Una mujer me despierta mientras pasan soldados recoge cuatro “autoficciones” de Iván Solarich. Ordenadas de forma cronológica, las obras son “Comunismo Cromagnon”, estrenada en 2009 con dirección de Ruben Coletto; “Pogled”, estrenada en 2011 con dirección de Santiago Sanguinetti; “El vuelo”, estrenada en 2013 con dirección de María Dodera; y “No hay flores en Estambul”, estrenada en 2017 con dirección de Mariano Solarich.

Desde el principio, en las obras de Solarich se entrecruzan la ficción con la historia personal del actor como hombre de teatro, como militante y como integrante de una familia de militantes políticos y migrantes provenientes de los Balcanes. También aparece la reflexión sobre el desmoronamiento del “socialismo real”, del que la guerra de los Balcanes en los años noventa es una consecuencia. En ese sentido, parecería que un antecedente de su dramaturgia fuera la obra Sarajevo esquina Montevideo, de Gabriel Peveroni, que se estrenó en Puerto Luna en 2003. Sobre eso, Solarich, que también es actor y director, admite: “Tenés razón... pero sabés que nunca había hecho ese link... Gabriel Peveroni escribió ese texto a raíz de la disolución de Yugoslavia, aquella cosa tan dolorosa y horrenda de los Balcanes en los noventa, y ahí hay una historia ficcionada en la que mi abuelo es protagonista. Es verdad, ahí hay como una semilla o un indicio de lo que será después mi obra. Nunca lo había pensado”.

El subtítulo propone una “clasificación” de las obras: se trata de autoficciones, un género del que, sin embargo, no se hablaba cuando Solarich escribió y estrenó “Comunismo Cromagnon”. Sobre esto, señala: “No, porque no existía [el término], era como estar haciendo algo que no sabés cómo se denomina. Lo empecé a usar cuando me fui enterando de que en el mundo existía esto de lo autoficcional. Y lo que me parece interesante es que si algunas personas comenzamos a hacer algo similar más o menos en la misma época, es porque habría alguna necesidad que se estaba expresando de esa forma. Yo no me dije ‘voy a escribir de forma autoficcional’. Simplemente, un invierno empecé a escribir y terminé en camiseta porque transpiraba mientras escribía. Fue como desembuchar un coágulo, algo que tenía atragantado. Y ahora puedo decir sobre “Comunismo Cromagnon”, que es sobre un hombre que se queda solo, que es una metáfora no sólo del cierre de Puerto Luna (sala gestionada por Solarich que debió cerrar en 2003), sino de la caída de ese socialismo real que yo creía que era la panacea universal.

Pero aunque ese modelo concreto haya fracasado, la pulsión por transformar la sociedad permanece. Y volviendo a la autoficción, es un procedimiento dramatúrgico que hoy es más conocido, y por algo en diferentes lugares estamos haciendo la misma cosa. Hoy me parece que la distancia persona-personaje se va diluyendo cada vez más. Porque entiendo que hay una búsqueda más vital de que la verdad personal se conjugue como verdad escénica. La representación sigue siendo un hecho ficcional, obvio, pero la tenés que respaldar con una ética de la actuación que ya no tiene nada que ver con el fingimiento. Y sé que se puede interpretar que uno es un ególatra, hay deformaciones para ahí. Pero si bien es claro que hablás de vos, lo hacés en relación a, y no sólo para hablar de vos. Buscás respaldar desde los tuétanos eso que estás generando como hecho escénico. Yo sé que en el momento en que cuento sobre la adopción –en “El vuelo”– la mitad de la platea está pensando: ‘Qué egoísta que sos. ¿Cómo no pensaste en eso antes?’. Pero la verdad es que no pude [en un momento de “El vuelo”, Solarich narra que adoptó una niña que luego de algunas situaciones volvió a llevar a la institución en la que estaba con la intención de que reconociera su error, cosa que no sucedió]. Y ya sé que es una víctima, claro que es una víctima. Pero uno deposita confianza, tiende una mano, porque si no, no hay chance humana. Y ahí estás en un lugar complejo. Pero lo interesante es que te juzga gente que capaz nunca en la vida hubiera tomado la decisión de adoptar a esa niña”.

El cine está presente como disparador en las cuatro obras, pero con mayor intensidad en “Pogled” (que tiene a La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, como disparador) y en “No hay flores en Estambul” (con Expreso de medianoche, de Alan Parker, como referencia). En este último caso también hay una reflexión sobre cómo es posible falsear e incidir sobre la realidad desde el cine. Sobre esto, dice el autor: “En ‘Pogled’ comulgo de cabo a rabo con la mirada de Angelopoulos, una mirada brillantemente interpretada por la dirección de Santiago Sanguinetti. Mientras que en ‘No hay flores en Estambul’, que se presentaba como basada en hechos reales, al principio creo y después me enojo. Me produce enojo el darme cuenta de que hay una alteración en la historia, que el personaje en el que está basada la película en realidad era mula y que era la cuarta vez que pasaba droga. También se omite hablar de la homosexualidad. Y la manipulación termina materializándose en nuevas realidades. Por ejemplo, en la década siguiente al estreno, Turquía pierde la mitad del PIB del turismo. Pero después me entero de la conferencia de Oliver Stone (guionista de Expreso de medianoche) pidiendo disculpas en Turquía. Y ahí pensé: ¿cuántos tipos en este mundo hacen una conferencia para admitir que se equivocaron? Me pareció un gesto increíble en una época en que muy poca gente dice lo que piensa. Y ahí vuelve lo que decía antes ¿Me puedo hacer el desentendido con todo lo que en algún momento creí que era el socialismo real? Si hago eso, no soy honesto. Claro, me hablás de la defensa de la democracia en Uruguay, me cuestionás esa pelea que durante la dictadura dieron los comunistas y ahí sí, me peleo con el que sea. Y eso me parece que es honestidad también. Reconocer cuando me equivoqué, pero también reafirmar otras cosas. Y eso no lo veo en la política hoy, o aparece en muy insignificantes dosis. Tampoco lo veo en la intelectualidad: reconocer que creímos en algunas cosas y que fue un error”.

Una mujer me despierta mientras pasan soldados. De Iván Solarich. Montevideo, Civiles iletrados, 2022.