Poeta, narrador, dramaturgo, artista plástico, Carlos Liscano (Montevideo, 18 de marzo de 1949) es uno de los nombres fundamentales de la cultura uruguaya del tramo final del siglo veinte y comienzos del veintiuno. Librepensador y polémico, fue también subsecretario de Educación y Cultura en el primer gobierno del Frente Amplio y, luego, director de la Biblioteca Nacional (2010-2015). Antes de todo eso, integró el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fue preso político (por 13 años) y exiliado.

Si cualquiera puede escribir lo que quiera sobre cualquier tema, Liscano tiene todas las credenciales para hacerlo sobre las experiencias políticas del siglo pasado que buscaron ser transformadoras. Cada línea de Cuba, de eso mejor ni hablar, está pagada por su autor por adelantado.

Esa transacción, sin embargo, debería quedar por fuera de una reseña. Este es un libro y tiene que ser analizado como tal. Aunque habla del pasado no es un texto histórico. Pese a estar tremendamente atravesado por la política, no es un análisis político. Tampoco puede decirse que sea un ensayo. Para cualquiera de esas categorías le falta rigor, encadenamiento lógico, perspectiva, método y, en muchos momentos, carece también de la calidad de la prosa ensayística. El centro no es Cuba sino el vínculo de Liscano con el proceso revolucionario de la isla. Y Liscano está enojado. Quizá con Cuba, quizá con el socialismo, quizá con su propio pasado, quizá con las tres cosas a la vez. Ese enojo lo nubla y a la vez lo impulsa. Le da electricidad al texto y le quita balance. Así, escrito desde el enojo, el libro es una diatriba. Eso que Mario Vargas Llosa llamaba un discurso o escrito “acre y violento” contra alguien o algo.

El autor discute con un pasado que no sólo anquilosa, sino que también saca de contexto. Aquello que ve como pecado de lesa democracia (Liscano agradece a Suecia haberlo convertido en ciudadano) fue parte de un tiempo en el que el mundo hervía. En los sesenta Cuba no era “un régimen”. Cuba era el meteorito llegado para terminar con los dinosaurios que habían hecho posible que América Latina fuera (y siga siendo) el continente más desigual del mundo. Eso, que debería estar en un ensayo sobre ese proceso de hipnosis colectiva que fue la suspensión –consciente y voluntaria– de la conciencia crítica de los intelectuales críticos de América Latina no está en el trabajo de Liscano.

Quizá todo lo que falta en este libro esté originado en un punto de partida equivocado. Dice Liscano, desde el título (...de eso mejor ni hablar), que la izquierda uruguaya se negó a discutir sobre Cuba. Es probable que sobre pocos temas se haya polemizado tanto, con tanto ardor, con tanta imaginación y negación a la vez. No sólo es falso que Cuba no haya sido un tema en debate. Por mucho tiempo, fue el eje articulador de la forma en que la izquierda se pensaba a sí misma. Desde El Paredón (1962), de Carlos Martínez Moreno, hasta el artículo “Cuba duele” de Eduardo Galeano1.

Por momentos Liscano se queda en lo anecdótico (sus experiencias como involuntario cómplice de un contrabandista de mercado negro) o lo casi delirante (sus sospechas sobre un trabajador de la construcción emigrante al que le fantasea un traje de espía por detrás del pantalón manchado de cal), lo que está muy bien para un fresco impresionista con mucho de ofuscada crónica de viaje. En otros segmentos fustiga la vergonzosa persecución a los homosexuales, con una mayoría de citas que se detienen en 1965, desconociendo las rectificaciones posteriores. Y en otros denuesta al “intelectual revolucionario” que considera una mutación degradada del “intelectual comprometido”, sin traer a colación que estamos, en ambos casos, ante el trauma de origen de “trabajo intelectual versus trabajo manual” con el que nos deleitó el posromanticismo.

Para entender a Cuba sin anteojeras se puede explorar (críticamente) la “crítica desde adentro” que reflejaron algunos episodios del Noticiero Latinoamericano del ICAIC, dirigido por Santiago Álvarez2, o los trabajos actuales de otro Álvarez, Carlos Manuel, uno de los autores más potentes del nuevo-nuevo-nuevo periodismo latinoamericano, voz disidente que incomoda tanto en La Habana como en Miami3. Pero este libro no es un ajuste de cuentas con Cuba sino de Liscano consigo mismo. Es, como se dijo, una diatriba confesional y no un tratado. En ese sentido, Liscano tiene todo el derecho a sentirse estafado. A sentir que lo que él pensó que ese proceso político podía alcanzar, junto con otros, fue torcido en algún momento. Y a percibir que, de todos, pocos como él lo piensan como es debido.

Cuba, de eso mejor ni hablar. De Carlos Liscano. Montevideo, Fin de siglo, 2022, 157 páginas.


  1. Publicado en Brecha el 18 de abril de 2003, al mismo tiempo que en La Jornada, de México, y aparecido dos días más tarde en Página/12, de Argentina. 

  2. En especial el delirante y estremecedor episodio “La ventana”, citado en El Camino de Santiago. Periodismo, cine y Revolución en Cuba, de Fernando Kirchmar (2015). 

  3. Por ejemplo La Tribu, retratos de Cuba (Seix Barral, 2017).