Si hay algo de verdad impredecible en el revuelto magma de las relaciones humanas es la durabilidad de una pareja. El vínculo (afectivo, emocional, sexual) puede resquebrajarse lentamente hasta colapsar o hundirse de golpe como tragado por el piso, a partir de los factores más variados, muchas veces inexplicables. Si algo deberíamos haber aprendido como sujetos que se vinculan estrechamente con otros durante determinado tiempo de nuestras existencias, es la marca endeble de cualquier juramento de fidelidad y el carácter limitado (a veces por una sola noche o incluso por una hora) de la frase “Te amo”. Pero, desde luego, es mejor autoengañarse y pretender que alguien llega a nuestra vida para siempre, para quedarse, digamos, levantando a nuestro alrededor almenas de seguridad y electrificadas cercas de confianza. Sobre la inestable seguridad de los vínculos amorosos, las rupturas en sí y el recuerdo (o el odio) que deja el ser antes amado gira el último libro del escritor olimareño (pero nacionalizado fernandino) Ignacio Fernández de Palleja (1978), que suele firmar como Fernández de Palleja a secas.

Docente de secundaria y de futuros docentes, bibliotecario, primer relator sudamericano de rallys de carretillas y ocasional cuentista –en 2012 se coló en la colección Cosecha Roja de la editorial Estuario su volumen con ocho relatos policiales En negro y negro; en 2019 dio a la imprenta el puñado de cuentos sobre la experiencia docente que conforma Educación (MC Editores)–, Fernández de Palleja es, por sobre todas las cosas, un poeta, tal como atestigua la ristra de publicaciones que ha venido atando con los años a partir de la salida de Poemas altibajos (Trópico Sur, 2011) hasta llegar al más reciente Poemas analfabetos (Civiles iletrados, 2020). Versificador variado y contumaz (ejerce a diario el verso en su blog y en las redes sociales), Fernández de Palleja ha desenterrado de los pedregales de su cantera creativa este Estados civiles que, por tema, estructura y (aparentemente) caprichosa conexión interna, conforma un libro destinado a despertar los consabidos sismos neuronales en libreros y dependientes de turno, que no sabrán a ciencia cierta en qué estante colocar el volumen. Que es un poeta el que redacta este libro lo evidencian algunas imágenes que parecen arrancadas de las entrañas de un poema, como ese cuerpo que revela “la importancia contundente de un instrumento de cuerdas visto desde abajo, en una escalera” (en la página 25) o la inquietante “relojería de los jugos” (en la página 187).

Estados civiles puede leerse como una novela, como dos novelas ensambladas, como un libro de cuentos fraccionado en cuentagotas dentro de una trama que se propone unirlos, como un ensayo ficcionalizado sobre el amor o como todo lo anterior rejuntado. La estructura amorfa del volumen es uno de sus logros mayores, no sólo por el permanente cambio de narrador y de “tono” en la voz de los distintos personajes que cuentan, sino, y sobre todo, por el elemento oral desplegado en cada caso. Junto a unas muy pocas irrupciones de una tercera persona ordenadora de la acción, el libro se ensambla a través de diversos interlocutores que cuentan su historia: ante un amigo, ante la esposa, ante el psicólogo, etcétera. Para aquellos lectores de reseñas ansiosos de que los acerquen a la trama (que los hay), puede decirse que el procedimiento que emplea Fernández de Palleja es más viejo que el agujero del mate y, por eso mismo, muy rendidor: un personaje lee un libro y ese libro que lee se introduce en la lectura del libro que leemos. En este caso es una anciana que quedó viuda muy joven, madre de una única hija y habituada a una serie de rutinas basadas en la vida en soledad, la que lee un libro de cuentos de manera muy discontinua. Cada uno de esos relatos, con títulos como “Meditación”, “Angustias rusas”, “La fiesta de la década” y “Saber”, funcionan como unidades independientes pero, al mismo tiempo, despiertan en la lectora determinadas sensaciones, recuerdos, conexiones mentales, breves epifanías y exhumación de dolorosos recuerdos (la evocación del día en que se concretó su viudez constituye uno de los momentos más perturbadores y emocionantes de Estados civiles).

El elemento clave que unifica los relatos dispersos en el libro, así como el de la propia historia de la anciana que lee, es el de la ruptura: de un matrimonio, de un noviazgo, de un vínculo entre amantes. El tono decididamente conversacional le otorga a cada pieza una inquietante cercanía, pautada por expresiones propias de la oralidad local (uruguaya, digamos) como “cuando quisimos acordar”, “ahora que me acuerdo”, etcétera. Pero hay otra forma de ruptura, mucho más sutil y decididamente metaliteraria, que ocurre cuando el personaje de la anciana lectora reflexiona sobre el valor, la pertinencia y la autoría del libro de cuentos que está leyendo, barajando incluso “la idea de que, detrás del nombre desconocido del autor, podía estar una mujer dejando en ridículo a los hombres, jugando, con cierta sutileza, con el lugar común de que a ellos sólo les interesa el fútbol, el alcohol y el sexo, pero que no saben lo que es el amor. Superficialidad. Como la pornografía, esa gimnasia exagerada”.

Artefacto de particularísima factura discursiva y formal, que a pesar de sus permanentes cambios de tono, o por eso mismo, se lee de un tirón, Estados civiles le otorga a Fernández de Palleja un nuevo rótulo para ostentar y dinamitar: el de novelista.

Estados civiles. De Fernández de Palleja. Montevideo, Ginkgo, 2022, 222 páginas.