Para frecuentar a Jorge Luis Borges (1899-1986) su madre podía ser un obstáculo o un salvoconducto. Salvo la breve temporada en que estuvo casado con Elsa Astete, Borges vivió siempre, y hasta el fin, con Leonor Acevedo Suárez (Buenos Aires, 1876-1975). Varios, y sobre todo varias mujeres, acudieron a Madre. Algunas, como Solange Fernández Ordóñez, en su desatendido La mirada de Borges (Buenos Aires, Simurg, 2006), obtuvieron buenos dividendos. Alicia Jurado (1922-2011), colaboradora del escritor sobre quien publicó una adicta y sintética biografía para “Genio y figura” de Eudeba (1964), también se ganó la confianza de doña Leonor.

Encerrado en su biblioteca o en su círculo literario, la vida de Borges estuvo desprovista de situaciones “aventurescas”. Sólo después de cumplidas las seis décadas empezó a recorrer el mundo, ya ciego. Con este sensato argumento en una impiadosa reseña de Borges. Una biografía literaria, Jorge Ruffinelli buscó relativizar la validez metodológica del vínculo entre vida y obra propuesto por Emir Rodríguez Monegal (Cuadernos de Marcha, Montevideo, Nº 23, set. 1987). En 1946 Borges era un modesto empleado de la biblioteca municipal Miguel Cané y, según figura en el expediente 6691/46, se lo sancionó por haber firmado un manifiesto contra el gobierno dictatorial del general Edelmiro Farrell, del cual era duplicado ministro el entonces coronel Juan D Perón. El examen más cuidadoso de este episodio, hasta ese momento algo confusamente narrado, corresponde a Jorge B Rivera en un artículo de Territorio Borges y otros ensayos breves (Buenos Aires, Atuel, 2000).

Fuera de este acontecimiento, que lo obligó a salir al mundo, hubo pocas alternativas dramáticas. Las grandes aventuras pertenecían a sus antepasados, que sintió correr en su interior y que hizo continua materia literaria. En esa serie hay que buscar no sólo un origen sino, sobre todo, un magma creativo. Los biógrafos (Rodríguez Monegal, luego Alejandro Vaccaro) siguieron esos antecedentes a los que se llega desde los primerísimos textos, pero la imperfecta alianza entre historiadores y literatos dejó por el camino la articulación entre los textos de Borges y los referentes de un siglo XIX que rebosa de historias. Martín Hadis se empeñó en reconstruir la saga de esta familia, sobre la que aportó artículos y un libro (Literatos y excéntricos. Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Sudamericana, 2006).

Facilitó su tarea la cercanía al clan y sus próximos, como el recientemente fallecido editor Miguel de Torre –hijo de Norah Borges y de Guillermo de Torre–, o la misma Alicia Jurado, quien le entregó las notas que tomó a Leonor Acevedo cuando pasaba los noventa años. Hadis organiza esos apuntes como una miscelánea, les agrega subtítulos, recuadros, fotos e ilustraciones (estupendas) y una pesada metralla de notas, algunas reveladoras. El conjunto importa para acercarse a Leonor Acevedo, sus ilustres parientes y los de su marido, el profesor de inglés y escritor Jorge Guillermo Borges (fallecido en 1938), para conocer el viaje a Europa que les reveló un mundo a sus hijos y para saber otras anécdotas menudas. También hay estampas de un Buenos Aires aristocrático que se esfumó, como la demolida casa de Tucumán al 840 donde nació Borges, donde antes había vivido su madre y donde hoy se levanta un atroz edificio de oficinas.

Unitaria

Leonor Acevedo Suárez era nieta del coronel de la independencia Isidoro Suárez; era sobrina nieta de Manuel Suárez, “a quien Rosas mandó fusilar”; era nuera del coronel uruguayo Francisco Borges, soldado en la Defensa de Montevideo y luego integrado al Ejército argentino, muerto en batalla cuando su hijo acababa de nacer. Esa memoria llena de episodios militares y de evocaciones cotidianas (crueles y amables) nutrirán la fantasía, los juicios y los prejuicios de su hijo. Aferrarse a su familia y su clase era una manera de salvar el “Buenos Aires que se nos fue”, como dirá Borges en el poema “Montevideo”. Nunca quiso soltar la época de Juan Manuel de Rosas (1830-1852), que vivió desde el recuerdo indignado y orgulloso por la conducta de los suyos. Esa obsesión se transfirió a su experiencia cuando, “hacia mil novecientos cuarenta y seis”, Argentina “engendró otro Rosas”, como escribió su hijo en “El otro”.

Con un grupo de señoras, Leonor Acevedo salió a la calle en repudio del nuevo proyecto constitucional. Todas fueron “demoradas” por alteración del orden público, se las liberó y se las volvió a detener y a juzgar por expresa orden de “la Eva”. La protesta consistió en cantar “mi himno”, como le dijo al comisario, quien le replicó que era el de todos. “Así es, pero es más mío que suyo”, ya que lo escribió “mi ancestro Vicente López y Planes”. Las armas y las letras patrias custodiaban el lar.

Más de una vez Borges refirió que su destino debió ser el de la espada, pero que su fragilidad física y hasta su flojera de ánimo lo habían impedido. Parecía una jactancia del anciano para remarcar una vocación a la que llegó con toda fortaleza. Menos uno –el general rosista Miguel E Soler–, todos los miembros de la familia eran activos del partido unitario, y sus mujeres, aun en su papel forzosamente secundario, los apoyaban. El fervor casi fanático con que su madre los recobra ayuda a entender la pasión con que su hijo baraja esa herencia.

Memorias de Leonor Acevedo de Borges. Los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino. Con textos de Alicia Jurado. Edición, recopilación e investigación de Martín Hadis. Buenos Aires, Claridad, 2022, 304 páginas.