En algún momento de su vida, JG Ballard dio la orden terminante a sus allegados de que no plumerearan ni pasaran la aspiradora en su biblioteca, para que el polvo se asentara sobre los lomos y las páginas de cada volumen. Alberto Laiseca, por su parte, forraba cada libro con papel blanco para evitar las infiltraciones de los chichis, las pequeñas y malvadas máquinas esotéricas que sólo pueden vencerse arrojando un astral. Hay tantas bibliotecas como formas de entender la relación de sus dueños con los libros, por lo que, en un principio, de una obra llamada Cómo ordenar una biblioteca no deberían esperarse mayores soluciones prácticas, salvo que autor y lectores se dediquen a la decoración de interiores. No es el caso, desde luego, de este pequeño y hermoso libro escrito por el florentino Roberto Calasso (1941), un hombre que ha pasado la vida, literalmente, rodeado de material impreso.

Presidente y director literario de la prestigiosa editorial Adelphi, Calasso ha escrito sobre mitología griega (Las bodas de Cadmo y Harmonía), sobre mitología hinduista (Ka), sobre las novelas de Franz Kafka (K), sobre el pintor y grabador Giambattista Tiepolo (La Rosa Tiepolo) y sobre el terrorismo islámico (La actualidad innombrable), entre otros muchísimos temas, al tiempo que ha dedicado una innumerable cantidad de horas a leer manuscritos, buscar ediciones difíciles, visitar librerías y recorrer, como un Ulises doméstico, los arcanos de su propia biblioteca. Publicado originalmente en una edición no venal por la editorial Adelphi en 2018, el texto que da nombre al libro que acá se comenta es un particularísimo viaje que emprende Calasso por el concepto de biblioteca, como elemento clave ya no de la civilización y la cultura sino como sustento material, proteico, del individuo pensante.

La recorrida de Calasso tras un pretendido orden que al toque se revelará que no es tal, o que no importa, o que sí importa pero que puede cambiar por contingencias tales como el capricho, el azar o las condiciones materiales del espacio, arranca y termina con Aby Warburg (1866-1929), el historiador hamburgués que fundó la Biblioteca de Estudios Culturales que lleva su nombre, y que en determinado momento precisó que la única regla áurea que debe primar en la biblioteca perfecta es la del buen vecino, que indica que cuando se busca un determinado libro, se termina por tomar el que está al lado, que se revelará aún más útil que el que buscábamos. La máxima fue aplicada por el propio Warburg, cuenta Calasso, en la sala elíptica de la biblioteca que inaugurara en 1926, en Hamburgo, en la que “el orden de los libros seguía un criterio sorprendente, cuya fórmula puede ser aforísticamente definida como un intento de reproducir en el espacio la trama del pensamiento del propio Warburg”.

El orden de una biblioteca siempre es personal, afirma Calasso, aunque hay algunos elementos que tienden a desbaratar el precepto. ¿Qué hacer con las colecciones, por ejemplo? ¿Se ubican juntos todos los volúmenes que integran una determinada colección o se disgregan en diferentes estantes? Para este asunto difícil, el autor afirma, valga la redundancia, que hay diferentes bibliotecas, aunque introduce una precisión importante: “El caso más elocuente es Der Jüngste Tag, la colección de Kurt Wolff en la que aparecieron libros de novatos que podían llamarse Franz Kafka o Robert Walser o Gottfried Benn o Georg Trakl. A más de un siglo de distancia, esos libros negros, delgados, con etiquetas similares a los de los cuadernos escolares, exigen todavía el permanecer juntos, para quien consiga encontrarlos”.

La recorrida de Calasso avanza desde las bibliotecas públicas y de instituciones privadas que ha frecuentado a la suya propia, estableciendo puentes y tomando atajos que conducen a nuevos laberintos, para terminar perdiéndose siempre entre volúmenes. Un buen bibliófilo, afirma, no es un mero fetichista de los libros, como aquel que no corta las páginas de una primera edición para no dañar la integridad de la pieza. En este punto del viaje, quien acompaña a Calasso no es otro que el inconmensurable Karl Kraus (1874-1936), quien escribió que “no hay ser más infeliz bajo el sol que el fetichista que anhela un zapato femenino y se ve obligado a contentarse con una mujer entera”.

De las reflexiones sobre el culto al libro como mero objeto, Calasso recae en el asunto de los subrayados y la lectura de estos con el paso del tiempo, un ejercicio que siempre mezcla asombro con desconcierto pues enrostra al que subraya con su propia biografía de lector. “Siempre he desconfiado de quienes quieren conservar los libros intactos, sin ninguna marca de uso. Son malos lectores. Toda lectura deja una marca, aunque no quede ningún signo visible en la página. Un ojo experto sabe distinguir enseguida si un libro ha sido leído o no”, escribe.

Completan Cómo ordenar una biblioteca tres textos de variada extensión pero con la misma cuidada factura: ‘Los años de las revistas’ (en el que a partir de la aventura de la fundación de la revista francesa Commerce, en 1924, sobrevuelan las circunstancias de creación de The Criterion, Horizon y Art and Literature, entre otras), ‘Nacimiento de la reseña’ (que precisa el momento inaugural del género el 9 de marzo de 1665, en las páginas del Journal de Savants, donde Madame de Sablé ensalza las Maximes, de La Rochefoucauld) y ‘Cómo ordenar una librería’ (una suerte de coda o bonus track del artículo central, en el que a partir de las formas de lectura del presente Calasso analiza los espacios donde los libros son expuestos para la venta). De lectura amena y erudita, con cierta iconoclasia que aleja los textos de las formas ensayísticas para acercarlos a las memorias o apuntes de lector, Cómo ordenar una biblioteca se recorre con placer, atento siempre a los innúmeros tesoros que va subrayando el lápiz 0.5.

Cómo ordenar una biblioteca. De Roberto Calasso. Barcelona, Anagrama, 2021. 142 páginas. Traducción de Edgardo Dobry.