Un poco por la circunscripción, de un tiempo a esta parte, de la mayoría de los productos de literatura de ficción a la esfera del “arte culto”, y un poco por cierta tendencia humana a creer que “todo tiempo pasado fue mejor”, podría parecernos que la crítica y la prensa en torno a ciertas figuras canónicas de nuestra literatura siempre fue “seria” y basada en sesudas apreciaciones estéticas y lingüísticas. Sorprendería encontrar que en algún momento la prensa cultural haya podido detenerse en aspectos estrafalarios, farandulescos y un tanto morbosos de la vida privada de un escritor.
Quizá para muchos el nombre de Juan José de Soiza Reilly, sanducero de nacimiento y porteño por adopción, periodista de la vieja Caras y Caretas durante las primeras décadas del siglo XX, no suene demasiado familiar. Pero cierta imagen muy prendida en nuestro folclore literario podría resultar más conocida: la morfinomanía de Julio Herrera y Reissig, y aquella famosa foto en la que supuestamente se inyecta dicha sustancia. Toda esta narrativa se originó en una entrevista con fotorreportaje publicada por Soiza Reilly en Caras y Caretas en 1907 y titulada, muy sugerentemente, “Los martirios de un poeta aristócrata”.
En el volumen de reciente aparición titulado _Sí, soy uruguayo, pero... _, con edición al cuidado de Alejandro Ferrari y precedido por estudios críticos e historiográficos de María Guillermina Torres, Daniel Rinaldi, Matei Chihaia, Pablo Rocca y el mismo Ferrari, se recogen, además de una semblanza a cargo de Julio Schvartzman, varios artículos de Soiza Reilly bajo el común denominador de la “uruguayidad”. La relación de Soiza Reilly con su origen uruguayo fue un tanto conflictiva; no obstante, en varios artículos se encargó de personalidades y hechos de la política y la cultura uruguayas.
El principal talento de Soiza Reilly era la semblanza. Si bien se notan sus conocimientos sobre literatura y no olvida citar textos, normalmente presenta más un personaje que una obra. Aunque luego de la publicación de “Los martirios de un poeta aristócrata” fue duramente criticado por exponer públicamente vicios privados, varios testimonios muestran que esa histriónica exhibición de Herrera y Reissig como un poeta decadente y adicto fue más bien un acuerdo entre el entrevistador y el entrevistado, en el que este último parece haberse divertido mucho jugando a ser uno de sus admirados “malditos” para escandalizar a la burguesía biempensante montevideana. Poco importa si la jeringa de la foto realmente tenía morfina, o si la adicción de Herrera y Reissig se originó en consumirla por prescripción médica (cosa que también le pasó a Juana de Ibarbourou, a la que Soiza Reilly dedica un par de artículos en los que no parece que ni a ella ni al cronista se les haya ocurrido en ningún momento que dicho hábito fuera funcional a una construcción de Juana como celebrity de la época).
Entre los personajes de la cultura retratados por Soiza Reilly, aparecen, entre otros, Juan Zorrilla de San Martín, Horacio Quiroga, José Podestá (conocido como Pepino el 88 y fundador, junto con sus hermanos, de ese antepasado del teatro rioplatense que fue el circo criollo) y Pedro Figari. Particularmente sorprendente y divertido resulta su retrato de Florencio Sánchez, en el que se remarca una y otra vez un origen indígena del cual rara vez se ha hablado posteriormente (varias veces lo llama “indio"” sin eufemismo ninguno) y al que se agrega un pintoresco anecdotario digno de un sainete en el que nuestro más destacado dramaturgo aparece continuamente inventando ingeniosas salidas frente a encargadas de pensión que lo interceptan en lugares públicos para cobrarle deudas, o robando hojas de telegrama para escribir sus obras, y que contrasta bastante con esa imagen de ferviente defensor de la civilización y el progreso que Sánchez intentó construir de sí mismo en “Cartas a un flojo” y otras conferencias y manifestaciones públicas.
Soiza Reilly también fue corresponsal en la Primera Guerra Mundial, y entrevistó a figuras de la política o militares. Si bien esta parte de su producción quizá no sea tan divertida como la dedicada a personajes de la cultura (lo que evidencia criterios distintos pero coherentes en cuanto a cómo construir una narrativa sobre un artista o sobre un estadista), se nota el esfuerzo puesto en humanizar al personaje, en darle una dimensión, si se quiere, carnal, en un tiempo en el que la totalidad de la información sobre hechos o personajes “de actualidad” se transmitía por la prensa escrita. Por allí pasan José Batlle y Ordóñez, Baltasar Brum, Julio Herrera y Obes, y hay una entrevista hecha en 1915 al entonces único hijo vivo de Giusseppe y Anita Garibaldi, Ricciotti, nacido en Montevideo y, a la sazón, septuagenario. Hay además un imaginativo pero bastante sólido relato sobre el éxodo artiguista no exento de pintorescas historias románticas, como la muerte en combate de Pancho Bicudo junto a su compañera Tincha, o las pretensiones amatorias de Manuel de Sarratea respecto de Rosalie Rafaela Villagrán, prima y esposa de Artigas.
La edición concluye con una selección de caricaturas de Soiza Reilly hechas por varios dibujantes. El volumen, en conjunto, es irreprochable: desde las referencias bibliográficas hasta el diseño, a cargo de Carla Dipacce (incluye además fotos y pies de foto originales de cada artículo), logra un inusual equilibrio entre el rigor de la investigación y su presentación. Es de un gran atractivo también para el público no especializado, que encontrará aspectos novedosos de figuras y hechos muy familiares.
Sí, soy uruguayo, pero..., de Juan José de Soiza Reilly. Montevideo. Quiroga Ediciones/MEC-Fondos Concursables para la Cultura, 2020. 380 páginas.