido por los hondazos de los correctores de estilo (“Me concentré en la conducción, y cuando llegamos a la ronda marítima vi la misma caída de la luz que había enamorado a Astrid y que a veces parece existir para humanizar la horrible masa húmeda que no se puede beber ni sembrar, que ya estaba allí acompañando a los dinosaurios y madurando a las amebas como una inmensa pecera de plasma y líquido uterino”). En ocasiones, además, la cualidad descriptiva moldea imágenes breves y poderosas: “El resplandor verdieléctrico de una farmacia flotaba en el espacio como una línea de meta”.
La otra gran virtud del novelista es la creación de una voz femenina que suena fuerte y creíble, con la credibilidad existencial que siempre se le exige a un ente de ficción, más allá de los sucesos que cuente o protagonice. Violeta, la principal narradora de El corazón..., al igual que Clara, interlocutora y suerte de contracara de la primera, son personajes construidos con una impresionante cantidad de detalles de su género, que nunca derrapan en el estereotipo ni en las convenciones del hecho de ser mujer que puede apuntar un hombre, que muchas veces por esquemáticas terminan siendo risibles. Torné lleva ese giro apropiador a extremos ínfimos de una individualidad femenina, desplegándolo por los detalles de un dolor de ovarios, la sensación de la explosión de semen en la vagina o la liberadora expulsión de aguas mayores. Incluso logra que una palabra sonoramente tan fea como “sororidad” fluya de forma natural en medio de la anodina descripción de tocar un timbre.
A pesar de la impronta de cierta fatalidad general que sobrevuela a los personajes, El corazón de la fiesta es una novela luminosa, que escarba el barniz de los vínculos entre las clases sociales y desenmascara el poder pornográfico del dinero para mostrarlo en su más descarnada mercancía, como cuando al momento del esperado primer encuentro íntimo, a pesar de la música suave, la luz tenue y la imagen que el deseo trazó en las horas previas, no es posible dejar de percibir las estrías y la flacidez que la ropa ocultaba.
El corazón de la fiesta. De Gonzalo Torné. Barcelona, Anagrama, 2020. 256 páginas.