Cormac McCarthy, escritor ganador del premio Pulitzer a la ficción y que cobró fama cuando sus novelas fueron adaptadas a la gran pantalla, falleció este martes a los 89 años en su casa de Santa Fe (Nuevo México), según informó la editorial Penguin Random House, que en principio no divulgó las causas de su muerte.

En su obra, compuesta por una docena de novelas entre las que se destacan el western Meridiano de sangre, el drama poscapocalíptico La carretera (por el que recibió el Pulitzer en 2007) y No es país para viejos, McCarthy exploró la oscuridad de la naturaleza humana con una prosa sencilla y poética, que podía ser conmovedora sin recurrir a sentimentalismos.

McCarthy era capaz de transportar a los lectores a los salvajes bosques de Tennessee, los desiertos del suroeste norteamericano o el mencionado mundo asolado por un cataclismo jamás revelado. Su colega Saul Bellow, fallecido en 2005, había elogiado el “uso absolutamente abrumador del lenguaje, con oraciones capaces de dar vida o muerte”, en palabras citadas por The Washington Post. Varios críticos literarios lo habían señalado como heredero de William Faulkner o de Herman Melville, con quienes compartía el interés por temas como la pérdida, el sufrimiento o el destino. “Si no se trata de la vida o la muerte, no me interesa”, había dicho una vez a Rolling Stone.

Durante las primeras décadas de su carrera, McCarthy apenas fue un autor de culto, un “escritor de escritores” que además cultivaba una imagen de ermitaño y se negaba a la mayoría de las notas que le proponían. En una entrevista televisiva con la famosa Oprah Winfrey, quien incluyó a La Carretera en su club del libro (garantizando una explosión de ventas), desviaba la conversación cada vez que salían temas literarios. En su lugar, prefería hablar de música country, física teórica o el comportamiento de las serpientes de cascabel.

Sin embargo, los rumores pintaban una imagen algo exagerada del escritor, que frecuentaba salones de billar, y se había hecho amigo de una conocida jugadora profesional de póquer. Eso sí, incluso después de recibir una subvención en 1981, que le permitió comprar una pequeña cabaña en El Paso y mudarse de la habitación de motel que ocupaba, seguía cortándose el pelo solo, cocinando en un calientaplatos y lavando su ropa en una lavandería automática.

Su prosa trazaba paralelismos con la de James Joyce o William Shakespeare. Economizaba los signos de puntuación, limitando el uso de las comas y prescindiendo por completo del punto y coma o las comillas. Acostumbraba utilizar palabras poco comunes, pero sus diálogos gozaban de un naturalismo que permitía anclar sus historias en un aquí y ahora. Con el paso de los años, los periodistas que seguían su obra comenzaron a encontrarla más accesible, mientras él jugaba con las convenciones de géneros tales como el western, el thriller o el horror.

Ninguno de sus primeros libros había vendido más de 3.000 ejemplares y en las reseñas se aclaraba que no eran lecturas muy “placenteras”. En Meridiano de sangre, por ejemplo, hay una escena en la que encuentran bebés colgados de un árbol, por lo que un crítico dijo que la obra golpeaba a los lectores “como una cachetada”. Fue este título de 1985 el que recibió algunas de las mejores críticas de su carrera, incluyendo la del afamado Harold Bloom, quien dijo que representaba “el western definitivo, imposible de superar”. La historia, inspirada en hechos reales, tenía como protagonista a “el Niño”, un jovencito de 14 años que se unía a un grupo de cazarrecompensas luego de la guerra entre Estados Unidos y México.

Se negaba a enseñar escritura creativa por considerarla “un curro”, y no salía de gira ni daba lecturas públicas. Con respecto a la firma de sus libros, dijo una vez a The Wall Street Journal que había firmado 250 copias de La carretera y se las dio a su hijo menor, John, “para que cuando cumpla 18 años pueda venderlas e irse a Las Vegas o lo que se le antoje”.

Su falta de interés en la promoción de sus novelas se combinaba con una pasión exacerbada por escribirlas, incluso a costa de su vida familiar. Tuvo tres matrimonios que terminaron en divorcio y el propio McCarthy se describió alguna vez como un “padre ausente” de su primer hijo, que nació mientras él estaba trabajando en su primera novela. “Si algo no te saca años de vida y te lleva al suicidio, realmente no vale la pena”, agregó en aquella charla con el Journal. Por eso escribía novelas en lugar de cuentos cortos.

“El trabajo creativo a menudo está impulsado por el dolor. Si no tenés algo en la parte de atrás de tu cabeza volviéndote loco, es probable que no hagas nada. No es un buen arreglo. Si yo fuera Dios, no lo habría hecho de esta forma”.

La fama de McCarthy había aumentado gracias a las adaptaciones de sus obras, incluyendo Sin lugar para los débiles (Ethan y Joel Coen, 2008) basada en No es país para viejos, que ganara cuatro premios Oscar incluyendo el de mejor película, mejor director, mejor guion adaptado y mejor actor de reparto (Javier Bardem). También llegaron al cine Todos los hermosos caballos en 2000, La carretera en 2009 e Hijo de Dios en 2013.