Cuando sea eterno, ¿cómo seré al día siguiente?
Franz Kafka

“Sabés, alguna vez fui un gran dibujante... En su tiempo –y de eso hace mucho–, aquellos dibujos me complacieron más que cualquier otra cosa”, le escribió Franz Kafka a Felice Bauer en 1913.

Que Kafka dibujaba quizás no sea ahora una gran novedad. De hecho, ya desde la década de 1950 comenzaron a circular en Alemania unas pocas imágenes a través de las portadas de la colección de bolsillo de la editorial Fischer. La figura de tinta negra, estilizada, en movimiento, de pie o derrumbada sobre un escritorio y flotando en el espacio sin encuadre de la página –como apunta Judith Butler–, aparece en nuestro medio sólo mucho más tarde en la tapa de alguna novela, en los diarios y, de forma orgánica, en el volumen Dibujos que Sexto Piso publicó en 2011. Esa edición reproducía las algo más de 40 ilustraciones que se difundían por primera vez en Había una vez un gran dibujante: Franz Kafka como artista plástico, resultado de la investigación de Niels Bokhove y Marijke van Dorst en 2002.

Sin embargo, como es costumbre en Kafka, con el acceso al archivo su obra póstuma se amplía y agrega a la imagen consagrada del escritor una nueva faceta. La “carpeta-Kafka”, como la denominó su amigo y recopilador Max Brod, revela que la actividad y el interés por el arte en general preceden a la escritura y conforman un universo creativo autónomo sin fines literarios, al menos en los inicios.

En efecto, Kafka se abocó al dibujo de forma sistemática con el exclusivo propósito de dibujar, de explorar la dinámica del trazo, la técnica y el movimiento de las figuras en el espacio. Orientó su práctica a través de los modelos estéticos clásicos y de vanguardia que estudió en la universidad; por intermedio de museos, exposiciones, viajes y tertulias en el café Arco de Praga con amigos y artistas del grupo de Los Ocho (Die Acht).

Sabemos ahora que el arte formaba parte de su espacio cotidiano, que en las paredes de su cuarto colgaba una reproducción de Der Pflüger [El sembrador], de Hans Thoma, y la consigna: “¡Llevá también el arte libre a tu hogar!” [Führe auch freie Kunst in dein Heim!], que proviene de Kunstwart, una de las revistas que leía cuando todavía era estudiante de bachillerato.

Conocemos, al fin y sin rodeos, la obra gráfica. Trazos fragmentados y en proceso, líneas dinámicas, figuras minimalistas o figurativas, retratos y motivos reducidos a pocas líneas como el jinete en su caballo, uno de los más recurrentes. O la casa de Goethe, su jardín y una minúscula figura humana con una larga vara debajo de tres, casi ilegibles, apuntes sobre asuntos jurídicos que cuestionan los límites entre dibujo y escritura, como sugiere Butler en su ensayo “Pero... ¿qué suelo? ¿Qué pared?”, al final del volumen.

Al margen de estilos o corrientes en boga –por fuera incluso del expresionismo al que lo afilia Brod–, las ilustraciones kafkianas conforman una obra ecléctica que dialoga sólo de forma puntual con el programa de algunos artistas, como el de Alfred Kubin. Al cuadro de época y la red de encuentros y personajes que rodean su vocación artística se ingresaba hasta ahora por medio de los apuntes privados de sus diarios, muchas veces una serie de observaciones mordaces sobre la escena del arte de entonces. A modo ilustrativo, en una de las entradas de 1911 escribía Kafka sobre Kubin lo siguiente: “Más cosas de Kubin: Su hábito de repetir en todo caso, en tono de aprobación, las últimas palabras del otro, [...] pone de manifiesto que el uno no está en absoluto de acuerdo con el otro. Fastidioso. Oyendo sus muchas historias puede uno olvidarse de lo que vale Kubin”.

De la caja fuerte al espacio virtual

Al margen de los interminables vericuetos en torno al legado, sus herederos, los litigios o las maniobras editoriales de Max Brod, albacea de Kafka como se sabe, los más de 100 dibujos hasta ahora inéditos que se publican este mes en siete países de forma simultánea (Alemania, Italia, Estados Unidos, Francia, Polonia, Holanda y España) merecen una mínima reconstrucción de su periplo. De eso se ocupa con detalles Andreas Kilcher, editor de Franz Kafka. Die Zeichnungen, publicado por CH Beck en Alemania y por la española Galaxia Gutenberg (Franz Kafka. Los dibujos) en la traducción de Amelia Pérez de Villar Herranz y Carlos Fortea Gil.

Los hechos en torno a estos inéditos pueden resumirse más o menos como sigue. Brod resguarda los papeles de Kafka de los nazis, primero en la caja fuerte de un banco israelí y, décadas más tarde, junto con Salman Schocken –primer editor de la obra completa kafkiana– en el actual UBS de Zúrich. En los 60, el legado se divide: una parte viaja a Oxford y la perteneciente a Brod –que contiene los dibujos– se queda en Suiza. Si bien Brod anuncia una edición íntegra de las ilustraciones que custodia en su fondo, el plan no se cumple, por lo que el material gráfico permanece confinado otros muchos años.

La vuelta de tuerca en esta historia, también conocida por intervención del archivo, tiene nuevamente a Brod y a su secretaria, Ilse Ester Hoffer, como protagonistas. A modo de retribución económica, se dice, Brod convierte a Hoffer en su heredera universal y le dona, aún en vida, buena parte de los manuscritos, cartas y dibujos que conserva de Kafka. Es decir que, en 1956, cuando el legado viaja a Suiza, ya no es propiedad del famoso albacea, sino que está en manos de Hoffe (según Brod, “mi colaboradora creativa, mi más severa crítica, ayudante, aliada, amiga”).

Primero por la voluntad testamentaria de Brod, más tarde por la gestión antojadiza de Hoffer, el hecho es que los dibujos sólo lograron hacerse públicos tras un largo proceso de litigio y negociación entre los herederos del legado Brod-Hoffe y la Biblioteca Nacional de Israel, que finalmente, en 2019, accede al contenido de las cuatro cajas fuertes de Zúrich.

Fuera de su antiguo domicilio y desmaterializado en el espacio virtual, el catálogo de Kafka de esa biblioteca ofrece ahora, además de manuscritos, cartas y otros documentos, las más de 150 ilustraciones que el escritor checo compuso entre 1901 y 1924. El libro editado por Kilcher reproduce más de 100 y destaca en especial las del tramo 1901-1907, correspondientes a la incursión de Kafka en las artes plásticas antes de convertirse en escritor.

El libro

El material gráfico reunido en Franz Kafka. Die Zeichnungen se presenta en tres fases. La primera, que corresponde a la etapa de estudiante, entre 1901-1907, reúne la mayor parte de su producción. Hojas sueltas, intervenciones en los márgenes de artículos de prensa y, sobre todo, un cuaderno de 52 hojas con esbozos y ensayos de diferente tipo conforman por la cantidad y el carácter autónomo de su composición el núcleo documental del volumen y de los ensayos que Andreas Kilcher y Judith Butler escriben a propósito de estos inéditos.

La segunda fase abarca una pequeña pero significativa muestra de algunos esbozos intercalados en diarios de viaje, cartas, periódicos y blocs de notas compuestos entre 1909 y 1912, una serie de dibujos y ornamentos en los propios manuscritos cierran la cronología en 1922.

Hacia el final del volumen, la descripción comentada de la serie de imágenes a cargo de Pavel Schmidt, artista, profesor e investigador en la Academia de Bellas Artes de Múnich, informa sobre el orden, la datación, ubicación y los criterios de titulación que debieron emplearse en ciertos casos. Sus apuntes ayudan a comprender tanto el contexto de creación, como las funciones y los propósitos que cada uno de los dibujos cumplió en su momento. Schmidt distingue para eso entre aquellos que son parte del plan editorial de una obra o ideas asociadas a un proyecto o si, por el contrario, son creaciones autónomas, sin fines específicos ni vínculo con otros documentos gráficos. A estos datos generales y los específicos sobre aspectos de formato y técnica, ofrece Schmidt una breve pero meticulosa descripción del estado material del documento y la dinámica de las representaciones en la topografía de la página.

El doble talento de Kafka

Aunque no es posible aislarlos de los gestos de la escritura, los dibujos se comportan en el marco general de la obra como objetos gráficos autónomos. Esa es la conclusión a la que arriba Andreas Kilcher en “Dibujo y escritura en Kafka” y que expone mediante una serie de etapas argumentales.

En “Kafka y las bellas artes” y “Kafka como dibujante” explora por vía del contexto y del perfil biográfico el interés intelectual de Kafka por las artes plásticas, deteniéndose especialmente en su etapa de formación, los amigos y los círculos de artistas que lo impulsaron a explorar en el dibujo. El papel de Oskar Pollak, compañero de clase y amigo, y el acceso a la revista alemana Kunstwart, incidieron en ese proceso de iniciación.

Se sabe también que tanto él como Brod intercalaban sus clases curriculares de derecho con cursos de arte dictados durante los semestres de verano y que fue entonces cuando Kafka se acercó al Japonismo de las xilografías de Emil Orlik, que sería objeto de su conferencia “Japón y nosotros” [Japan und wir]. Las escenas y la técnica del dibujo y la tipografía japoneses impresionaron al grupo de amigos, ofreciéndose como una alternativa estética más sutil respecto de las tendencias premodernas de Kunstwart.

Le seguirían lecturas sobre historia del arte, filosofía y estética, la exposición de trabajos monográficos sobre diversos artistas y, algo más tarde, el encuentro por intermedio Brod con el grupo Los Ocho (Die Acht), integrado por Max Horb, Friedrich Feigl, Willy Nowak, Georg Kars, Otakar Kubin, Emil Filla, Bohumil Kubišta y Anton Procházka. Una agrupación checo-germana que, junto con el arte de Orlik, introdujo una perspectiva y un modo de entender el arte alineado a un enfoque vanguardista.

En el diario de viaje que años después lo acompañó a través de Italia y Suiza hacia París, Kafka documentó el encuentro con otras nuevas figuras del mundo del arte, la visita a museos y exposiciones y el registro gráfico de una variedad de motivos.

Muchas de las creaciones de esta primera época, sobre todo las del cuaderno, como “El bailarín” y “El depresivo”, son parte de los 21 dibujos que Brod seleccionó para una exposición prevista en Londres en 1951 a instancias de Paul Josef Hodin y que, por los múltiples y contradictorios reparos de Brod, finalmente no tuvo lugar.

Lo cierto es que hacia 1909, con una obra gráfica y de escritura de respaldo (sus primeras narraciones en la revista Hyperion son de 1908), Kafka demostraba poseer, en palabras de Brod, un doble talento. Curioso es, por lo menos, que haya sido precisamente el amigo y mecenas, el autor de su biografía y editor de prácticamente toda su narrativa, quien obstaculizara el acceso a una carpeta con dibujos que él mismo recolectó –y hasta rescató de las papeleras del propio Kafka– con especial dedicación.

“Esperá, te lo dibujo”

En la carta de 1913 que encabeza esta nota, Kafka le cuenta a Felice un sueño. La pareja camina por la ciudad vieja de Praga de un modo que, dice Kafka, sólo es posible en el plano de la invención onírica, “bien juntos pero sin llamar la atención”. Un desplazamiento de las piernas y el cuerpo que, aunque lo intenta, no alcanza a describir. En el bloqueo de la escritura, el dibujo interviene el blanco de la página para representar con trazos lo irrepresentable del “invento”.

Esta relación entre palabra y dibujo, inorgánica y errática en su proceso, es el tema central que Kilcher y Butler tratan en sus respectivos ensayos. Para ambos, la autonomía de los dibujos respecto de la escritura es notoria en las creaciones de la primera fase, aun en su ejecución simultánea, y sólo con las intervenciones posteriores en cartas y diarios podrá verse a los dibujos operando en y junto con la dinámica de lo escrito.

Con foco en lo literario, Butler sostiene que la clave para comprender estas ilustraciones se concentra en la dimensión gráfica del trazo de la palabra y la imagen, y el límite muchas veces inexacto entre una y otra. Según la autora, Kafka evade los límites lingüísticos y materiales que le impone la escritura con personajes que se libran del volumen y el peso, y flotan de modo inexplicable en la superficie de la hoja.

Franz Kafka. Los dibujos. Editado por Andreas Kilcher con la colaboración de Pavel Schmidt. Incluye ensayos de Judith Butler y Andreas Kilcher. Galaxia Gutenberg.