Entre el puñado de temas recurrentes a los que la literatura vuelve una y otra vez desde hace siglos –el amor no correspondido, la venganza, el largo viaje, los vínculos filiales, el triángulo amoroso–, ramificándolos, revirtiéndolos, explotándolos a partir de nuevos ingredientes por arte y gracia del estilo y la inventiva del autor, debe incluirse el del regreso al suelo natal. Muchas historias se han escrito (y se escribirán) sobre la vuelta del protagonista al sitio en el que abrió sus ojos al universo, para caminar otra vez las calles de antaño, enfrentarse a los rostros envejecidos de los antiguos vecinos, encontrar las pistas dispersas de un primer amor (el corazón grabado en el tronco de un árbol, la ventana tapiada en una casa de altos) y para descubrir, finalmente, que la distancia geográfica es otro relativismo más y que, como escribiera Augusto Monterroso, “el pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; sólo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación”.

Transradio, la primera novela de la escritora argentina Maru Leonhard (1983), presenta una interesante variación sobre el tópico del regreso al pueblo natal, a través de una prosa precisa y la creación de un ambiente ominoso que se despliega a plena luz del día, como un sedimento en mutación de la hipertrillada máxima “pueblo chico, infierno grande”. Al caserío de Transradio, levantado sobre una ruta especialmente transitada, llega un joven matrimonio en crisis, con el propósito de ocupar la casa natal de Isabel, narradora de la historia. El marido prontamente es elidido del pueblo y de la trama, y será la experiencia de Isabel en su regreso al territorio de la infancia la que tomará por completo la historia no sólo a partir del reencuentro con la casa que habitó de niña sino de los vínculos que irá estableciendo con algunos lugareños.

Sobre los variados giros argumentales de Transradio nada más conviene contar acá, para que quien se sumerja en las diversas idas y vueltas que desarrolla Leonhard desentrañe la serie de secretos que rodea a la protagonista. Puesto a un lado el amasijo argumental, considero oportuno señalar algunos elementos que vuelven especialmente interesante este breve e intenso libro.

El trabajo de Maru Leonhard como guionista y editora audiovisual se hace evidente en la composición escénica de esta novela, que comenzó a escribir en 2014 y publicó seis años más tarde. En vez de dedicarle algunas páginas introductorias al pueblo donde transcurre la acción, para disponer así una determinación geográfica específica sobre la que luego se añadirán capas sucesivas de color local, opta por construir el espacio de la acción por medio de escenografías precisas (una casa deshabitada, un jardín maltrecho, un amontonamiento de carbón, una piscina sucia, un sendero rodeado de árboles), que se incrustan en la mirada actual que la protagonista dispone sobre los mismos escenarios del pasado. Así, el paso del tiempo (el de las cosas inanimadas, pero también el de los humanos) se redimensiona hasta adquirir contornos inquietantes, que por su propia existencia desacomodan certezas y propósitos.

Otro elemento a destacar en Transradio es la construcción de la propia voz de Isabel, que al tiempo que se despliega sobre los hechos del presente que cuenta, va siendo intervenida por imágenes del pasado. En ese sentido, el primer párrafo del libro da la clave del espesor de esa voz: “Los ladrillos de vidrio del ventiluz estaban cubiertos por una capa de polvo reseco. Me subí al borde de la bañera, les pasé un trapo mojado y el agua barrosa bajó por los azulejos amarillos, la luz del sol atravesó el vidrio, de pronto el baño se volvió naranja y mamá canta, conmigo en brazos, envuelta en una toalla rosa”.

Ese recurso de desvanecimiento temporal, una suerte de flashback que se incorpora de golpe en la secuencia narrada (en el párrafo citado, la mujer que limpia los vidrios se convierte en una niña arropada por la madre), aparece varias veces en la narración de Isabel, especialmente en las secuencias que rememoran la historia de su progenitora, que en sordina, al igual que la casa natal, se convierte en uno de los personajes centrales de la trama. Y a través de la madre de Isabel, una mujer mentalmente desequilibrada, cuya temprana desaparición conforma el misterio principal alrededor de la protagonista, Leonhard incorpora a la trama la hipocresía, los pactos de silencio y las medias verdades que en las localidades pequeñas rodean la figura del alienado, aquel que escapa de las convenciones racionales que lo rodean y que con su propia presencia desestabiliza rutinas y comodidades.

Alrededor de esos personajes (pintorescos cuando no molestan, peligrosos cuando interactúan con los llamados cuerdos) se establece siempre una doble vara para medir reacciones y comportamientos que la novelista, a través de la mirada y la escritura de su narradora, capta en una infinidad de matices.

Primera novela de poderosa trama y particularísimo estilo, Transradio sitúa con propiedad a Maru Leonhard en el mapa arborescente e inquieto de la joven literatura argentina, indicando, como uno de esos carteles fluorescentes que encuentra el automovilista por la noche, un destino al que conviene estar atento para regresar.

Transradio, de Maru Leonhard. Compañía Naviera, Buenos Aires, 2020.