Borges solía decir que la historia de la literatura es la repetición de un puñado de metáforas. Podríamos decir lo mismo del pensamiento: muchas veces se trata de una variación de los mismos argumentos. Tal es el caso de La tempestad, de William Shakespeare. La obra concitó la atención de diversos escritores a lo largo de la modernidad. En 1878, Ernest Renan compone el drama filosófico Calibán, en el que expuso su invectiva contra la democracia. En 1898, Rubén Darío toma el mito y parte de las ideas de Renan en “El triunfo de Calibán”, en donde utiliza al personaje de Shakespeare para atacar a Estados Unidos. Dos años más tarde, José Enrique Rodó les da una forma definitiva a los acercamientos de Darío. En ese texto, el escritor uruguayo reflexiona sobre el cultivo de la personalidad y el lugar de la cultura y las élites en las transformaciones sociales que habrán de imponerse con la democratización.

Aunque admite matices, podemos decir que la perspectiva global de Rodó está marcada por las figuras de Próspero y los discípulos que lo escuchan. En 1900, estos son los hombres (no las mujeres) que habrán de transitar el siglo XX. Próspero les da una última lección, legándoles las ideas sobre la humanidad que se aquilataron en el siglo XIX. Si Rodó acepta la democracia, es bajo la convicción de que esta debe ser conducida por un núcleo ideológico que está por encima de las discusiones que esa democracia habilita. Propone, así, una aristocracia espiritual.

Directa e indirectamente, el libro de Rodó ejerció gran influencia en la cultura hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX. Carlos Real de Azua observa que continúan su labor “maestros de la juventud” como José Ingenieros, Alfredo Palacios y José Vasconcelos. También se pueden atribuir a su inspiración la defensa de la alta cultura, el catolicismo, la reconsideración de España y el rechazo del materialismo norteamericano. Estas ideas son el sustento de grupos de escritores y pensadores como el que rodeó a José Lezama Lima en la Cuba de mediados del siglo XX, y aun me atrevería a decir que el hispanismo que difunde Rodó explica al menos parte de la gravitancia que tuvieron José Ortega y Gasset y la Revista de Occidente en los intelectuales hispanoamericanos en las décadas de 1930 y 1940.

¿Existe, sin embargo, una actualidad de Rodó? ¿Podemos pensar un Rodó actual, un Rodó del siglo XXI? Si esa actualidad existe, es bajo la condición de que uno tome distancia de las ideas que manifiesta en su versión de La tempestad. Porque lo que se puede ver hoy en día no es la vigencia de sus preguntas sobre la democracia o sus ideas sobre la necesidad de que el espíritu reprima las pulsiones corporales; lo que vemos es la muestra más explícita de lo que constituyó el dispositivo de disciplinamiento tanto del cuerpo como de las masas que estaban a punto de ingresar a la vida pública gracias a la democratización.

Versión teatral de Ariel, de Josè Enrique Rodó, en el marco del Día del Patrimonio, en el Museo Pedagógico.

Versión teatral de Ariel, de Josè Enrique Rodó, en el marco del Día del Patrimonio, en el Museo Pedagógico.

Foto: Alessandro Maradei

Si me atrevo a una afirmación tan fuerte es en la medida en que el pensamiento sobre La tempestad dio ya, desde Rodó, varios vuelcos. Célebre es el Calibán de Roberto Fernández Retamar. Emulando lejanamente a Karl Marx, que da vuelta la dialéctica hegeliana, el ensayista da vuelta las opciones de Rodó, mostrando que al sujeto latinoamericano hay que pensarlo a partir de la figura de Calibán. Pero notemos que dice esto en el contexto de las polémicas que se despliegan alrededor de uno de los procesos de disciplinamiento más resonantes de la historia cubana: el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla a causa de unas actividades contrarrevolucionarias que se reducen, si leemos su libro Fuera del juego, a negarse a integrar el sujeto colectivo de la revolución.

Pero el enfoque que propongo se encuentra más acá en el tiempo. En 2004, Silvia Federici publica Calibán y la bruja, libro en el que piensa La tempestad en el contexto de las reformas políticas que se dirigen desde los estados hacia los individuos en los siglos XVI y XVII. La obra de Shakespeare se relaciona con la transformación de la persona en un campo de batalla entre las fuerzas de la razón y los bajos instintos. Por este medio, el poder busca disciplinar a los cuerpos para transformarlos en trabajadores, que recién van a estar moldeados, en países como Inglaterra, a fines del siglo XIX. Hasta entonces, “el odio hacia el trabajo asalariado era tan intenso que muchos proletarios preferían arriesgarse a terminar en la hora que subordinarse a las nuevas condiciones laborales”.

Con La tempestad, escritores como Rodó y Fernández Retamar expusieron literariamente los dispositivos bajo los cuales se disciplinaron los cuerpos para convertirlos en sujetos. Aunque Rodó no habla de trabajadores, en su texto impulsa un fuerte control del cuerpo y propone una serie de ideas formadas en el seno de las élites que garanticen el lugar prominente que estas ocupan y sean la base desde la cual disciplinar a los inmigrantes que huyen de las partes pobres de Europa. Escribe Rodó: “La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La misma será un instrumento de barbarie o de civilización, según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral”. Leído en esa clave, Rodó se vuelve luminoso.

  • Ignacio Iriarte es investigador del Conicet (Argentina).