Hacia finales del siglo pasado cierta región del pensamiento angloestadounidense reinauguró una de las más viejas tradiciones modernas: la de cuestionar el presente y sospechar del optimismo secular.

Si para algunos pensadores la empresa ha tomado una forma conservadora o continuista que implica radicalizar aún más la actitud crítica o revolucionaria de la propia modernidad para ahondar en ella y hacerle frente, otros han optado por una perspectiva que podríamos llamar revisionista.

Este segundo grupo se piensa, así, desde la singularidad de un después. Juzgando a la modernidad como responsable de nuestro daño, el revisionismo concluye en que su tarea es la de fundar un tiempo nuevo a partir de una purga del mal pasado, u, otras veces, en que esa ruptura y esa otra vera de la historia (desde donde el revisionismo mismo habla) ya ha sido alcanzada.

No es extraño, entonces, toparse hoy con un catálogo de ideas que reclaman para sí el prefijo pos (posmodernidad, posverdad, poshistoria, posdigital): diferentes taxonomías que en tono de queja o de celebración constatan una ruptura con el pasado moderno, con sus conceptos y el sujeto que lo sostuvieron, devenidos ahora restos en la papelera de la historia. Las categorías modernas serían, si no peligrosas, quimeras obsoletas.

Madmaxismo, ensayo de Fernando López Lage, se presenta como una síntesis parcial de este segundo universo teórico. El libro intenta, a través de una serie de artículos impresionistas (comentando hechos actuales, autores e instalaciones artísticas de los últimos 30 años), si no explicar qué es o de dónde viene lo que ha sido llamado poshumanismo, defender al menos algunas de sus tesis.

Para dicha tarea, Madmaxismo recorre a través de ensayos breves varias de las hipótesis propias de una lista heterogénea de escritores, algunos confesamente poshumanistas, otros críticos del concepto y un tercer grupo que ha sido etiquetado como fuente o predecesor de esta filosofía a posteriori. Alternando citas a Donna Haraway, Walter Mignolo, Byung-Chul Han, Peter Sloterdijk, Erik Sadin, Peter Singer o Silvia Federici (entre otros), el autor nos presenta una lectura comentada sobre lo que él considera la diferencia entre el humanismo (“cristiano, marxista, freudiano y existencialista”) y una serie de ideas contemporáneas que habrían logrado resolver muchos de los largos malentendidos modernos.

Podemos dividir la obra, grosso modo, a partir de cuatro ejes temáticos que la atraviesan, por donde desfilan y reaparecen fragmentos de los autores antes mencionados ensamblados a partir de los distintos temas que va abordando López Lage.

El primer eje es el del pensamiento ecosófico, según el cual, a través de ejemplos como la pintura romántica, el concepto de razón y la filosofía cartesiana, el humanismo habría fundado una “ideología de la naturaleza incuestionable”.

El mundo no humano, devenido materia instrumental para el hombre, es fundamento, para el autor, de la dominación de lo uno por lo otro (pudiendo ser sustituido ese “uno y ese “otro” por diferentes formas de desigualdad presentes). A contrapelo, la reflexión poshumanista no reconoce la diferencia entre natural, artificial o humano, y así surgen tres formas de concebir esta no división que resuelven estos pares opresivos: la de una neutralidad de “infinitas interrelaciones” entre las cosas del mundo (la naturaleza sería entonces una especie de gran sistema de información), la de un animismo para el cual hombres, cosas o animales son casos específicos de una vida general y anónima (en donde el universo emerge como un gran ser vivo), o, finalmente, la de una palabra muda, ya que la escritura y la “cultura del texto” son para López Lage “tecnologías modernas” y entonces, formas culpables del pensar.

Luego, un segundo eje aborda la redefinición de la diferencia entre hombre (en tanto especie), animal y máquina. Siendo la naturaleza ideológica, también lo es la especie que la ha nombrado: los animales serían para el humanismo, nuevamente, otro recurso explotable, configurando en la historia lo que se ha denominado especismo. La superación del concepto de hombre poshumana nos abriría, así, a entendernos a través de las relaciones simbióticas con lo que antes creíamos instrumentos: el cyborg (concepto de la ya mencionada Haraway de los años 80) encarna la figura de este nuevo ser relacional cuyos límites se verían liberados de su legado óntico (de un cuerpo que no elige) y de su destino fatal (de una determinación que no le pertenece).

El tercer eje del ensayo aborda las cuestiones de género y raza. El par naturaleza-humanidad aparece en la interpretación del poshumanismo de López Lage como un mal análogo si no simétrico al binarismo de género y al racismo: ambos son entendidos como un subproducto de un sistema general de la opresión configurada por el humanismo. Si extendemos el razonamiento, la Revolución Francesa (el único de todos estos ejemplos citado por López Lage) y luego la haitiana, el pensamiento de Frantz Fanon (apoyado tempranamente en el existencialismo sartreano) o los discursos de Louise Michel pidiendo derechos civiles para las mujeres durante la Comuna de París, serían ejemplos de humanismo que, al ser revisados por el prisma poshumano, se presentan acaso no portadores de una culpa, pero sí como una anacronía que ya no podría interpelarnos.

Un cuarto eje, el menos explorado, se enfoca en lo que ha sido llamado poscapitalismo. El autor, para quien desde la caída del muro no ha habido luchas sociales efectivas, aborda entonces la filosofía aceleracionista (tesis según la cual acelerar al capitalismo implica atravesarlo) y luego la posibilidad de una neutralidad de la técnica que, dirigida noblemente, permitiría sortear las desigualdades de nuestro mundo. Si el capitalismo pone “frenos al progreso”, dice el autor, esto es a causa de la persistencia de residuos del pensamiento humanista, sin que esto tenga relación con los dispositivos tecnológicos que en su seno han emergido.

A pesar de esto, finalmente y luego de todas estas reflexiones, el autor hace un llamado a una mayor solidaridad con los más necesitados, celebrando las ollas populares que han surgido durante la pandemia en nuestro país, recordando las consignas humanistas (la caritas cristiana en primer lugar) que tanto parece querer anular.

Madmaxismo cae, a nivel conceptual, en ciertos malentendidos fundamentales que no se plantean como tales. Este problema en sí no es pernicioso; sin embargo, para los que busquen una comprensión histórica del humanismo, de la modernidad y de sus conflictos, tanto como para los que hallan en los humanismos algo a superar, el libro no ofrece una investigación sobre este asunto.

Por poner algunos ejemplos, en la obra, el humanismo (y por extensión, las humanidades) se confunde a veces con el antropocentrismo en su versión moral: con la afirmación, no compartida por todos los modernos (ni hablar de los románticos) de que el hombre es superior al resto de los seres vivientes. Luego, en lo que ha sido llamada la querella del humanismo, Louis Althusser, en los años 60 y frente a los que consideraba marxistas humanistas (Sartre, por ejemplo), propone un pensamiento antihumanista, cuyo centro no es el hombre, su conciencia, su potencialidad o su esencia, sino un juego de determinaciones exteriores sociales o epocales que condicionan su accionar. Si se nos permite un tercer ejemplo, el psicoanálisis (el humanismo “freudiano”, según López Lage), y su descubrimiento del continente inconsciente, anula esta figura de sujeto soberano dueño de sí mismo. En otras palabras, el revuelo que causaron los tres grandes maestros de la sospecha, Nietzsche, Marx y Freud, deriva de que sus diferentes obras cuestionaron lo humano en tanto agente de una voluntad autodeterminada y prístina, y aunque muchos de los pensadores que cita el autor de Madmaxismo fundamentan sus reflexiones en estos mismos autores, esta continuidad parece ser entendida en su obra como una ruptura radical.

Madmaxismo (un neologismo sorprendente sobre el que el autor no se extiende demasiado) es un libro que no agota (ni quiere hacerlo) el tema que aborda ni logra justificar en profundidad las tesis que trata de defender. Su valor radica en su existencia, una rareza en el universo editorial uruguayo. Si uno toma en cuenta la larga tradición positivista de nuestro país, no es extraño que el pensamiento poshumano y su afán de reemplazar ciertos ejes tradicionales de la discusión filosófica tenga poca repercusión; las reflexiones de López Lage se presentan, así, como una posibilidad de acercarse a una discusión que más allá de nuestras fronteras toma cada vez más preeminencia.

Sin embargo, es también otra tradición de nuestro país, más reciente, la de recibir ciertas discusiones a través de lo que podríamos llamar una triangulación intelectual, es decir, mediante una lectura norteamericana que, partiendo de una interpretación propia de la historia universal o del pensamiento occidental, oblitera sus detalles y obvias discordancias históricas al depender de un proceso intelectual anclado en esa región del mundo. Como en su momento sucedió con lo que ha sido llamado french theory (la lectura norteamericana de los filósofos franceses de la segunda mitad del siglo XX), las lecturas del poshumanismo (y en particular la de López Lage) parecerían derivar de un proceso análogo. Será tarea del lector (como siempre es el caso) determinar si la oposición humanismo/poshumanismo tal como es presentada en su libro tiene la misma relevancia que en la sociedad que ha dado origen a esta solución histórica, y que parece apurarse a hacer un diagnóstico sobre el futuro como si el mundo o las lecturas de la historia derivaran de un espacio homogéneo y sincronizado.

Madmaxismo. De Fernando López Lage. Estuario, 2021, 160 páginas.