En la primera estrofa del poema “Insomnio”, que abre el libro El otro, el mismo, de Jorge Luis Borges, se lee: “De fierro, / de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche, / para que no la revienten y la desfonden / las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto, / las duras cosas que insoportablemente la pueblan”. Quien padezca o haya padecido insomnio sabrá que la noche se vuelve una secuencia de tiempo interminable, en la que el cuerpo no logra acomodarse a ninguna pauta del sueño y un ejército de fantasmas campea entre los minutos, alzando el único estandarte de la vigilia. La escritora inglesa Samantha Harvey (1975), autora de la premiada novela The Wilderness (2009) y profesora de Escritura Creativa en la Universidad de Bath Spa, convirtió su propio insomnio en la materia de su reciente libro Un malestar indefinido. Un año sin dormir, que acaba de aparecer en la colección Argumentos de la editorial Anagrama.

La racionalización que busca establecer las causas de un padecimiento, como la falta prolongada de sueño, se detiene en aspectos concretos, como lo son, en el caso del insomnio de Samantha Harvey, la reciente mudanza a un apartamento en un barrio más ruidoso, la muerte prematura de su primo y las disquisiciones alrededor del brexit, como si al fijar las razones específicas del mal, pudiera combatírselo de mejor forma. Un malestar indefinido se lee, en ese sentido, como una suerte de diario del insomnio, un registro detallado no sólo del malestar que gradualmente va provocando en la autora sino también de las diversas técnicas que desarrolla para enfrentarlo: somníferos de venta libre y pastillas prescritas por su médico, variadas dietas, prácticas de relajación, acupuntura, contar ciruelas color borgoña que caen de un árbol imaginario (en un equivalente botánico de la enumeración de ovejas), llevar un diario de frases positivas, abstención de la cafeína y el azúcar, aprender francés, componer mosaicos, jugar innumerables partidas de solitario, escuchar audiolibros de En busca del tiempo perdido, utilizar un aparato que emite ondas beta y theta para imitar los estadios del sueño y un largo etcétera.

Las técnicas que para vencer al insomnio va desarrollando la autora son referidas con especial detalle, volviéndose motivo de reflexión a partir de los consecutivos fracasos. El insomnio es, por sobre todas las cosas, tiempo con uno mismo que se vuelve introspección: “Existe algo llamado ‘perdón nocturno’, que es el acto de desembarazarse de todos los errores, todas las culpas, toda la vergüenza, todo cuanto dura la noche. Lo aparcas fuera de la habitación. De una en una perdono a todas esas cosas en las que puedo pensar en esos momentos: a los coches por pasar a demasiada velocidad, a las grajillas por saquear el comedero para pájaros, al universo por torturarme. De pronto, recuerdo a mi padre haciéndome trenzas cuando tenía nueve años, unas semanas después de que mi madre se marchara. Con sus enormes manos curtidas y llenas de cicatrices de albañil, me hacía trenzas”. La introspección escarba en los deshechos de los recuerdos y, en cuestión de segundos, puede volver una plácida epifanía en una brutal pesadilla.

No es este libro un manual de autoayuda, ni el testimonio de una víctima recuperada ni una ristra de lamentaciones de una cuarentona de clase media, aunque todo eso se agita en la argamasa de la escritura; Samantha Harvey es, antes que nada, una escritora poderosa que entrelaza diversas historias con personalísimas reflexiones, en una suerte de híbrido ensayístico (la inclusión del volumen en la serie Argumentos de Anagrama puede desorientar a los etiquetadores de turno, pues por su hilvanamiento novelístico Un malestar indefinido también podría integrar la colección Panorama de Narrativas, por ejemplo) que no pierde nunca cierta acidez ante la ridiculez de la vida, empezando por la propia. Una pátina de humor negro se hace fuerte en la progresión del malestar de la autora y en el propio libro, con altísimos momentos como la carta que redacta para Paul, su primo muerto, en la que le describe con lujo de detalles la mutación del cadáver en los días inmediatos al fallecimiento (“Te escribo sin asomo de frivolidad. Te escribo para contarte lo que Google dice que deberías esperar de tus primeros días, semanas y meses como muerto. Te escribo para evitar que te decepcione tu destino. Ojalá pudieras responderme a esta carta”), o una suerte de presentación clínica de su insomnio compuesto como un discurso médico, titulado “Estudio de posible caso de insomnio crónico pos-Brexit (IPB)”, en el que se detalla que la paciente “afirma que pasó de tratar de dormir a tratar de no dejarse dominar por el pánico, y que había noches que permanecía echada en la oscuridad durante siete horas contando hacia atrás desde mil...”.

Por su aguda capacidad de reflexión sobre el fenómeno y la intrincada red de conexiones que establece con otros elementos, Un malestar indefinido dialoga muy bien con La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños (hay edición reciente de la editorial argentina Fiordo, con traducción de Marcelo Cohen), del crítico y poeta inglés Al Alvarez (1929-2019). En ambos casos, por vericuetos diferentes pero con brillantes derroteros, los autores terminan pisando, para culminar, como en el inicio, con una imagen borgeana, las serpentinas muertas del alba.

Un malestar indefinido. Un año sin dormir. De Samantha Harvey. España, Anagrama, 2022, 176 páginas. Traducción de Mauricio Bach.