Alfaguara reedita, luego de casi 40 años, uno de los últimos libros de Julio Cortázar, Queremos tanto a Glenda, publicado originalmente en 1980 y que sería su penúltima obra publicada en vida, antes de Deshoras (1982). El autor murió en 1984.
Se pueden distinguir varias vertientes en la obra de Cortázar. Una sería la del cuentista más clásico, en la que, sin perjuicio de los audaces cruces entre diversos planos de realidad de grandes “hits” como “Continuidad de los parques” o “La noche boca arriba”, demuestra, en lo propiamente formal, un avezado dominio de las formas ya establecidas por los grandes maestros de la narrativa moderna. Otro es el Cortázar más juguetón y vanguardista, deseoso de destruir estas mismas formas desde la propia linealidad del relato y hasta su viabilidad para ser categorizado dentro de un género literario: el que concibió Rayuela o los experimentales y misceláneos Último round y La vuelta al día en ochenta mundos.
Un tercer Cortázar podría ser el Cortázar comprometido, que no sólo comprometió con un proyecto político su persona sino también su imagen como escritor, teorizando ampliamente, en debates públicos en prensa, congresos o clases magistrales, sobre el rol del artista y el intelectual como agente del cambio social que, al igual que gran parte de su generación, entendía como la inexorabilidad de la revolución socialista. Este tercer Cortázar defendía una literatura que no funcionara como evasión de la realidad sino como una forma de entenderla y transformarla. No obstante, lo mejor del Cortázar “comprometido”, en términos estrictamente literarios, debe mucho a las experimentaciones del Cortázar más “evasivo” de los primeros tiempos.
El libro toma el nombre de uno de los cuentos, inspirado en la actriz cinematográfica Glenda Jackson, renombrada Glenda Garson en esta ficción en la que un grupo de fans urde una compleja conspiración para reeditar las cintas en las que los directores no habrían hecho justicia a la perfección encarnada en la diva. Según Cortázar, en una entrevista concedida a El País de España poco después de la publicación, “Hay en este libro algunos cuentos que responden a lo que eran mis primeros relatos, y así ‘Tango de vuelta’ [‘un ejercicio de nostalgia de Buenos Aires’, diría más adelante en la misma entrevista] pudo haber figurado en Bestiario [de 1951], y lo mismo ocurriría en otros casos”.
El que escribe estos cuentos es el Cortázar más clásico, y se encuentran aquí resumidas gran parte de sus obsesiones y recursos típicos. Así, la mirada extrañada sobre la cotidianidad de “Texto en una libreta”, donde se sospecha de la existencia de un grupo de personas que solamente se dedican a viajar por el subte porteño teniendo cuidado de no encontrarse nunca, podría dialogar con la sección de “Instrucciones” de Historias de cronopios y de famas o con algunos textos de La vuelta al día en ochenta mundos. La obsesión de Cortázar con la música y los músicos aparece en “Clone”, donde un conjunto musical de cámara entra en una crisis grupal provocada por enredos sentimentales entre sus integrantes, relato confeccionado a partir de la “Ofrenda musical”, de JS Bach, de forma que cada personaje corresponde a un instrumento y sus entradas y salidas en la acción narrativa, a las entradas y salidas de los instrumentos en la pieza.
El Cortázar comprometido políticamente se encuentra en “Recortes de prensa”, en el que se insertan textos periodísticos sobre las violaciones de los derechos humanos en la Argentina dictatorial, y en “Grafitti”, en el que dos enamorados trazan un vínculo mediante dibujos en las paredes, en una ciudad en la que las fuerzas del orden se dedican aplicadamente a reprimir cualquier expresión de este tipo.
La fruición de Cortázar por mezclar distintos planos de realidad aparece en “Historias que me cuento”, donde el protagonista acostumbra inventarse historias paralelas a su vida cotidiana antes de dormir y una repentina vuelta de tuerca trae una de ellas a la realidad, y en “Anillo de Moebius”, que podría ser bastante chocante para muchas sensibilidades actuales, en tanto podría implicar cierta romantización de una violación (no es excepcional en Cortázar naturalizar la violencia y la voluntad de dominio en la sexualidad masculina, pese a los costados más tiernos de su sensibilidad romántica), pero que, en términos estrictamente literarios, es uno de los mejores cuentos del libro.
Es probable que, leído en su momento, Queremos tanto a Glenda complaciera pero no sorprendiera, en tanto constituye casi un racconto de los tópicos cortazarianos más clásicos, aunque con esta afirmación nos movemos en un terreno muy especulativo. Sea como sea, 36 años después de la muerte del autor, la obra puede ya leerse como hubiera querido el Cortázar más vanguardista, empezándola desde cualquier lugar. Muy probablemente, para quien aún no haya comenzado el camino, Queremos tanto a Glenda sea un buen punto de partida.
Queremos tanto a Glenda. De Julio Cortázar. Barcelona, Alfaguara, 2019. 152 páginas.