La literatura uruguaya de las últimas décadas no abunda en narrativas íntimas, sutiles, sobre pequeños gestos relacionados a los vínculos, al amor, a la soledad. Se han preferido las historias intrincadas, los conflictos graves, los hechos extraordinarios, los temas serios, entendiendo que la cotidianidad, la rutina o el día a día puertas adentro no entrarían en estas categorizaciones. Es extraño, porque desde hace por lo menos veinte años en la región han empezado a aparecer obras de este tipo, con menos importancia dada a lo grande, lo grave, lo grueso. Alejandro Zambra en Chile, Alan Pauls o Diego Erlan en Argentina son algunos ejemplos literarios, y en cine también hay otros tantos. Las veces en que se ha tomado en cuenta la cotidianidad hogareña ha sido para centrarse en los aspectos más dramáticos de la existencia, la depresión, la soledad, la desidia, como si una novela ambientada en Uruguay con personajes uruguayos no tuviera ya su dosis de gris. O, muchas veces, se subrayaba este detalle que terminaba por volverlas redundantes, en algunos casos, y en otros directamente tediosas.
Mal aliento, la primera novela de Jorge Fierro, indaga en algo que para los grandes temas de la narrativa seria uruguaya sería la nada misma, el día a día de una pareja heterosexual de clase media urbana y joven. Pero lo que podría salir mal —porque es cierto, se trata de algo riesgoso justamente porque el trabajo con lo sutil debe ser preciso y sensible, más que ingenioso o cerebral— en este libro se vuelve un acierto y brinda una obra distinta en un panorama literario muchas veces carente de diversidad.
Fierro se ha dedicado también al audiovisual, y ese no es un detalle menor. Los ritmos de la narración, los cortes, los tiempos se asemejan más al ritmo de la narración audiovisual que, quizás, a la tradición literaria. O al menos hay una mixtura muy interesante que, por ejemplo, potencia los monólogos internos de los personajes, o el recurso de fundido en negro que parece aprovecharse en más de una ocasión. Porque, como sucede en las buenas películas, y debería suceder en las novelas y relatos, el montaje y la edición enriquecen el discurso, aportan su relato, dejan de ser mera estructura para ser también contenido. Y es quizás esta decisión lo que hace rendir mucho más la materia de la novela, lo que evita que ese relato de la rutina de una pareja, las divagaciones, las crisis, el crecimiento no se vuelvan un bloque pesado y monótono sino con las necesarias dosis de aire y la saludable alternancia de profundidad y liviandad, de oscuridad y luz.
Esa aparente nada, entonces, lejos está de serlo. Debajo de lo visible se oculta un mundo de muchas capas, desconocidas pero latentes, presentes, que dotan todo de una inquietud, una tensa calma que da la sensación de estar por explotar, romperse en mil pedazos y desencadenar la debacle, algo increíble o algo horrendo y terrible, al estilo de las narraciones más domésticas de la argentina Samanta Schweblin.
Lo que deja claro Mal aliento, y lo trabaja de forma muy interesante, es que a diferencia de lo que se suele pensar, o de la forma en que se estila representar en el arte la cotidianidad de una convivencia de pareja, todo es mucho más intrincado de lo que parece. Día a día y a cada momento se teje una serie de acuerdos, se desarrollan negociaciones, se cede, se presiona, se tensiona y se afloja la piola, y ahí hay conflictos, al menos de forma potencial. Ese mecanismo invisible que permite que los vínculos se mantengan y la convivencia sea posible, absolutamente oculto en el día a día por la sociedad actual, es desmontado por Fierro y se vuelve una pieza fundamental de la tensión del relato. Y como condimento extra está lo no dicho, lo que a la hora de la negociación diaria no se pone en la mesa, los secretos, todo aquello que sólo sabe una parte y las demás desconocen.
Con todo esto, el autor logra transformar esa supuesta nada de la cotidianidad en un universo complejo, de tensiones, de cruzamientos y tejidos, donde parece estar todo a la vista pero en realidad no es así, y lo que no se ve acecha, amenaza siempre con romper la armonía, tanto sea una traición, una mentira o simplemente el olor a mierda que invade la casa. Porque ahí reside también otro acierto del libro de Fierro, y es que la intimidad cotidiana no necesariamente se reduce a lo privado sino que está en permanente relación con lo colectivo, con lo público, va desde el rincón más solitario de una casa a las calles llenas de gente, los ómnibus, los trabajos, entendiendo que lo público y lo privado no son burbujas separadas, sino partes de lo mismo.
Mal aliento es un ejemplo más del saludable cambio que está experimentando la narrativa uruguaya en los últimos años, no entendido como el simple recambio de unas piezas por otras, sino como una expansión, una mayor diversidad de temas y enfoques, una infinidad de maneras de entender la literatura, de generar diálogos, de hacer libros. Algo que parece sencillo de decir y de entender, pero que ha costado mucho en la realidad local, que durante mucho tiempo fue por dos o tres caminos y estableció una sola forma de entender y pensar la literatura, tótem que más que inspiración para nuevas voces terminó siendo, durante mucho tiempo, una pesada carga normativa que lo único que dictaba era lo que se podía hacer y lo que no, desconociendo la propia esencia del arte, su libertad y su carácter anárquico y lúdico. En el caso particular del libro debut de Fierro, queda demostrado que si el ojo está fino, el oído atento y la pluma precisa, cualquier universo, por más insignificante que sea, es materia para relatos que dialoguen con la tradición y con el contexto, y que también lo amplíen, sin necesidad de depender de temas grandilocuentes y conflictos estrepitosos.
Mal aliento. De Jorge Fierro. Montevideo, Pez en el Hielo, 2021, 119 páginas.