Hay escritores que luego de una enorme popularidad en su época (ediciones masivas, reediciones, traducciones, adaptaciones cinematográficas, etcétera), caen en el ostracismo en las generaciones siguientes, como si la fama que los rodeó en vida debiera necesariamente disgregarse hasta desaparecer tras su muerte. Sin embargo, con el paso del tiempo, y por los dictámenes siempre imprevisibles del negocio editorial, que bajo su cúpula congrega a legiones de mercachifles pero, también, a personas que piensan el libro más allá de su simple valor como mercancía, esos escritores olvidados recuperan parte del esplendor de antaño, a través, en el caso de autores en otra lengua, de nuevas traducciones o de meras lavadas de cara de las ediciones originales, para enrostrarles a los nuevos lectores al menos una parte de la gloria de la que gozaron cuando vivían. Ha ocurrido, por ejemplo, con el brillante novelista inglés Evelyn Waugh (1903-1966), que en el mercado del libro en español gozó de una importante circulación en la década del 50 del pasado siglo (con masivas tiradas en sellos como Emecé y Sudamericana), para desaparecer luego, aunque dos por tres registra brotes puntuales de fervor editorial, como la aparición de Una educación incompleta. Autobiografía parcial (Libros del Asteroide, 2007). Otro ejemplo posible es el del escritor británico nacionalizado japonés Lafcadio Hearn (1850-1904), cuya prolífica obra merece dos por tres la atención de las editoriales en nuestra lengua, que vuelven a poner en circulación algunos de sus textos copiosamente leídos en otra época, tal como hizo en 2012 la editorial Renacimiento con la publicación de Fantasmas de la China y el Japón, en traducción de Armando Vasseur y originalmente dado a la imprenta en 1920.

El caso de otro escritor británico, James Hilton (1900-1954), va por esa senda: enormemente popular en la década del 30, a partir de la publicación de las novelas Horizontes perdidos (1933) y Adiós, señor Chips (1934), subrayadas por las adaptaciones cinematográficas homónimas (la primera por Frank Capra en 1937, la segunda a cargo de Sam Wood en 1939), dejó Londres para establecerse en Hollywood, donde se reconvirtió en guionista y llegó a ganar un Oscar por Mrs. Miniver (William Wyler, 1942). La popularidad de Hilton, además de las abundantes reediciones de sus dos novelas más famosas, que lo convirtieron en un auténtico y sostenido bestseller, se basó también en hechos como el de inaugurar la revolución del libro de bolsillo (la editorial Pocket Books comenzó la serie de sus importantes tiradas populares con Horizontes perdidos) y haber inventado el nombre de Shangri-La, un topónimo que se ha convertido en sinónimo de utopía mítica, una tierra aislada del mundanal ruido y en donde la felicidad (sea lo que sea eso) es constante.

La joven editorial española Trotalibros acaba de poner en circulación en el mercado una nueva edición de Adiós, señor Chips, en traducción de Concha Cardeñoso e ilustrado por Jordi Vila Delclòs. El libro, de cuidado formato (tapa dura, guardas y contraguardas de un sobrio tono amarillo, con el retrato del autor intervenido por ese color en la segunda página y con varias, quizá demasiadas, hojas de respeto al final, además de una tipografía un poco grande), devuelve a las librerías una edición novedosa de una novela que supo circular mucho en otras épocas y que, en el origen, fue publicada como un cuento largo en la revista The Atlantic, en 1934.

Adiós, señor Chips se centra en la larga vida del profesor Chipping, quien ha enseñado durante décadas griego y latín en la escuela secundaria Brookfield. Con el paso de los años, el señor Chips, como lo conocen las sucesivas camadas de estudiantes, profesores y demás miembros de la institución, se ha convertido en una parte integral de la escuela, además de establecerse como la memoria viva de Brookfield, ya que su longeva práctica docente le ha permitido darles clases hasta a tres generaciones de una misma familia (“–Colley, es usted…, hum..., un ejemplo espléndido de…, hum…, tradiciones que se heredan. Me acuerdo de su abuelo…, hum…, jamás llegó a entender el ablativo absoluto. Era un zoquete su abuelo. Y también su padre…, hum… Me acuerdo de él… Se sentaba en el último pupitre, junto a la pared…, y tampoco era mucho más listo”).

La novela reconstruye diversos momentos en la vida del señor Chips, a través de evocaciones que el protagonista realiza para la señora Wickett, su casera, por intermedio de lo que otros personajes comentan entre sí sobre él o a partir de las intervenciones del propio narrador, que escoge desarrollar el relato de ciertos episodios manteniendo en la reserva otros, o manipulando sabiamente el recurso de la elipsis para, por ejemplo, desarrollar en cuentagotas la historia de amor entre un ya maduro Chipping y la joven Katherine Bridges, en lo que sabemos que ha sido un momento clave en la historia del protagonista pero sobre cuyo final va cayendo, sistemáticamente, un manto de sombras.

En esta, una de sus más celebradas novelas, James Hilton evidenció las fibras de su condición de escritor popular, desarrollando un argumento que apela a la emotividad, no exento de ciertas cursilerías y groseros golpes bajos que, sin embargo, se integran sabiamente a la argamasa de toda la historia. Como en las sucesivas generaciones de alumnos que entraban a las clases del señor Chips, la vuelta a las librerías de este viejo profesor encontrará, sin dudas, el interés y la atención de nuevos lectores.

Adiós, señor Chips, de James Hilton. España, Trotalibros, 2021, 114 páginas. Traducción de Concha Cardeñoso. Ilustraciones de Jordi Vila Delclòs.