Comencemos con un ejercicio de corte mnemotécnico y genealógico, lector. Piense en su abuelo paterno, al que quizás conoció o que tal vez murió antes de que usted naciera. Evoque su rostro a partir de un retrato familiar e imagine a ese hombre a los 20 años, en un año determinado (1940 en mi caso), moviéndose entre sus circunstancias, sin imaginar que alguien de su propia sangre y desde el futuro le sigue los pasos. ¿Dónde vivía? ¿En qué sitio trabajaba? ¿Había conocido ya a la mujer que luego se convertirá en la abuela del nieto que ahora lo reconstruye? ¿Leía el diario? ¿Qué pensaba del mundo? ¿Se afeitaba todos los días? ¿Qué sucesos relevantes ocurrieron el día en que ese hombre cumplió 20 años? ¿Qué comió esa noche? ¿Reflexionaba sobre el porvenir en aquel entonces o vivía enclaustrado en el puro presente? ¿Cuántas camisas tenía?

En Taba-Taba, su último libro aparecido en español, el escritor francés Patrick Deville (1957) –autor de un ciclo novelístico que se propone contar la globalidad a partir del año 1860 y que se viene materializando en los títulos Pura vida (2004), Ecuatoria (2009), Peste y cólera (2012) y Viva (2014), todos publicados por la editorial Anagrama, todos prístinamente traducidos por José Manuel Fajardo– rastrea y reconstruye el periplo de sus abuelos a partir del nacimiento en El Cairo, en 1858, de Eugénie-Joséphine, una de sus bisabuelas, que a los cuatro años llegó a Francia para fundar, sin saberlo aún, o mejor dicho, para continuar, una saga familiar que se pierde en los mismísimos tembladerales del tiempo y la geografía.

El suceso que oficia de disparador de la reconstrucción que lleva adelante Deville ocurre en los primeros años de la década del 60 del pasado siglo: él mismo, un niño encapsulado en un gigantesco molde de escayola, dentro del que se recupera de una operación destinada a corregir una cojera pronunciada, ve pasar los días desde el patio de un antiguo lazareto convertido en psiquiátrico, en el estuario del Loira, donde su padre es el encargado. Entre todos los alienados que pueblan el lugar, entregados cada cual a su rutina, el niño se interesa por el misterio que rodea a un solitario melancólico conocido con el nombre de Taba-Taba, que sentado en los escalones de la puerta principal, balanceándose lentamente hacia atrás y hacia adelante, salmodiaba a diario la expresión Taba-Taba-Taba/Taba-Taba-Taba “con una perfecta cesura del verso alejandrino francés en el medio, con el torso en la posición más baja al final del primer hemistiquio y levantándose luego mientras pronunciaba el segundo”.

Así, con una imagen cargada de extrañeza ante los avatares del mundo y el misterio insondable de la mente de un hombre, Patrick Deville inicia un recorrido personal (y al mismo tiempo global), que cubre un arco de casi 160 años, desde el nacimiento de aquella niña en El Cairo hasta el presente de la escritura del libro, en la que el narrador se inmiscuye en el relato con la precisión de un entomólogo, el ritmo descriptivo de un cronista de viajes y el despliegue narrativo de un novelista avezado, en lo que constituye toda una marca de estilo del autor. Durante el año de inicio de la escritura del libro, 2015, Patrick Deville sigue de cerca los sucesos posteriores al atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo, mientras viaja e investiga junto a su pareja, la historiadora del arte y editora Véronique Yersin (a quien conoció mientras investigaba sobre su antepasado, el bacteriólogo franco-suizo Alexandre Yersin, para el libro Peste y cólera), hasta que al final del recorrido, en febrero de 2017, recala en Nicaragua, donde 20 años atrás, mientras leía el diario en el hotel Morgut, inició la escritura de Pura vida, el libro dedicado a los tiempos y las hazañas del filibustero estadounidense William Walker, piedra fundante de su monumental proyecto novelístico.

El núcleo de este personalísimo libro de Patrick Deville lo conforma la reconstrucción del periplo que sus abuelos paternos emprendieron por Francia a lo largo de varias décadas del siglo XX, atravesando no sólo el mapa del país sino los propios hechos históricos (la Primera Guerra Mundial, la posguerra, los vaivenes económicos, los cambios de gobiernos, la Segunda Guerra Mundial). En un despliegue escritural muy parecido al de Pierre Michon en sus Vidas minúsculas, recientemente comentado en estas páginas, Deville reconstruye las circunstancias vitales de un puñado de personajes no registrados por las letras de molde de la Historia, logrando la particularísima virtud de volverlos cercanos y asombrosamente vívidos en el propio despliegue de los hechos contados. La aventura de narrar esas vidas anónimas tiene siempre un trasfondo misterioso, que vuelve a toda la empresa lejana e incomprensible por momentos y vitalmente necesaria en otros. El narrador lo advierte al señalar que “la vida de los pueblos, como la de los hombres, no es cronológica, a veces en la duermevela estos se ven de nuevo jóvenes y fogosos, y se entristecen al despertar y descubrirse tan viejos a los ojos de los otros; así, acontecimientos que parecían olvidados bajo el polvo de los siglos actúan de golpe sobre el presente y perturban el porvenir”.

El arte de Deville es el de hilvanar el relato de ciertas circunstancias de su presente particular con las de un puñado de personas que lo precedieron, no sólo en la frondosidad del árbol genealógico compartido sino en la propia contingencia del ahora. O dicho de otra forma, concluyendo así el ejercicio planteado más arriba, para entender cuánto pudieron influir en nuestro propio presente ciertas decisiones tomadas por aquel abuelo a los 20 años.

Taba-Taba. De Patrick Deville. España, Anagrama, 2021, 432 páginas. Traducción de José Manuel Fajardo.