En 1902, un anónimo reseñista del Manchester Guardian, al comentar dos novelas de Joseph Conrad –una reimpresión de Corazón de las tinieblas (1898) y la entonces flamante edición de Juventud–, cerró su artículo expresando que “sería inútil pretender que estos libros puedan alcanzar amplia difusión”. En 1964, entrevistado por Alvin Toffler para la revista Playboy, el maestro ruso Vladimir Nabokov dijo no soportar “el estilo de tienda de souvenirs de Conrad, con sus barcos encerrados en botellas y sus collares de caracoles de lugares comunes románticos”.

Entre una afirmación y otra puede calibrarse el rechazo que la literatura del ciudadano polaco nacido bajo el nombre de Józef Teodor Konrad Korzeniowski, que adoptara el inglés como lengua literaria, ha despertado a lo largo del tiempo en diversos lectores, pero, al mismo tiempo, ambas expresiones evidencian las marcas que vuelven tan poderosa la obra del autor de Lord Jim (1900) y Nostromo (1904): la renovación técnica que le impuso a la prosa inglesa (algo que también haría algunas décadas después Nabokov con el inglés norteamericano literario), la espigación y metamorfosis de ciertos tópicos del romanticismo en aras de un personalísimo realismo (a cruce del pasaje del siglo XIX al XX) y el trabajo sobre el punto de vista, que resquebraja todo afán de objetividad en sus narradores y en la propia idea de narrador.

En esta larga centuria transcurrida desde la muerte de Joseph Conrad –de un ataque al corazón al otro día de caerse de una silla y golpearse la cabeza, a los 66 años–, atravesada por innúmeras y fugaces vanguardias, ismos de todo tipo, decodificaciones teóricas en ocasiones pertinentes y en otras trasnochadas, la irrupción a pleno de la modernidad, la muerte del autor, la dispersión del ente lector, el estadio último de la globalización, la era de la sospecha, la era de la cancelación, las pautas de la existencia digital y tantas otras contingencias que rodean y atraviesan al genio creador, la literatura de Joseph Conrad continúa, imperturbable, sumando lectores en diversas lenguas y formatos.

Basta con emprender un somero vuelo sobre el panorama editorial reciente en español para comprobar que Conrad sigue manteniéndose firme en la elección de los editores y el gusto de los lectores, deslizándose siempre hacia las góndolas de novedades: en 2016 la editorial sevillana Espuela de Plata lanzó el preciosita volumen Gaspar Ruiz y otros relatos (que incluye las piezas “El delator”, “Un anarquista”, “El duelo” y “El conde”, traducidas por Ramón D Perés; “Gaspar Ruiz”, a cargo de Gonzalo Guasp, y “La bestia”, vertida al español por José Torroba); en 2021 la casa argentina Eterna Cadencia publicó Corazón de las tinieblas en una nueva traducción (copiosamente anotada) de Jorge Fondebrider; y en 2024 Edhasa dio a imprenta una edición de Juventud, que destaca en portada el nombre del prologuista Arturo Pérez Reverte pero no el del traductor (que acá se consigna: Amado Diéguez).

Establecer influencias –esa palabra tan menospreciada por el estamento académico– de Joseph Conrad en otros autores a lo largo del último siglo excede el espacio de esta nota y la competencia de este articulista, pero valga como prueba, entre la innumerable cantidad de páginas que otros escritores le dedicaron a su obra –desde Virginia Woolf a Jorge Luis Borges, desde André Gide a Italo Calvino, desde Hermann Hesse a Cesare Pavese–, rescatar algo que escribiera el novelista británico-trinitense VS Naipaul en 1974 al cumplirse 50 años de la muerte del creador de Marlow y Mr. Kurtz.

“El valor que Conrad tiene para mí es el de ser alguien que hace 60 o 70 años meditó sobre mi mundo, un mundo que hoy reconozco. Ningún otro escritor del siglo me hace sentir lo mismo. Su éxito procede de la honestidad que forma parte de su dificultad, esa ‘escrupulosa fidelidad a la verdad de mis propias sensaciones’”. La cita procede del ensayo “Las tinieblas de Conrad”, incluido en el libro El regreso de Eva Perón y otras crónicas. Esa “fidelidad a la verdad” que exhiben los narradores conradianos fue subrayada por el profesor y crítico literario estadounidense James Wood en su libro Los mecanismos de la ficción, al señalar que para Conrad la máxima exigencia que establece la ficción en el lector es la de mirar: contemplar el mundo circundante a partir del mundo ficticio creado entre las páginas.

Apocalipsis

Desde luego el cine, esa máquina prodigiosa de la que Conrad fue testigo de su invención, también ha mantenido encendida la llama de sus ficciones con múltiples adaptaciones de su obra. En vida, Conrad sólo llegó a ver en la pantalla una sola película basada en un libro suyo: Victory (1919), con guion de Jules Furthman y dirigida por Maurice Tourneur.

Desde ese film hasta la reciente adaptación de Corazón de las tinieblas en República Checa –Hadí plyn (David Jarab, 2023)–, el séptimo arte ha recurrido permanentemente a la obra de Conrad, en un arco que va desde Lord Jim (Victor Fleming, 1925) a Lone Wolf (Jonathan Ogilvie, 2021), pasando por The Road to Romance (John S Robertson, 1927), La riva dei bruti (Mario Camerini, 1931), Sabotage (Alfred Hitchcock, 1936), Outcast of the Islands (Carol Reed, 1951), Lord Jim (Richard Brooks, 1965), Smuga cienia (Andrzej Wajda, 1976), The Duellists (Ridley Scott, 1977), Des Teufels Paradies (Vadim Glowna, 1987), Swept from the Sea (Beeban Kidron, 1997) y Jeunesse (Julien Samani, 2016), sin olvidar, claro está, como indica el manual, la particularísima versión que Francis Ford Coppola realizara de Corazón de las tinieblas en Apocalypse Now (1979).

El anónimo reseñista del Manchester Guardian que hace 122 años le auguró tan corta trascendencia a los libros de Conrad estaba, desde luego, equivocado, pues si algo nos ha enseñado el trato constante con los libros es que, en el ámbito del arte, la inmediatez invalida cualquier expresión de valor y sólo el tiempo, en su imperturbable desplazamiento, acomoda los tantos.

Obra de Joseph Conrad en Biblioteca País