No todos los libros que se editan en el mundo llegan a nuestro país, y eso que llegan unos cuantos. Las razones para que obras de otras latitudes lleguen hasta la nuestra son muchas, aunque a veces pueda ser difícil descubrirlas. Este no es el caso: la portada de Gente ansiosa, de Fredrik Backman, tiene un círculo blanco (impreso, no sticker) con el logo de Netflix y la frase “Una serie de Netflix”. Haber sido adaptada por Netflix es una razón de peso para que la obra de un autor sueco desembarque en las librerías uruguayas.
Como hemos visto en incontables oportunidades, la calidad de la obra no influye en la fuerza de su distribución. Por suerte, en este caso, el texto que luego se convertiría en serie de televisión proporciona una lectura ágil y un entretenimiento que combina momentos de comedia liviana con otros de humana profundidad.
Una persona desesperada intenta robar un banco y termina tomando rehenes en un apartamento que estaba siendo mostrado a potenciales compradores. La trama principal es relativamente corta, ya que pasan muy pocas horas desde el primer delito hasta que todo se resuelve. Sin embargo, el mérito de Backman está en ir descubriendo capas narrativas que revelan información de los protagonistas y, al mismo tiempo, de la historia.
La novela está estructurada en capítulos cortos, algunos cortísimos. Setenta y cuatro en total, con un promedio de menos de cuatro páginas cada uno. Esto, además de dar una mano a los lectores y lectoras que sufren de una de las dos palabras del título (“gente” no, la otra), permite ir cambiando el punto de vista de tal forma que ninguna de las ramificaciones que toma el cuento llegue a tornarse pesada.
Antes incluso de conocer a los protagonistas de la acción, conoceremos a la voz narrativa. Que no es uno de esos narradores poco confiables, sino todo lo contrario. Se gana nuestra confianza con base en un lenguaje directo, casi como si fuera la mitad de una conversación amigable. Y en el primer capítulo, en la última de las cuatro páginas, ya nos cuenta cómo va a terminar todo.
Eso sí, que sea compinche no significa que muestre todas sus cartas. De hecho, gran parte del éxito de la novela está en la dosificación perfecta de la información. Las líneas de tiempo van y vienen, pero no en la búsqueda de un estilo, sino para manejar la tensión. Conforme avancen las páginas, descubriremos que algunos personajes están relacionados, que algunas actitudes no fueron casuales y que todos cargamos con mochilas, más grandes o más pequeñas.
Estas comenzarán a verse en las interacciones entre los potenciales compradores convertidos en rehenes, que incluyen a dos parejas muy distintas (dos jubilados, dos mujeres a punto de ser madres), además de una dama que mira a todos desde arriba y una anciana que espera con paciencia a que su esposo termine de estacionar el auto. Todas estas personas, y otras que aparecerán en flashbacks o en rincones del apartamento, han atravesado traumas en sus vidas. Algunos especiales, pero la mayoría de ellos son los que vienen de la mano de la existencia continuada: pérdidas, relaciones truncas, depresión, ansiedad y, en algunos casos, el deseo de autoeliminación. Backman no se toma esto a la ligera, y sabe dejar al humor de lado cuando su historia vuelve al “hombre en el puente”, un episodio ocurrido diez años antes de la acción principal, pero que golpeó fuerte a varios de los protagonistas.
La otra relación que hace avanzar la trama, del otro lado de la ley, es la de Jim y Jack, los dos policías de la pequeña ciudad sueca que se encargan del asunto (al menos hasta que lleguen los expertos de Estocolmo). “Jim es meticuloso, Jack es eficaz. Jim cuenta toda una historia en cada informe; Jack se limita a los hechos. Jim borra y redacta y reflexiona y empieza otra vez desde el principio; Jack teclea sin cesar como si todo lo que ocurre en el mundo pudiera describirse de una sola manera”, nos cuenta el narrador. Jim es, además, el padre de Jack. Y ambos, como el resto de los personajes, saldrán de todo esto sabiendo un poco más de la persona que tienen enfrente y un poco más de ellos mismos.
Hay un solo elemento que al comienzo de las acciones se vuelve un poco repetitivo, y es la obsesión con hacer que los policías pierdan la paciencia, en especial, Jack, a la hora de los interrogatorios posteriores al hecho. Al comienzo, el esgrima verbal recuerda a los enfrentamientos entre Henry Wilt y el inspector Flint en la hermosísima novela Wilt, de Tom Sharpe, pero luego parece que todos los personajes, no importa lo distintos que sean, son expertos en volver locos a los oficiales de la ley. Esto se va espaciando a lo largo del libro, e incluso podría tener una explicación dentro de la historia, aunque llegue un poco tarde.
Gente ansiosa no pretende dar lecciones sobre el manejo de las emociones extremas en la sociedad actual. Pero con su prosa amable y segmentada, además de contar una historia que mantiene el interés, sirve para recordarnos que todos estamos un poco rotos y que parte de la sanación pasa por abrirse y compartir lo que nos está pasando.
Gente ansiosa. De Fredrik Backman. HarperCollins, 2022, 365 páginas. Traducido por Carmen Montes Cano.