En setiembre de 1972 se publicó en Nueva York una novela singular, o más precisamente una metanovela. Se trata de The Iron Dream (El sueño de hierro en la traducción de la editorial Minotauro, Buenos Aires, 1978), de Norman Spinrad. De tapas para adentro todo el libro es un aparato ficcional, una novela escrita por otra persona en otro universo que no es el nuestro. Abre una breve presentación del autor, un reconocido autor y editor de ciencia ficción (en ese otro universo), prosigue con la novela en sí, un híbrido de ciencia ficción y fantasía heroica, y cierra con un estudio del (ficticio) Dr. Homer Whipple de la Universidad de Nueva York. En las más de 300 páginas del libro no hay ni una sola mención que rompa el marco ficticio de la novela dentro de la novela. Es como un objeto transferido desde algún portal multidimensional, exceptuando el título y autor auténticos en la tapa y contratapa. La novela interior se titula El Señor de la Svástika, y su autor es un emigrado austríaco llamado Adolf Hitler.

Matando mutantes a garrotazos

El Hitler que aparece en El sueño de hierro emigró a Estados Unidos en 1919, luego de un breve y decepcionante intento de meterse en la política. Comenzó a ilustrar revistas de ciencia ficción (tenía un limitado talento artístico) y en 1935 se sintió seguro de su dominio del inglés como para escribir. Publicó varios relatos y novelas (El triunfo de la voluntad, Mil años de dominio, La raza de los amos, entre otras) antes de escribir en seis febriles semanas su obra más célebre, El Señor de la Svástika. Literalmente tenía fiebre. Casi enseguida de completarla se murió, en 1954, según la causa oficial por un derrame cerebral. Whipple deja caer la posibilidad de que fuera de sífilis terciaria. Un año después se le concedió un premio Hugo (el más prestigioso de la ciencia ficción) póstumo y el libro se volvió famoso, influyendo en aficionados, lectores casuales y organizaciones de dudosa ideología como la Legión Cristiana Anticomunista o los Caballeros Norteamericanos de Bushido. Luego de analizar el libro, a su protagonista Feric Jaggar y a su imaginería, Whipple termina diciendo con alivio, desde su mundo donde no hubo Segunda Guerra Mundial, que “podemos felicitarnos de que un monstruo como Feric Jaggar permanezca eternamente confinado en las páginas de un libro, y sea sólo el sueño febril de un escritor neurótico de ciencia ficción que se llamó Adolf Hitler”.

Feric Jaggar es uno de los pocos humanos puros que quedan en la Tierra un milenio después de una hecatombe nuclear, un Hombre Verdadero. Es alto, rubio, musculoso y, para sorpresa de nadie, con ojos azules. Aunque vivió toda su vida con los mutantes que conforman la casi totalidad de la población del planeta, los soporta a duras penas. Los mutantes vienen de todas formas y colores, y la multitud de adjetivos usados para describirlos en la novela tampoco sorprenderán a nadie. Dominando la olorosa y repugnante (lo dice Hitler) masa de mutantes está la casta de los doms, que con sus poderes telepáticos someten y controlan a los multiformes subhumanos.

Resumiendo una trama tan predecible como delirante, pocas páginas después del comienzo, Jaggar, blandiendo su invencible garrote, el Cetro de Acero (también llamado Gran Garrote y alguna metáfora fálica más), se pone al frente de los genéticamente puros Hombres Verdaderos, los Señores de la Svástika (SS), para dirigir la lucha que liberará a los verdaderos humanos de los malvados doms y de paso exterminará a los subhumanos que se les enfrentan. Los SS de Jaggar saltan de batalla en batalla, o mejor habría que decir de masacre en masacre, sin apenas despeinarse, dejando tras de sí un campo tras otro cubierto de tripas, sesos, sangre y fluidos diversos. Finalmente llegan a la guarida del último dom, pero antes de que Jaggar lo aplaste de un fenomenal garrotazo este activa una máquina infernal final que corrompe los genes de los Hombres Verdaderos, haciendo que si alguno de ellos intenta reproducirse sólo engendre mutantes. Jaggar y sus acólitos lo toman como una tragedia, aunque es difícil suponer el verdadero alcance del daño que esto les puede provocar porque en todo el transcurso del libro no se menciona ni a una sola mujer. De todas maneras, Jaggar ordena esterilizar a todos los SS, incluyéndose. El método utilizado en la tarea le es ahorrado al lector. Igual lo resuelven rápido inventando la clonación de los SS (cuando empieza el relato la tecnología superior disponible eran las máquinas de vapor) y diseñando un plan para mandar una camada de 300 clones fresquitos, “la simiente de la Svástika”, todos hombres, al espacio en una nave obviamente fálica que en la última frase del relato se eleva sobre una columna de fuego para “fecundar las estrellas”. Fin.

Se comprende el alivio de Whipple. Es bastante evidente que Spinrad, un autor incisivo, socarrón y siempre pendenciero, afín a la corriente New Wave de ciencia ficción inglesa de los 60 y que se define como anarquista y gremialista, se divirtió bastante escribiendo su artefacto de otro universo. Por encima de lo grotesco y disparatado de lo que se cuenta está el humor burlón que se mofa de la imaginería nazi y de las ideas de Hitler, por no hablar de su torpeza literaria. Se sabe que el Hitler real “escribió” dos libros, el célebre Mein Kampf (1925) y una continuación que quedó inédita hasta 1961 y que a falta de mejor título se publicó como Hitlers Zweites Buch (“El segundo libro de Hitler”, escrito en 1928). Lo de “escribió” entre comillas se debe a que Mein Kampf primero fue editado, por no decir reescrito, por Emil Maurice y luego por Rudolf Hess. El segundo libro fue igualmente editado, si no directamente escrito, por Max Amann. Las habilidades narrativas demostradas en El Señor de la Svástika están en consonancia con las de nuestro Hitler. Respecto a su contenido, en el primer libro Hitler afirma que el enemigo principal de los nazis será la Unión Soviética, lo que sus entusiastas toman como una muestra de agudeza y visión. En el segundo libro descarta esta afirmación, asegurando que la URSS no será ningún problema. Pocos años después los soviéticos le estaban tocando timbre en la cancillería.

Spinrad apunta mucho más allá de la burla. Su objetivo, y su logro, es demostrar que toda la matriz narrativa detrás de la fantasía heroica, del tropo del viaje del héroe, incluso del estudio de Joseph Campbell El héroe de las mil caras, columna vertebral ideológica de casi toda la ficción heroica moderna, no sólo son perfectamente asimilables a la retórica y el imaginario fascista, sino que están intrínsecamente integrados en sus fundamentos. Ursula Le Guin, que entendió las intenciones de Spinrad al vuelo, dijo que con la novela “nos vemos obligados, en la medida en que podamos seguir leyendo el libro en serio, a pensar no en Adolf Hitler y sus crímenes históricos (Hitler es simplemente el medio distanciador), sino a pensar en nosotros mismos: nuestras suposiciones morales, nuestras ideas de heroísmo, nuestros deseos de liderar o ser guiados, nuestras guerras justas. Lo que Spinrad intenta decirnos es que esto está sucediendo aquí”. El héroe perfecto y puro. Las hordas inhumanas. Los cerebros nefastos que dirigen todo desde las sombras. La necesidad del exterminio. Todo eso se puede encontrar, calcado, idéntico, tanto en la retórica siniestra nazi como en Avengers:Endgame o El señor de los anillos. Y no sólo ahí.

El señor de los magufos

Seguir las capturas que comparte cada día la cuenta de X (Twitter para los recalcitrantes) de Negacionistas Out of Context (@EstoyAvisando) es tan morbosamente entretenido como inquietante. El dueño de la cuenta recopila posteos de una cantidad increíble de magufos (acrónimo español entre los términos “mago” y “ufólogo”, creada en 1997 por el músico Xoan M Carreira y que define a la persona que cree y difunde seudociencias, conspiraciones, negacionismos surtidos o cualquier tipo de irracionalidad anticientífica). Los magufos recurrentes de la cuenta son casi todos españoles por ser la nacionalidad del recopilador, pero hay apariciones estelares de sudamericanos, incluso uruguayos cada tanto. Nada indica que en España el porcentaje de delirantes sea mayor que en el resto del mundo.

La taxonomía de los magufos sería descacharrante si no fuera señal de algo muy oscuro. Hay magufos que ya se pueden considerar clásicos, los antivacunas por ejemplo, que insisten con que en cada jeringa venía de yapa una variedad de agregados que van del grafeno a las células de fetos humanos o nanobots. O los terraplanistas, que últimamente han derivado en corrientes que, como los clásicos, sostienen que la Tierra es plana y está rodeada de un muro de hielo… pero que es la parte plana de una esfera mucho mayor. Hay magufos que sostienen que las estelas de vapor que dejan los aviones son fumigaciones con químicos siniestros, otros que niegan la gravedad, la evolución, la relatividad o cualquier asunto científico con el argumento de que todos son “teorías” que nunca se demostraron. Otros sostienen que existió una raza de gigantes que vivió en Tartaria (en Siberia, o por ahí) hasta principios del siglo pasado. Obvio, hay toda una variedad que cree en extraterrestres de diverso tipo. En demonios. En seres interdimensionales. En que vivimos en una simulación tipo Matrix. En lo que sea, por delirante que sea, alguien cree en ello y lo afirma con convicción. Y una vez que cree en algo, incluso en algo a primera vista racional, el magufo está en riesgo de caer por la madriguera del conejo.

En Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas tenemos a Alicia, una niña perfectamente normal que una tarde ve en el patio a un conejo vestido y parlante. Lo sigue, se cae por su madriguera y termina en el país de las maravillas, donde cualquier cosa, por delirante que sea, es real. Así le pasa al magufo promedio, que hoy duda de la efectividad de la vacuna contra la covid y dentro de unos meses, mientras toma agua de mar para prevenir el cáncer, asegura que Bill Gates fue ejecutado y suplantado por un clon, no se sabe bien para qué.

Lo que une absolutamente a todos los magufos, desde el más cerebral hasta el más quemado, es la convicción de que hay una conspiración para todo. Para ocultar que la Luna es un holograma, que las elites mundiales viven eternamente tomando adrenocromo, que el cambio climático es mentira, que Soros es un reptiliano, que Australia no existe, etcétera. Todo es parte de una gran maniobra de ocultamiento para llegar a un objetivo misterioso que la mayoría cree que ocurrirá en 2030. Qué, cómo, para qué, por qué, son cuestiones que no perturban a ningún magufo. Pero son conspiranoicos del primero al último.

Y así llegamos al fascismo. Los magufos viven convencidos de ser héroes de una resistencia contra los planes de una elite siniestra, humana o inhumana. Todos los demás somos ovejas, estamos neuromodulados, vamos a morir en un par de semanas o simplemente somos idiotas. Ellos se llaman a sí mismos Despiertos, Sangre Pura (si no se vacunaron) o algún mote heroico similar, incluyendo varios que refieren a lobos o felinos grandes. Incluso ha empezado a circular la etiqueta “Orgullo Magufo”. Y llaman, cada vez más agresivamente, a la resistencia contra el 5G, la invasión extraterrestre inminente o el delirio novedoso del día. Hace poco el gobierno de Madrid lanzó una alerta por una tormenta eléctrica intensa a través de los teléfonos celulares. De inmediato brotaron desde las cloacas de la insania montones de magufos aullando que se trataba de una nueva maniobra de control social, que era una interferencia con su libertad individual (porque el magufo promedio, claro, es liberal) y llamando a la resistencia en defensa de su derecho inalienable de salir a la calle a que lo parta un rayo.

Loquitos inofensivos, se dirá. Tristes muestras de la decadencia global del sistema educativo. Puede ser, pero la frontera es difusa. Hace unos meses una revista mexicana publicó un extenso informe de una reconocida periodista uruguaya sobre nuestros magufos célebres, los antivacunas. La periodista los entrevistó a todos (al menos a los más notorios) y presentó sus argumentos y experiencias sin una sola palabra de duda, rechazo o perspectiva. Según se desprende de la lectura de la nota, estos notorios anticientíficos manejan ideas completamente racionales y dignas de atención. Son pensadores laterales, diversos, con miradas divergentes.

Bueno, los nazis también tenían sus magufos. De hecho el Partido Nacional Socialista (que de socialista no tenía nada) contaba entre sus fuentes fundacionales con las ideas de una corriente filosófico-delirante llamada ariosofía, prima de la teosofía y de otros delirios seudomísticos de la época, formada en el calor del interés masivo en la Alemania de fines del siglo XIX por lo oculto. Los conceptos de raza aria, destino manifiesto, superioridad racial y hasta el uso de la esvástica vienen de la ariosofía. También el convencimiento de que la Tierra es hueca y hay continentes en su centro (magufos actuales, inevitablemente, dicen que es verdad). No así el antisemitismo, que llegó desde la Rusia zarista, pero que encajó a la perfección en el relato heroico nazi: héroes puros y perfectos (ellos, los arios) enfrentados a hordas de subhumanos inferiores (todos los demás, desde los eslavos a los africanos y asiáticos) controlados por una minoría siniestra en las sombras (los judíos). Elfos, orcos, Saurón. Despiertos, ovejas, elite. El esquema se mantiene.

Recuérdelo la próxima vez que vea a algún simpático magufo local manifestando con un cartel y un megáfono (y varios caramelos ausentes en la caramelera) alguna consigna anticientífica. No todas las madrigueras de conejo llevan al país de las maravillas, algunas desembocan en cavernas muy muy oscuras.