Arturo Pérez Reverte no sabe nada de la enseñanza de la gramática y protesta. Pido disculpas a quienes quisieron resolver el lío y no les di tiempo. No podemos mantener tanto tiempo pensando a alguien mientras lee una nota en el diario. Aunque, si hubiéramos estado en clase, yo habría escrito esas palabras en el pizarrón y habría puesto una consigna simple: hagan lo que quieran. Mi experiencia me indica que un grupo de seres humanos en situación de aula no tolera ese desorden y, cada cual a su ritmo, intentan resolver el entuerto porque necesitan desesperadamente comprender. Entonces, van recurriendo a estrategias como, por ejemplo, llevar el nombre hacia la posición inicial de la oración, porque es la típica de los sujetos animados y humanos, y, de inmediato, lo vinculan a un verbo con el que ese sujeto concuerda. Más tarde o más temprano, encuentran que el núcleo del objeto directo de “sabe” es el indefinido “nada” y que este es complementado por un sintagma término de preposición: “de la enseñanza de la gramática”, estructura que contiene, al modo de las muñecas rusas, un término de preposición que complementa al sustantivo “enseñanza”. Lo probé en clase con la oración “milanesa cubiertos profesor manos de con el una sin las se comió olvidó traer” y funcionó exactamente así, con el agregado de que, además de intentar solucionar el caos, también necesitaban enterarse de qué materia iban a tener, y terminaron comentando cosas sobre verbos y plurales. Acertaban, discutían, querían saber, y les tuve que decir que era una suerte contar con estudiantes que supieran gramática porque, lo tuve que reconocer, yo no les había enseñado nada.
Podría haber puesto, por ejemplo, “a veces se buscamos convertir a chicos de 14 o 15 años en analista estériles de lengua la”. En tal caso, les habría hecho ruido el “se buscamos” tal vez habría propuesto eliminar el “se” para quedarse con una oración activa o bien cambiar la persona del verbo y dejar “busca” inmovilizado en tercera persona, lo cual es característico de ciertas oraciones pasivas. Este ejercicio con la oración proferida por Pérez Reverte y alterada sintácticamente por mí es mejor para tercero, que es cuando se dan las oraciones pasivas, y este es un apunte para quienes quieran adaptarse a los programas, pero aun en primer año los estudiantes tienen la competencia lingüística suficiente para percibir la agramaticalidad, es decir, la infracción a las reglas que cumplimos todo el tiempo como hablantes nativos de la lengua española. Quienes hayan leído atentamente habrán observado que hay otras regularidades sintácticas trastocadas en la oración, una oportunidad inmejorable para pensar qué relación hay entre dos categorías gramaticales.
Arturo Pérez Reverte, el escritor y columnista, miembro de la Real Academia Española, se encontró con un libro de lengua cuya terminología no comprendió, o que tal vez era sencillamente malo o inadecuado. El hallazgo lo motivó a redactar un artículo en el que se preocupa por la pérdida del disfrute de la lectura y se cuestiona si el estudio de la gramática (que conlleva el manejo de cierta terminología técnica) contribuye a la comprensión de los textos. Sobre lo segundo, podría decirse que a cualquiera le sería imposible hacer los ejercicios de sintaxis que se han mostrado en esta nota sin comprender y, además, que la atención requerida para resolverlos favorecería no sólo entender sino también recordar (la memoria puede ser importante en el aprendizaje, suele activarse al razonar). Además, como cada vez que manipulamos algo, hay que poner nombres, y es allí donde entran términos como sujeto, verbo, objeto directo, concordancia, determinante, sustantivo y todos los que sean necesarios; los términos técnicos de una disciplina, como existen en todas, creo que en el periodismo también. Claro, puede costar aprenderlos.
El articulista, enojado con las autoridades, recuerda con añoranza un manual de la editorial Edelvives de 1962. Es posible, hay que decirlo, que se tratara de un buen libro y que, como bien dice el antiguo cronista de guerra, los fragmentos literarios presentados en esa publicación didáctica pudieran inducir a la lectura a alguna parte del alumnado. Sin embargo, difícilmente pueda achacarse a unos ejercicios de gramática actuales el desinterés por la lectura que suele adjudicarse a las generaciones jóvenes, si es que existe. Es bastante posible que la lectura se enfrente a una competencia un poco más fuerte que los ejercicios de gramática, por malos que sean. Seguramente este autor de algunos libros muy exitosos tenga motivos para estar molesto con las autoridades –siempre es fácil enojarse con las cosas que hacen y dicen casi siempre–, pero también es posible que su mirada sobre la enseñanza de la gramática esté impregnada del modo tradicional de hacerlo, el que me pregunto si no estaría en ese mismo manual de la época franquista que añora.
Es bastante posible que muchos de quienes llegaron leyendo hasta aquí hayan debido enfrentarse a una enseñanza de la gramática en la que debían limitarse, con desesperación, a rotular partes de la oración (sujeto, objeto directo). La mera acción de poner etiquetas no resulta, en general, estimulante. Ahora bien, la necesidad de comprender, para la cual hay que buscar estrategias, investigar, preguntar –y hasta protestar–, puede desencadenar procesos de aprendizaje que quitan el foco de la verdad revelada y provista por un adulto aburrido y lo colocan en el propio deseo de una persona en formación que va a comprender porque lo necesita, que va a pensar porque quiere. Eso es la ciencia: buscar saber.
Hay que dejar sentado que con la ortografía se puede hacer más o menos lo mismo para que incorporen sus reglas imprescindibles. “Hablar con corrección y escribir de modo razonable”, dice en la columna el escritor. Por supuesto, aunque siempre nos podremos preguntar con respecto a qué es correcto, pero la norma, y sus orígenes socioculturales y políticos, es un tema que va aún más allá de lo que cabe en esta nota. Al respecto, la propia reflexión gramatical puede ser un disparador para la producción escrita, como lo atestigua el texto “70 verbos”, de Leo Maslíah, o un instigante poema erótico de Oliverio Girondo hecho de verbos en plural. Porque perfectamente podemos pedir a los estudiantes que escriban un cuento en el que todas las oraciones tengan sujeto y objeto directo. Hay que ver lo que sudan haciendo un ejercicio de ese tipo, algo que se llama análisis inverso y que, igual que el trabajo con secuencias agramaticales del principio, le copié al gramático español Ignacio Bosque, también miembro de la RAE, y a la lingüista argentina Ángela Di Tullio. Por último, pero no menos, es de rigor reconocer que, si me vuelvo famoso contando lo que hago en clase y mi ego se inflama un poco más de lo que ya está, me voy a sentir muy tentado de escribir un editorial sobre el periodismo de guerra.