A paso lento pero seguro, la colección Discos de la editorial Estuario llegó a su décimo volumen, y se trata nada más y nada menos que de un libro dedicado al álbum Mateo y Trasante (1976), escrito por el periodista Daniel Figares. Por si alguien estuvo en una cueva en los últimos 45 años, vale recordar que se trata del siguiente disco de Eduardo Mateo luego de su debut solista, Mateo solo bien se lame (1972), y el primero a dúo, con el brillante percusionista Jorge Trasante, 13 años menor que él.
El álbum –hoy disponible oficialmente en plataformas como Spotify y Youtube– tiene algunas de las canciones más hermosamente tristes y melancólicas de Mateo, como “Un canto para mama” y sobre todo “Y hoy te vi”. Pero también de las luminosas, como “Palomas”, y en particular “Blues para el bien mío”, que desparrama una melodía vocal exquisita y conmovedora, llevada con maestría interpretativa por Mateo (“¡cachito mío!”).
Pero, claro, hoy es fácil escribir eso. Como casi todos los frutos musicales de Mateo, el disco en su momento no fue muy bien recibido, no sólo por el público en general sino hasta por los más encumbrados músicos. Para muestra, el mismísimo Jaime Roos, fanático de Mateo de todas las horas, supo decir –según se recoge en el libro Razones locas, de Guilherme de Alencar Pinto– que la primera vez que lo escuchó lo hizo reír, le pareció “muy mal”; la segunda le produjo un “shock”, y recién en la tercera le pareció que tenía “una música realmente superior”.
Para no ser menos, el libro Mateo y Trasante también tiene sus peculiaridades. Para empezar, es el primero de la colección Discos que se trata de una reedición. El libro original fue publicado en 2006 por Banda Oriental (inconseguible hace años), a tres décadas del lanzamiento del disco, que además coincidió con la primera reedición en CD.
La otra peculiaridad es que 95% del libro está narrado en primera persona por uno de los protagonistas del disco: Trasante. El 5% restante lo ocupa Enrique Abal, productor del álbum, y hay paratextos del autor y de Gustavo Verdesio, director de la colección. Obviamente, el músico fue entrevistado por Figares, pero el autor no mete cuchara con su subjetividad, más allá de la selección y la edición del testimonio, claro está –incluso, si nos ponemos obsesivos, el texto se podría pulir bastante–.
Figares no opina, no analiza ni matiza, se limita a ser un mediador lo más “puro” posible entre el músico y el lector. Esta es la diferencia más sustancial que tiene con los anteriores nueve libros de la colección, que oscilan entre el periodismo más tradicional, que consigna hechos, contrasta visiones y mecha opiniones, y lo más subjetivo y novelado.
Desde adentro
Trasante nos narra, muchas veces de forma coloquial, como si estuviéramos conversando con él en la mesa de un bar –de los viejos, sin cerveza artesanal–, la gestación no sólo del disco sino también de su amistad con Mateo, que los llevó a tener una gran química musical –o viceversa–; la primera vez que tocaron juntos fue, como si nada, en la explanada municipal, en 1971. También nos cuenta cómo se armó el disco, los ensayos en su casa, y brinda muchos detalles de la grabación y de la forma en que Mateo encaró todo ese proceso desde la voz, los instrumentos y la composición.
Una de las tantas riquezas del disco es el acercamiento a la música de Oriente, y en particular la búsqueda de timbres mediante distintos instrumentos percusivos de India. Trasante ahonda en esto con mucho detalle, a veces describiéndolo de forma también coloquial, con imágenes muy concretas y claras, y otras tantas yendo a lo más técnico. Por eso el libro es disfrutable tanto para el lector avezado en lenguaje musical como para el más simple aficionado. Como buen percusionista, Trasante se mete con una de las aptitudes más grandes de Mateo: la creación de ritmos de la nada. Sobre ese aspecto, vale la pena citar una parte de lo comentado por el músico: “Yo, hasta ese momento, jamás había tocado con un músico que tuviera la polirritmia que tenía Mateo: la posibilidad de poder cantar y hacer otra cosa tocando (lo hizo en casa, en el disco, en los escenarios). Tenía una síntesis rítmica en él mismo integrada, tan fuerte, que a mí me impactó muchísimo. Me abrió la cabeza, porque era la primera vez que encontraba una persona con la que, aparte, no tocábamos ritmos establecidos. No decíamos ‘vamos a tocar una baguala, o una chacarera’, sino que teníamos que inventar el ritmo. Lo más armado que teníamos era tocar un candombe. Lo demás era inventado. ¿Qué ritmo tienen ‘Palomas’ o ‘Amigo lindo del alma’? No tienen nombre porque fueron inventados como una síntesis que tenía Eduardo del tropicalismo, la onda brasilera, su pancada, su forma de rasgar la viola. La música de India, el jazz, la improvisación, etcétera”.
El último tercio del libro tiene minicapítulos dedicados a cada canción, en los que Trasante va a cada detalle que le interesa, pasando por aspectos de una letra, un instrumento, el ánimo de Mateo a la hora de grabar, y por la música, sobre todo la obsesión con el ritmo, que se ve plasmada en la partitura de cada ritmo inventado. Hay otras yapas, como dibujos y textos inéditos de Mateo y fotos de la grabación del disco tomadas por Abal.
Como los capítulos dedicados a cada canción son cortos, se pueden leer tranquilamente mientras se escucha el álbum, que dura un poquito más de media hora. La experiencia resulta complementaria y muy enriquecedora. Aunque, como siempre cuando se trata de la música de Mateo, por momentos parece que por ahí suena algo más, que no se puede poner en negro sobre blanco.
Mateo y Trasante. De Daniel Figares. Montevideo, Estuario, 2020 (reedición). 144 páginas.