Hay un poema de John Cage que dice: “Cuando a Sri Ramakrishna / se le preguntó / por qué, / si Dios es bueno, / existe el mal / en el mundo, / él respondió: / ‘Para / hacer más densa / la trama’”. Contra la máxima de que el Bien siempre triunfa, el héroe gana y el orden se restituye, el Mal tiene su propio costado luminoso, porque en la razón de su existencia se leuda el conflicto, la madeja de la peripecia se desenrolla y la historia en sí misma avanza. Por algo seguimos como una sombra los pasos de Caín hacia la Tierra de Nod tras el asesinato de Abel; por algo destella sobre el resto del Infierno la terrible historia del conde Ugolino comiéndose a su descendencia; por algo son tan reales las manchas de sangre imaginarias que Lady Macbeth intenta sin éxito lavarse; por algo, en fin, tantos caracteres malvados permanecen horadando la retina luego de que baja el telón, aparecen los créditos finales o se cierra el volumen.

Si asumimos que en el mundo real y concreto, este descascarado universo que habitamos, la impartición de justicia es un hecho relativo, sujeto a preceptos que son humanos, y por lo tanto falibles, en el amplio, bullente y por suerte más interesante universo de la ficción ya es otro el cantar. En una realidad calcada de la auténtica, pero que se rige por sus propias leyes, se mueven los personajes de Beso feroz, la última novela de Roberto Saviano.

Control

Mucho se ha escrito sobre la suerte de Saviano (1979), por lo que no le dedicaremos al tema más de lo que entra en esta oración: tras la publicación del best seller internacional Gomorra, en 2006, en el que retrató los negociados y los crímenes de la Camorra, recibió su propia fatwa de parte de la mafia de Nápoles, y desde entonces debe vivir con escolta policial y en otro país.

Toda la obra de Saviano gira alrededor del mismo tema, y se desmembra en un puñado de títulos de enorme éxito editorial, traslaciones al cine y la televisión y cuantiosos dividendos por derechos de autor. A la inicial Gomorra le siguieron las crónicas de Vente conmigo (2011) y las novelas CeroCeroCero (2014) y La banda de los niños (2017), primera parte de la reciente Beso feroz. Los mismos personajes de La banda... aparecen consolidados en la nueva novela, que si bien se lee de forma autónoma, requiere por lo menos de una síntesis de lo más destacado de la entrega previa para un completo seguimiento de la acción. Todo gira en torno al joven mafioso en ascenso Nicolás Fiorillo, conocido como Marajá, líder de La banda de los niños, y su lucha por el control de las zonas de distribución de droga en Nápoles, lo que lo lleva a enfrentarse a un grupo de mafiosos veteranos, que ven peligrar sus dominios ante la aparición y el despliegue de un cuasi adolescente con ínfulas y en moto. En esa lucha generacional que se despliega por el control de las zonas rojas de la ciudad se cifra el único eje interesante de la novela.

Sangre

No hay duda de que Saviano conoce como pocos el universo sobre el que escribe, los códigos del hampa napolitana y los infinitos recursos y dispositivos de los que se valen los mafiosos para expropiar, chantajear, robar, negociar y matar. Hay un trabajo sostenido y un aprovechamiento cuidadoso de la investigación del submundo criminal, alejado de los estereotipos construidos por el género, a los que incluso se permite incorporar como un guiño en los gestos de algún personaje (en un momento, Marajá mata a un enemigo de la misma forma en que el joven Vito Corleone, interpretado por Robert De Niro, despanzurra a Don Ciccio, el asesino de su padre, en El Padrino II, utilizando el cuchillo y moviéndose en escena como el ente de ficción, e incluso comentándole su performance a la víctima).

Más allá del ritmo intenso de la novela –400 páginas de puro movimiento, segmentadas en capítulos breves, titulados para facilitar aun más la comprensión–, todo es demasiado nítido, las secuencias se acumulan en una sumatoria de movimientos que, de a ratos, le otorga al libro un aire coral (si bien es la figura de Marajá a la que siempre se termina volviendo), y la sucesión de diálogos –otro motor en el avance de la acción– constituye una acumulación de frases deslavadas y lugares comunes, pronunciadas en la voz de personajes antipáticos y desalmados, que dos por tres consultan su Instagram o buscan un tutorial en Youtube. En lo que parece un intento de humanizar un poco más a sus jóvenes y descarriados personajes, el autor incorpora a algunas madres dolidas y apesadumbradas, que corren tras sus hijos o cuestionan sus delictivas acciones, para darle forma a un puchero moralizante más aguado que otra cosa.

No hay literatura en Beso feroz, o al menos no la literatura que debería espejar la catarata de elogios que desborda la contratapa; se trata, en verdad, de una novela escrita con competencia, pero que no se diferencia del malón de libros de estación que puebla año tras año el mercado, bastante similar por sordidez, extensión y explotación de los personajes a esos ladrillos interminables que escribe James Ellroy, por poner un ejemplo. El malandraje de Saviano no tiene peso como figura del Mal, sólo es material de crónica roja novelada, sin pathos ni gloria, excrecencia documental para tesis sociológica y conteo de estadística para periodistas al que no redime ni salva la ristra de ejecuciones bañadas en sangre que salpica las páginas. Porque ya se sabe, además, como decía don Pío Baroja, que con sangre no se hacen obras de arte, sino morcillas.

Beso feroz. De Roberto Saviano. Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona. Barcelona, Anagrama, 2020. 400 páginas.