Esa entelequia conocida como “imaginario popular” tiene, entre otras particularidades, la tendencia a mitificar hechos y personas, despojándolos de circunstancias concretas para ajustarlos a un relato de fácil asimilación. El movimiento no se concreta de un día para el otro y ni siquiera avanza a través de una voluntad de sí mismo, sino que se construye lentamente, por goteo intergeneracional, en un procedimiento colectivo que evapora los detalles para dejar, solidificado, el sedimento del relato, eso que muchos repiten sin saber a ciencia cierta de qué hablan, cómo eran los protagonistas y de qué forma sucedieron, en definitiva, los acontecimientos. En el caso de la llamada crónica roja, cierta tendencia al morbo y la propia espectacularidad de determinadas acciones (robos, secuestros, asesinatos, fugas, etcétera) se complementan con el tratamiento mediático de los hechos, con el registro que hace el periodismo de las causas y consecuencias de aquellos. Por eso es interesante que, dos por tres, se vuelvan a relatar ciertos hechos de la crónica policial que el imaginario popular ha fijado de forma esquemática en la memoria, presentándolos bajo una nueva luz y, en caso de que se conozcan, con otros datos.
Los pistoleros cruzaron el río, el flamante libro de los periodistas Raúl Ronzoni (1943) y Eduardo Barreneche (1965), recupera episodios y personajes de la crónica roja bastante conocidos por estas latitudes, centrándose en el aspecto documental de los hechos y presentándolos de forma clara y precisa. La expresión “personajes” para referirse a criminales de carne y hueso no es arbitraria, porque todos los delincuentes que pueblan las páginas del libro han terminado convirtiéndose, por el peso de sus propias acciones, en algo muy parecido a caracteres de ficción. Ronzoni y Barreneche reconstruyen los episodios atentos a fechas y circunstancias, citan documentos, rearman derroteros, hurgan en informes judiciales y no se empantanan en interpretaciones sociológicas ni contextuales, logrando así que los acontecimientos que se cuentan fluyan con el ritmo propio de la crónica roja. El otro elemento clave del volumen, que adensa la unidad expuesta en el propio título, es el del pasaje de algunos criminales entre las dos orillas del Río de la Plata: delincuentes argentinos huyen hacia Uruguay y viceversa, generando las respuestas policiales y judiciales de los dos países.
El protagonista del primer relato (“Destierro de criminales”) es el legendario comisario argentino Evaristo Meneses (1907-1992), que durante décadas se desempeñó al frente de la División de Robos y Hurtos. Sin caer en la idealización, los autores construyen una biografía de El Pardo, apodo con el que era conocido tanto por hampones como por policías, en la que se exhiben todos los claroscuros de un funcionario por entero entregado a su labor, obligado a retirarse a los 58 años y que hasta llegó a publicar algunos relatos policiales reunidos en el libro Meneses contra el hampa (1962). La sombra de Meneses se yergue sobre prácticamente todo el volumen, cruzándose en los destinos de algunos de los criminales retratados en los siguientes capítulos.
La historia del herrero de obra y militante anarquista argentino Miguel Arcángel Roscigna (1891-1937) constituye uno de los puntos más altos del libro, por la reconstrucción del movimiento anarquista en el Río de la Plata en las primeras décadas del pasado siglo y por el relato del raid de violencia que protagonizó el personaje en cuestión. Son especialmente notables las páginas que Ronzoni y Barreneche dedican al asalto al cambio Messina, sobre la plaza Independencia, el 25 de octubre de 1928. La prosa límpida, despojada de nervaduras interpretativas, avanza al mismo ritmo que los hechos trepidantes que se relatan.
Otros protagonistas del libro son el asaltante Carlos Basilio Myccio Martincorena, Mincho (1961), el pistolero José María Hidalgo (1920-1975), el atracador Jorge Eduardo Vallarino (1931-1999) y el rapiñero, homicida y sistemático escapista de cárceles Julio Walter Guillén Bustamante, Cotorra Loca (1972). También hay un largo capítulo dedicado a “los porteños del Liberaij’ (“Tres salvajes, un coronel y un juez corrupto”), en el que se reconstruye el muchas veces contado episodio ocurrido el 5 de noviembre de 1965 en el centro de Montevideo, desencadenado a partir del violento asalto a un furgón blindado que transportaba dinero del Banco Provincia de San Fernando, a 27 kilómetros del centro de Buenos Aires, el 28 de setiembre de aquel año. El principal logro de los autores en este relato, además del despliegue documental que manejan, es la reconstrucción de los perfiles (y las respectivas participaciones en el episodio) del jefe de Policía de Montevideo, el coronel Ventura Rodríguez, y el oscuro juez José Pedro Púrpura.
Cierra el volumen el texto “Pistoleros cibernéticos”, centrado en diversas modalidades de estafas telefónicas y digitales, que por ahondar en aspectos más recientes de la crónica roja, aparece despojado de la mística que rodea a los demás relatos. Aun así, se trata de un abordaje preciso sobre la materia e incluye una interesante semblanza de Juan Vucetich (1858-1925), el antropólogo y policía argentino de origen croata que desarrolló y puso en práctica el sistema de identificación a partir de las huellas dactilares.
Escrito con la contundencia expositiva de una buena crónica policial, sin mayores afanes literarios y con un notorio bagaje documental, Los pistoleros cruzaron el río desmitifica hechos y personajes a la sombra del prontuario. Su lectura acomoda los tantos de lo real en el siempre maleable terreno del conocimiento popular.
Los pistoleros cruzaron el río. De Raúl Ronzoni y Eduardo Barreneche. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2022, 152 páginas.