En los últimos años, dentro de los vastos y heteróclitos terrenos de la literatura argentina se han alzado importantes mojones de escritura autobiográfica, veta destinada a contar la propia vida bajo la forma de memorias, diarios, cartas, confesiones y registros de los tipos más diversos. Sin ninguna pretensión exhaustiva, y a modo de ejemplificar lo anterior con algunos títulos tan destacados como diferentes entre sí, pueden mencionarse acá los siete volúmenes de la saga De la misma llama (2004-2017), del poeta y sociólogo Darío Canton, en los que repasa su existencia desde su nacimiento, en 1928, hasta el presente; el megaladrillo Borges (2006), de Adolfo Bioy Casares, que incluye todas las anotaciones y conversaciones que el autor de La invención de Morel incluyó en sus diarios personales sobre su amigo; y los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi (2015-2017), de Ricardo Piglia, una reelaboración de los registros mantenidos durante décadas en 327 cuadernos manuscritos, que el escritor revisó y comenzó a publicar en sus años finales. Tan diferentes de los ejemplos anteriores como igual de contundentes por el sistema escritural que emplea son los tres volúmenes de diarios que el escritor Alberto Giordano (1959) desarrolló a partir de sus posteos en Facebook, a saber, El tiempo de la convalecencia (2017), El tiempo de la improvisación (2019) y Tiempo de más (2020).

Dos años después de su publicación original por la editorial rosarina Iván Rosado, la española Candaya publicó El tiempo de la improvisación, que registra los posteos que el docente, crítico literario y ensayista subió a la red social entre 2017 y 2018. Quienes hayan leído la obra previa de Alberto Giordano –Manuel Puig, la conversación infinita (2001), Modos de ensayo. De Borges a Piglia (2005), Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas (2006), La contraseña de los solitarios. Diarios de escritores (2013), etcétera– sabrán de su especialización (valga esta suerte de tecnicismo) en las llamadas “escrituras del yo”, en el giro autobiográfico presente no sólo en su propia existencia vuelta escritura sino en la de otros. Muchas páginas de este libro, de hecho, están destinadas a rastrear en librerías y a leer, subrayar y comentar diarios de escritores, músicos y pintores, así como en repertoriar despuntes autobiográficos en intervenciones públicas e incluso en conversaciones de café. Pasan por las páginas de El tiempo de la improvisación Jorge Monteleone, César Aira, Edgardo Cozarinsky, Juan José Becerra, Tununa Mercado, Guillermo Saccomanno y Elvio Gandolfo, entre otros autores cercanos a Giordano, pero también se yerguen sobre sus reflexiones, sus ideas acerca del trasunto autobiográfico y las formas de contar una vida los nombres omnipresentes de Roland Barthes y Maurice Blanchot.

En el posteo/entrada del 4 de agosto de 2017 Giordano expone la motivación de su persistente trabajo de escritura en Facebook al señalar que su pretensión “fue montar un espectáculo que no renunciase ni a lo confesional ni al registro de trivialidades personales, a riesgo de caer en la autocomplacencia o la estupidez, porque quise ver si por el camino, más bien equívoco, del uso ‘literario’ en una red social podía realizar un experimento de escritura que me sirviese para cuidar de mí mismo y para acrecentar mis posibilidades de sentir y pensar durante el tiempo de la convalecencia”. Ese tiempo que le da nombre a la entrega anterior de la saga autobiográfica está pautado por la recuperación de una severa depresión que sufrió el autor, un mal que aparece y reaparece a lo largo de El tiempo de la improvisación, ya sea como un recordatorio del génesis de la escritura o como motivo de reflexión en sí mismo.

Pero más allá del costado metaliterario de todo el asunto, es interesante detenerse en la forma en que Giordano registra en el diario su inmediata cotidianidad, que, además de estar intervenida por la preparación de sus clases de Teoría Literaria, búsquedas de libros, conversaciones con escritores y diversas reflexiones sobre el acto de anotar la propia vida, abre el juego al detalle de su entorno más cercano, doméstico. Conversaciones, comidas, viajes, esperas y silencios compartidos con su esposa Judith y su hija Emilia, la memoria precisa de determinadas anécdotas protagonizadas por su padre Aldo, la infancia y el entorno familiar en su natal ciudad de Rufino y la relación con su madre anciana se entrelazan con las rutinas del profesor, el crítico literario y el escritor.

Intercalados con las reflexiones diarias que pauta la inmediatez propia del posteo de Facebook se encuentran relatos que condensan una vida o varias generaciones alrededor suyo, como ocurre con “La ley de la inercia”, el posteo del 16 de marzo de 2018, en el que Giordano desenrolla la madeja de la historia a partir de un hecho por demás banal: “Ayer me hice cortar el pelo. Desde hace mucho tiempo me lo hago cortar mensualmente y uso el mismo corte. Desde hace más tiempo todavía, cuarenta y dos años, me lo hago cortar en la misma peluquería. Queda en el Pasaje Juan Álvarez, frente a la Plaza Pringles. Es la misma peluquería de siempre, pero como los peluqueros fueron cambiando, también fue cambiando el nombre. Primero se llamaba Valentino y Salvador, después sólo Salvador, después Salvador y Andrés, ahora sólo Andrés”. Si el posteo se detuviera ahí, sólo consignaría la evolución de un emprendimiento comercial a partir de los cambios de nombre en la fachada, pero en las siguientes dos páginas, cuando el autor desarrolla el vínculo que durante cuarenta años mantuvo con cada peluquero a través de la conversación, brilla el observador de lo anodino, atento a las percepciones de la mirada y el oído para volver literatura la apariencia de lo cotidiano.

El tiempo de la improvisación. Fragmentos de un diario de Facebook. De Alberto Giordano. España, Candaya, 2021, 334 páginas.