En el libro Alce Negro habla convergen un puñado de géneros de escritura, en apariencia, disímiles. Se puede leer como la biografía de un chamán sioux, pero también como la historia de un pueblo sometido a la violencia y toda su tenebrosa estela, del hombre enloquecido por la avaricia, se puede apreciar como una crónica de guerra entre dos cosmovisiones a la par que como un imponente tratado teológico. Una de sus tantas virtudes es esa desobediencia a restringirse a una simple etiqueta. Publicado originalmente en 1932, el libro se construye a partir de un estremecedor monólogo del chamán de los sioux oglalas Alce Negro (1863-1950). El poeta John Neihardt (1881-1973) fue el elegido, quizás por otras potencias, para presenciar ese encantamiento como quien ve el mar por primera vez y no puede articular la vastedad en el lenguaje común; para escuchar esa vida, ese monumento que albergaba en el mismo cuerpo las alegrías y los dolores de una existencia particular y las dichas y los desconsuelos de una comunidad arrasada, una vida que podía hacer comulgar los innombrables éxtasis de la vida espiritual y la punzante emoción de un hombre que quiere venganza. La belleza de lo divino y lo humano, de lo incorpóreo y lo concreto en una misma unidad. Neihardt, sin proponérselo, oficia de mensajero de otra realidad, nos lega una palabra en otra vibración que deja en conflicto nuestra heredada percepción occidental. Y es que estamos ante una fuente de sabiduría olvidada, más que ante el tradicional despliegue de datos y anécdotas de una vida curiosa y exótica.
En Alce Negro se cumple la idea de destino. Es un elegido por la sabiduría y el don de curar, pero ese poder no viene del cielo: surge de las entrañas, de las honduras del espíritu, con padecimiento físico y mental. Una parte del libro es la historia de la aparición y el posterior desarrollo de ese don. A los nueve años Alce Negro cae enfermo; sin aviso, su cuerpo linda con la muerte en un misterioso sueño de 12 días, un tiempo en el que se desplegará una primera visión que lo acompañará toda la vida, porque aquello que contempló, entre tantas cosas, también era un aviso de los peligros inminentes para su pueblo. Una visión tan potente que siempre recordará en sus detalles, una inolvidable verdad espiritual que funciona bajo su propia lógica, un universo simbólico en el que cada elemento se nos presenta como un lenguaje fuera de la historia. Leer esa visión es como contemplar, con el mismo recogimiento, un cielo estrellado que nos dice algo. Más allá del mensaje y la utilidad que vio el chamán sioux, como lector me topé con pasajes de una estremecedora poesía. La belleza de lo sagrado y lo profano que se alían en ese universo mítico es colosal, equiparable a cualquier relato fundacional de una religión.
Para Alce Negro esa primera visión también es la imagen de la perfección y de la realidad. Puede que, como receptor, en un primer momento, reciba esa epifanía como el desarrollo de un mundo fantástico y onírico, pero las visiones tienen un sentido claro para un médico sioux, para su cosmovisión; es más, son signos enviados por los antepasados, los que habitan la realidad. La visión obedece a otro lenguaje y arma maravillosamente un significado. Para Alce Negro, ver es comprender, y comprender es obtener un poder.
En 1882 Alce Negro realiza su primera curación: tiene 19 años, y leer en detalle el proceso que desemboca en ese momento fundacional también es enfrentarse a un relato humano, lleno de dudas y divagues, miedo y valentía, un momento clave para entender la simbiosis del espíritu y del cuerpo moviéndose en la misma dirección. Porque obtener y desarrollar un poder es ayudar a su comunidad, no dominarla. El auxilio también incluye infundir valor a los guerreros, pues están en una guerra declarada con el wasichu, el hombre blanco. Los sioux luchan por preservar sus tierras; el wasichu combate por el oro que hay en esas tierras. La lucha es física, pero la guerra es espiritual. No es casual que una vez que el enfrentamiento corporal cesa, sigan la censura y la represión de los rituales, esas extáticas formas de curación, ese misticismo pagano, esa realidad dicha bajo un explosivo lenguaje poético. Erradicar en lugar de enriquecer.
Entre otras cosas, la lectura de este libro constituye una tentativa de recordar la vieja idea de que el mundo pasa por los sentidos, pero no se detiene en ellos. Hay algo más. El monólogo se presenta como la obra de un maestro, de alguien que enseña otra forma de percibir el entorno, que es la forma de mirarse a sí mismo. Su lectura enriquece espiritualmente ahora que los ritos se extinguen o son aburridos por su repetición. Alce Negro sabía que se enfrentaba, en su memoria, no sólo a un pueblo humillado y despojado de su territorio, sino al olvido definitivo de una mitología, una religión, una sabiduría. Ante esa catástrofe final, habla, comparte con el bando que poco o nada había mirado ese mundo antes de las ruinas. Queda la historia para su comunidad desperdigada, para una generación sioux sin padres y para foráneos que también buscan un origen en común.
Alce Negro habla. Historia de un sioux. De John G Neihardt. Madrid, Capitán Swing, 2018. 383 páginas.