Javier López Llovet, director general de Penguin Random House en América Latina, pertenece a una quinta generación de editores y es testigo de las transformaciones de su industria. “Algunas cosas cambiaron para bien y otras para no tan bien”, afirma en referencia a la cantidad de títulos que se publican y la nueva dinámica de las redes sociales. Sin embargo, “hay algo que permanece ahí, que es la génesis del autor y el editor, ese trabajo conjunto, esa relación personal y humana de la lectura del texto, del acompañamiento. Eso se mantiene”.

Estudió ciencias políticas, pero empezó a trabajar en Sudamericana cuando tenía 18 años y se fue enganchando. Por su historia familiar, conoce muy bien la forma en la que Gabriel García Márquez terminó editando Cien años de soledad en esa misma editorial. Todo comienza con su abuelo, intelectual y republicano, que escapó de la guerra civil en España y terminó en Buenos Aires. “Mi abuelo era editor, su abuelo había sido editor, y a los poquitos meses se hace cargo de Sudamericana”.

“Mi papá le recomendó a mi abuelo que contratara a Francisco Paco Porrúa, el mítico editor que finalmente descubre Cien años de soledad”, recuerda. “Porrúa había hecho Letras y después se había dedicado a la traducción de autores. Trabajaba para Sudamericana como freelance y ahí se lo incorpora. En 1967 lee Cien años de soledad, le parece que es una obra espectacular y convence a mi abuelo de publicarla y de hacer una primera tirada de 8.000 ejemplares, que era una tirada muy grande para ese momento del autor. Hay que destacar la figura de un editor que está convencido de un libro, de un contenido, y que convenció a mi abuelo de apostar por este colombiano que no conocían tanto, que había publicado un par de libros, pero que no era famoso ni mucho menos”, dice.

López Llovet recalca: “Mi abuelo compra la idea, apuesta, pero quien leyó y dijo ‘es este’ fue Paco Porrúa. También está la historia de que recibió la segunda parte antes que la primera, porque Gabo cuenta que fue al correo a mandar el libro y no tenía plata para mandar las 700 páginas. Tenía 40 pesos y dijo: ‘Pésame hasta 40 pesos’. Manda la mitad del libro, se va a su casa, y luego cuenta que vende la tostadora, el secador de pelo de su mujer, junta otros pesos y vuelve al correo al día siguiente para mandar la otra mitad. Y la historia dice que Paco Porrúa recibe la segunda mitad, entonces lee el libro de la mitad para adelante”.

En el teatro Solís está expuesta la carta escrita por Gabo a Porrúa, en la que buscaba “enamorar” a la editorial para que publicaran sus textos. “Da la pauta de la importancia que tenía Sudamericana en ese momento en el mundo de las letras, para que un autor pensara que era su mejor casa para publicar y que Paco Porrúa era el editor a quien quería enamorar con ese libro. Paco lee Cien años de soledad, queda enamorado de la novela y después pasa lo que es conocido por todos”.

Una de las razones del éxito rápido de la novela fue la publicación en la revista Primera Plana, dirigida por Tomás Eloy Martínez, de una nota de tapa a García Márquez y “la gran novela de América” unos pocos meses luego de publicada la obra. “Ahí explota, y en pocas semanas se hace la reimpresión y desde ahí nunca para”. La propia revista organizó un premio literario junto a la editorial y convocó a García Márquez como presidente del jurado, lo que lo llevó a viajar a Buenos Aires y permanecer allí alrededor de un mes.

“Se queda bastante tiempo García Márquez en Buenos Aires. Va al teatro con su mujer a ver una obra, y cuando entra, la gente lo reconoce, se para y se pone a aplaudir, y él dice: ‘Ya está, es esto, es la confirmación’. Hay otra anécdota que cuenta que vio a una mujer con una bolsa de supermercado, aquellas bolsas de redecilla que se veía lo que tenían dentro, que llevaba la compra, la banana, la manzana y Cien años de soledad. Y dice: ‘Si una mujer que va al mercado me compra mi novela, yo voy a ser muy famoso’”.

Hay otra anécdota que cuenta la familia, que no es tan conocida. “Le habíamos pagado de anticipo 500 dólares. Nada. Pero como vende mucho, rápidamente había que pagarle una liquidación bastante frondosa. Entonces mi abuelo resuelve llevarle la plata al hotel donde él estaba parando, en el centro de Buenos Aires, y le lleva una valija con los dólares. Venimos del cuento de que Gabo no había tenido plata para mandar la obra completa. Mi abuelo llega al hotel con una valija llena de billetes. Cuenta la historia que Gabo abre la valija con todos los billetes y los tira por el aire, como en las películas, y dice: ‘Ahora sí que podemos comprar lo que queramos’”.

“Publicamos toda la vida los libros de García Márquez y nunca hubo una discusión, nunca un ‘le anticipo cuánto’. No. ‘Después charlamos. De plata no hablemos, publíquenla y después vemos. Me van pagando’. Es verdad que nunca volvió a Argentina; muchos dicen que era muy supersticioso y no quería volver al lugar que le dio la fama, no vaya a ser cosa que le cambiara la vuelta”, dice.

García Llovet destaca un esquema emblemático para los amantes del mundo de la edición. “Está el autor, por supuesto. El editor, Paco Porrúa, como un aspecto fundamental. Y Carmen Balcells, la agente literaria. En esa tríada hay algo esencial. Carmen Balcells toma a García Márquez como representado y lo lleva donde lo lleva y le negocia los contratos mundiales y lo cuida, y García Márquez la considera lo que la considera. Esa tríada, de alguna manera, representa lo que significa el mundo editorial”.