Pablo Ferrajuolo, además de ser el bajista de Chillan las Bestias, es el responsable de la editorial Piloto de Tormenta. Durante la estancia pandémica se le ocurrió aprovechar restos de buen cartón que tenía su imprentero y llevar a libro las canciones y el arte de la banda porteña. Luego, Pedro Dalton habló con Martín Fernández, gestor de Estuario Editora, y convinieron la publicación uruguaya del cancionero.

Chillan las Bestias se formó en 2012 “en una discreta sala de ensayo del barrio de Almagro”, con cuatro integrantes de la extinta Ángela Tullida, sexteto de “evoluciones musicales oscuras e intimistas” y cierta impronta tanguera, que había hecho buenas migas con Buenos Muchachos. La historia en principio era ensayar “una especie de música incidental, con coordenadas más abiertas que las que venían usando”, pero Pedro Dalton, quien en ese momento estaba radicado en Buenos Aires, empezó a merodear los ensayos, y la voz más neandertal de la comarca calzó casi de manera natural en la propuesta. Para ese entonces, los Buenos estaban en modo avión y, según confesó el cantante en la presentación del libro, la única opción que tenía en la vida era dibujar. Inspirado en las obras de tinta china del artista argentino Carlos Alonso, comenzó a experimentar la técnica retratando animales de un libro que estaba en su casa, pero humanizando sus cuerpos, para apartarlos de la mera reproducción zoológica. Entonces, claro, chillan las bestias.

El libro reúne la historia de la banda, las ilustraciones de Dalton y las letras de los tres discos de la agrupación: el primero (2012), conocido por el hombre con cabeza de vaca de su tapa, el segundo (2016), el del mono humano, y Casi farsante (2020), que luce la imagen de un cuervo de smoking que también presenta el cancionero y que, de alguna manera, adelanta la elegancia del trabajo. El combo es un “objetito” de radical blanco y negro y formato cuadrado que pide pista en cualquier mesa ratona.

La edición uruguaya cuenta con una vuelta más. Las letras, nacidas para vestir el instrumento de la voz, para ser canción, ese dispositivo que funciona por la estricta relación entre texto y música, fueron editadas por Martín Fernández y ganaron estatus de poesía, es decir, universalidad: las puede leer cualquiera, aunque desconozca la melodía original. “Yo no tenía chance de quitarme la música de arriba, ni de poner comas donde van, ni de bajar al renglón de abajo”, dice Dalton. “Ahora, logré leerlo como un libro”. De todas maneras, la palabra hablada no es una extrañeza para Chillan las Bestias, que suele colar declamaciones entre los gritos y susurros de sus piezas musicales.

Chillan las Bestias

Pedro Dalton (voz), Luis Filipelli (guitarra eléctrica), Marcelo Fernández (guitarra acústica), Pablo Ferrajuolo (bajo), Franco Varise (teclados), Marcos Camisani (violín) y José Navarro (batería).

Este bestiario ciudadano tiene mucho de Buenos Aires, obvio. Un manto de tanguez reconocible a simple vista y coordenadas tan explícitas como Gardel, el fernet o San Telmo, pero también otras que tienen más que ver con la ciudad que contenemos que con la que nos contiene. Como en los dibujos, el trazo de la lírica es tan preciso como caótico. Dalton construye su mundo con adoquines, y las palabras sólidas incomodan, no sólo por sus significados, sino también por su apariencia, por su ritmo, por el alma gutural que caracteriza a los vocablos que elige. Para muestra basta la primera estrofa de la antología: “Se cimbra la placenta / con alas de tu ángel / corta un filo candente / secreto agujereado”.

Si bien es una iniciativa del colectivo, pocos proyectos sintetizan más la obra del malvinense, que antes que nada fue dibujante y tiene en su portfolio, entre otros trabajos, la tapa (también en blanco y negro) del mítico disco Tango que me hiciste mal, de Los Estómagos (1985). Y así como un día tomó el micrófono, también supo calzarse el mameluco de escritor y publicar dos poemarios recopilados en Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza (2010) y la novela La cara del ángel (2009).

Casi farsante (el cancionero) se erige como una pieza más para abordar y complementar la obra de la orquesta. Uno puede ver en el trazo de la tinta el chillido del violín o la atmósfera de las canciones mediante un recurso tan simple como páginas de negro pleno. El libro está dedicado al guitarrista Marcelo Flores Chiachiare, parte del núcleo fundador que se originó en Ángela Tullida y que falleció en 2017. “Y tu guitarra sigue acá / en esas noches que me voy / sos elefante de papel / en tinta negra y brillante”, sentencia “Hangar”, canción del último álbum.

Además del atractivo evidente que tiene para los fanáticos, cualquier cancionero siempre es una buena noticia, porque abona el terrario de la cultura popular. Puede ser, por otra parte, una alternativa en estos tiempos de plataformas digitales y de crisis de los formatos físicos de distribución musical. En definitiva, para quienes sentimos nostalgia por estos formatos, si algo nos da nostalgia es el ritual de poner el disco, darle play y escuchar, mientras husmeamos en el librillo con novelería. Y entonces, quién sabe, quizás sea la biblioteca la que destrone al mp3.

Casi farsante. Cancionero de Chillan las Bestias. Letras e ilustraciones de Pedro Dalton. Montevideo, Estuario, 2021.